viernes, 22 de julio de 2022

Los promotores del golpe, de la desvergüenza al papelazo

 La más nítida y abreviada imagen de una mente imperial perturbada pertenece a la anterior administración estadounidense, la personifica John Bolton, exasesor de Seguridad Nacional en una etapa del funesto mandato de Donald Trump.

Ocurre que, frente a las cámaras de televisión, el siniestro Bolton se mostró «como alguien que ha ayudado a planificar golpes de Estado» en otros países, y quiso justificar las cerca de 500 sanciones ilegales y la guerra híbrida contra Venezuela.

No es que su diatriba revelara un secreto. A fin de cuentas, se sabe: cada asonada golpista contra gobiernos indóciles, en cualquier latitud del planeta, lleva oculta la mano criminal de Estados Unidos.

Lo atípico en esta ocasión es que alguien, con el rango que llegó a ostentar el personaje de marras en el anterior Gobierno de su país, admita, públicamente, haber participado en intentos de interrumpir, en otras naciones, proyectos sociales y liderazgos no afines a los intereses de las élites yanquis.

Así, con su cara dura, el cínico exasesor de Seguridad Nacional se lo dijo a la cnn. Enterado el pueblo venezolano, e indignado, el asunto fue a parar a la Asamblea Nacional (AN), que repudió las maniobras golpistas admitidas por Bolton y Carrie Filipetti, esta última, exsubsecretaria de Estado para Venezuela y Cuba. 

Jorge Rodríguez alzó la voz en la AN, al debatir el asunto. «Es un sicópata», dijo entonces el líder parlamentario; un adjetivo que retrata a Bolton y, con idéntica nitidez, a toda la camarilla trumpista, que también cuenta, entre otros, con Mike Pompeo.

Bolton y Filipetti reconocieron que hubo «reiteradas intenciones de agredir a Venezuela», les comentó Rodríguez a los diputados, y remarcó: «no pudieron».

Los esfuerzos no resultaron, había dicho al respecto Bolton, al admitir su fracaso, atribuido por Filipetti a una «excesiva confianza (por parte de EE. UU.) en que los jefes militares de Venezuela iban a hacer algo para sacar a Maduro».

La conciencia de imperio genera estos deslices, como los de creer que nada auténtico hay más allá del radio de influencia de su poder y de sus valores.

En Venezuela la alianza cívico-militar es un hecho, no un enunciado. Ignorarlo dejó a los agresores no solo con las ganas, sino también con el ridículo del fallo a cuenta de sus nombres.

Tomado: tercerainformacion