miércoles, 6 de noviembre de 2024

El genocida sionista asesina desde la sede principal de la ONU

 “El ruido de las armas, del lenguaje amenazante, de la prepotencia en la escena internacional debe cesar. Basta ya de la ilusión de que los problemas del mundo se pueden resolver con armas nucleares. Las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia. No pueden tampoco matar la justa rebeldía de los pueblos. Y, en el holocausto, morirán también los ricos, que son los que más tienen que perder en este mundo”.  -Fidel Castro, Discurso ante la ONU, 1979.

Los crímenes de Israel contra la humanidad alcanzan tales ribetes que parecen entresacados de una novela distópica. Nuevos hechos desbordan la imaginación, por el cinismo y el descaro de la cúpula dirigente de Israel ‒que es compartida por la gran mayoría de los habitantes de ese país‒, entre los cuales cabe destacar lo sucedido el 27 de septiembre, cuando desde Nueva York y antes de pronunciar una sarta de mentiras en la sede de la ONU, el genocida Benjamin Netanyahu dio la orden de asesinar a Hassan Nasrallah, al líder máximo de Hezbolá.

Este hecho evidencia dos cosas: la impunidad absoluta de Israel como Estado genocida y la inutilidad de la ONU, una entidad que ya pertenece al basurero de la historia, de donde se deriva la muerte del derecho internacional que se implantó después de la Segunda Guerra Mundial.

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La ONU ni siquiera es un artículo decorativo, puesto que es objetivo de los ataques de Israel en numerosos frentes. Es para Israel un enemigo más, y por eso la ataca a diario, y no en términos figurados o metafóricos, sino sobre el terreno con aviones, bombas y tanques. La ONU es el octavo frente de guerra de Israel y se suma a los otros siete, que la cúpula sionista ataca en estos momentos: Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria, Yemen, Irán, Irak. Es un frente de guerra muy singular, porque no solo sufre la agresión sionista, sino que la ONU la tolera e incluso la legitima, al permitir que en su interior se mantenga un estado genocida, el cual además se enorgullece de serlo y lo proclama a los cuatro vientos. Y la ONU con su propia complicidad lo admite, sencillamente porque es una instancia dominada, desde su misma fundación, por Estados Unidos y sus vasallos europeos, que no son otra cosa que antiguas potencias coloniales.

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En el octavo frente de guerra del Estado genocida de Israel, igual que hace en los otros, no hay límites ni justicia y se recurre a todas las formas de agresión que, con impunidad, despliegan los sionistas. Se ataca a instituciones como la UNRUWA (Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados en Oriente Próximo), se mata a sus funcionarios y se los calumnia por haber supuestamente participado en los ataques del 7 de octubre; se destruyen escuelas y hospitales administrados por la ONU; se atacan cuarteles de los cascos azules que están en territorio del Líbano; las resoluciones de la ONU contra Israel son para los sionistas papel higiénico usado… Lo que Naciones Unidas es para Israel quedó bien simbolizado con lo que hizo el Embajador de Israel en su sede central en Nueva York, cuando trituró en vivo y en directo la Carta de la ONU, lo cual fue visto como una simple anécdota. Ese hecho no mereció ni siquiera el repudio de la ONU como institución y nadie exigió a Israel que se disculpara y mucho menos se le aplicó algún tipo de sanción.

Para completar, el 28 de octubre el Parlamento de Israel prohibió las actividades de la UNRUWA en Israel y en Jerusalén y la declaró “organización terrorista” y despojo a su personal de inmunidad jurídica. La legisladora sionista Sharren Haskel balbuceó que “Si Naciones Unidas no está dispuesta a limpiar esta organización del terrorismo, de los activistas de Hamas, entonces tenemos que tomar medidas para asegurarnos de que no puedan dañar a nuestro pueblo nunca más”. Como puede notarse, el cinismo del terrorismo de Estado que encarna Israel no tiene límites, algo explicable por la permisividad de la comunidad imperial de Occidente y de la propia ONU. Esta es otra acción genocida contra los palestinos, puesto que unas 100 mil personas se encuentran sitiadas en Jabaliya, Beit Lahiya y Beit Hanoon, en el norte de Gaza, y no cuentan con suministros médicos ni alimentarios. Esto indica que los están asesinando, literalmente, de hambre y sed.

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Los palestinos y los libaneses son asesinados por los sionistas de Israel con armas y municiones que les suministra Estados Unidos y la Unión Europea. Hasta el momento la ayuda de Estados Unidos, proporcionada después del 8 de octubre, es de 45 mil millones de dólares. Esto quiere decir que, si se aceptara la cifra ‒que es inferior a la realidad‒ de 45 mil gazatiez asesinados, en la muerte de cada uno de ellos se ha invertido un millón de dólares.

La impunidad de Israel es posible por el respaldo incondicional de los Estados Unidos. Eso ha quedado claro con el asesinato de Hassan Nasrallah por varias razones: las bombas que lo mataron fueron proporcionadas por Estados Unidos; el gobierno de Joe Biden sabía del ataque terrorista que se avecinaba y lo respaldó; y, tras conocerse la noticia del aleve bombardeo y la muerte del principal dirigente de Hezbolá, Joe Biden personalmente se apresuró a felicitar al genocida Netanyahu y a justificar el crimen como parte de una «una medida de justicia” inscrita en el “derecho de Israel a defenderse”. Como parte del cinismo que caracteriza a Biden agregó que su objetivo es la desescalada de los conflictos en Gaza y Líbano «a través de medios diplomáticos», e indicó que Estados Unidos hace esfuerzos en la ONU para que se atenué la guerra en Gaza y en El Líbano. Es lo que se ha llamado la lógica de desescalar a través de la escalada militar de Israel, que simplemente significa que aquellos que son agredidos por el estado sionista deben quedarse quietos, no responder y dejarse matar por las bombas inteligentes de Israel y Estados Unidos.

Como si fuera poco con el cinismo exhibido por Joe Biden, la representante permanente de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Linda Thomas-Greenfield, ha dicho, y no es un chiste, que la ONU tiende a “concentrarse excesivamente” en Israel, país que sufre una injusta y desmesurado atención en esa entidad. Durante un evento en el Consejo de Relaciones Exteriores Thomas-Greenfield sostuvo que “tenemos un problema con Israel en la ONU, y hay una cantidad injusta de atención sobre Israel, incluso antes de Gaza, en la ONU. Es algo que hemos planteado de manera regular”.

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“El derecho de Israel a defenderse”, el mantra que repiten como loros amaestrados los sionistas del todo el mundo, los encubiertos y los desembozados, es algo muy singular como expresión de la muerte del derecho internacional. Con ese pretexto se ataca, bombardea, asesina y destruye a todo lo que se le ocurra a Israel y a su cúpula de genocidas en los territorios ocupados y en países vecinos. Con ese “derecho” ‒una verdadera carta blanca de muerte‒ Israel comete los crímenes que caracterizan a una arrogante “potencia” colonial, entre los cuales se incluye matar niños, bombardear población indefensa, quemar vivas a personas, matar de hambre y sed, encarcelar niños, violar a mujeres, asesinar a miles de civiles so pretexto de que son “terroristas”, recurrir a la limpieza étnica para despejar el territorio para sus colonos sionistas…

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Que Benjamín Netanyahu, un genocida activo, acuda a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York sin ser detenido como un criminal de guerra, es una muestra de que esa entidad no tiene ninguna relevancia en detener la máquina asesina de Israel, que es la misma de Estados Unidos. Incluso, tal es el descaro que el genocida se enorgullece de haber dado la orden de asesinar a Nasrallah desde Nueva York, pocos minutos antes de mentir a granel en la ONU.

Algunas informaciones señalan como muy probable que, en el mismo momento del bombardeo genocida, Nasrallah estuviera observando por televisión las mentiras de Netanyahu en Nueva York.

Una de las más crueles paradojas radica en que mientras dirigentes de diversos países hablaban de paz en el mundo durante la Asamblea General de la ONU, el genocida Netanyahu ordenaba bombardear y masacrar a decenas de personas en un barrio de la capital de El Líbano.

Entretanto, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterrez, se limitaba a enunciar su inútil e ineficaz verborrea: «El Líbano está al borde del abismo. Gaza es una pesadilla permanente que amenaza con arrastrar a toda la región al caos, comenzando por el Líbano». Como es habitual, estas son declaraciones para la tribuna, que no tienen ninguna implicación real para detener el genocidio de los palestinos ni las agresiones de Israel al mundo árabe y persa.

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Los ataques a la ONU por Israel no son nuevos y, mucho menos, son producto de “errores” y “equivocaciones”. Son el resultado, consciente y planificado del Estado sionista para liberarse de la institución que, en teoría, encarna el papel de vigilar las reglas de juego del derecho internacional, impuestas por los Estados Unidos, que se establecieron luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Y eso lo viene haciendo desde el mismo momento de la creación del Estado de Israel, ente sionista que surgió por una decisión de la ONU. Desde su fundación, Israel no cumple las resoluciones de la ONU, como sucedió con la Resolución 181, aprobada el 29 de noviembre de 1947, la que dividió la Palestina histórica en dos porciones, una con el 54% del territorio se le entregó a Israel, siendo que la población judía solo correspondía al 30%, y el resto a los palestinos, que eran la mayoría.  De ahí en adelante, Israel ha violado los centenares de Resoluciones de la ONU que se han emitido desde 1947 hasta el momento actual. En síntesis, Israel acumula 75 años de desprecio e incumplimiento de las resoluciones de la ONU.

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El bombardeo en el que fue asesinado Nasrallah y que fue autorizado desde Nueva York, durante una sesión de la Asamblea General de la ONU, es un ataque que muestra el carácter genocida del Estado sionista de Israel. Ese aleve ataque violó las leyes de la guerra y las leyes del derecho internacional. Se perpetró en otro país, el Líbano, se lanzaron 80 bombas de 2 toneladas cada una. Esas bombas atravesaron todos los pisos de las edificaciones, perforaron sus estructuras y llegaron hasta el subsuelo, a varios metros de profundidad, justo hasta los búnkeres donde se encontraba el líder máximo de Hezbolá. Esas bombas estadounidenses correspondían a MARK 84, bombas anti-refuerzo de 1 tonelada cada una y bombas BLU-109 de 2 toneladas cada una. La explosión destruyó cuatro edificios y generó temblores que se sintieron a 30 kilómetros de distancia. Como resultado de este bombardeo fueron asesinados decenas de civiles, entre ellos niños y mujeres.

Esta cifra indica la magnitud del crimen sionista que masacró en un solo bombardeo a un dirigente de Hezbolá junto con decenas de civiles, lo que comprueba que esos asesinos no tienen ningún respeto por la vida humana. Y todavía se indignan cuando se les compara con los nazis. Claro, parafraseando a Silvio Rodríguez, puede decirse que los sionistas no son lo mismo que los nazis, pero son iguales. Agregaríamos que los sionistas son peores, porque ni siquiera Adolfo Hitler tuvo el descaro de anunciar desde una tribuna diplomática internacional el bombardeo que iba a hacer minutos después a algún país o territorio de los que había invadido.

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En la Asamblea General de la ONU, Netanyahu sostuvo que nada lo detendrá en su camino genocida y que no existe ningún lugar que Israel no pueda alcanzar con su poder militar. Presentó dos mapas, el de la “bendición” y el de la “maldición”, el primero representado por el “Gran Israel” expandido según los cánones bíblicos bien lejos de sus fronteras actuales, el segundo con “agresivos islamistas” del “eje del mal iraní”. Lo notable es que en ninguno de los mapas aparece Palestina, lo que indica que el genocida da por sentada la desaparición del pueblo palestino. Y, en medio de este reconocimiento espacial del genocidio, dice que Israel siempre ha buscado la paz, como lo confirmaría minutos después con el asesinato de Nasrallah. Claro, la paz de los genocidas que era la misma que proclamaban los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. 

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Todo lo anterior conduce a plantear algunas preguntas esenciales. ¿Para qué sirve la ONU? ¿Acaso tiene alguna utilidad el derecho internacional vigente? ¿Los grandes problemas del mundo pueden solucionarse con bombardeos? ¿El “derecho a asesinar” que predica y lleva a la práctica el estado terrorista de Israel puede considerarse como la nueva pauta del derecho internacional en tiempos de agonía del dominio hegemónico de los Estados Unidos? ¿El asesinato a mansalva y con premeditación por parte de Israel debe ser aceptado como la nueva pauta del derecho internacional y del derecho internacional humanitario? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar el espectáculo de ver desfilar a los genocidas impunemente y tener que escucharlos en la sede de la ONU? ¿A dónde queda la conciencia humana ante la magnitud de los crímenes de Israel, Estados Unidos y el occidente imperial?

Una solo respuesta es posible: hoy, la ONU, tal y como está diseñada, es un cadáver insepulto que apesta y debería dársele un funeral de quinta categoría y dejársele descansar en paz. En el futuro inmediato, con el fin de la hegemonía estadounidense y la desaparición de Israel, existirá una entidad internacional diferente, que nada tendrá que ver con una instancia hecha a la medida de criminales y genocidas, como los que producen en forma industrial Estados Unidos, Israel y la Unión Europea.

Tomado: Rebelión