martes, 1 de marzo de 2016

La OTAN a la caza de su pieza codiciada

El preámbulo de este comentario podría ser la aseveración de que la OTAN debió desaparecer cuando lo hizo el Pacto de Varsovia, luego del derrumbe del socialismo europeo y la de­sintegración de la Unión Soviética.
Pero no fue así. Aquellos embriagados por las promesas y los grandes anuncios sobre las bondades del capitalismo y de que sin el “enemigo socialista” la alianza atlántica no tenía sentido de existencia, se cogieron el dedo con la puerta y otra realidad les vino encima.
Entonces llegaron los tiempos de las porfías de los estados del este europeo para ver cuáles serían los primeros en ser aceptados dentro del engendro militar, no importa la inexistencia de enemigos — ni cercanos ni lejanos— que pudieran cambiar el rumbo.
Ha sucedido todo lo contrario al pensamiento de quienes imaginaron el sepelio de una institución militar que se creó   —se­gún su propia acta de nacimiento— para enfrentar el poderío militar de los entonces países socialistas de Europa y defender con los cañones el modelo capitalista y sus ambiciones expansio­nistas.
Militares de la alianza atlántica participan con abierta impunidad en todas las guerras, invasiones y ocupaciones que ha emprendido Estados Unidos, ya sea en Yugoslavia, Irak, Libia o Afganistán; y últimamente en Ucrania.
Y lo hace en viejos y nuevos escenarios en torno a Rusia, país al que se afanan en cercar creando para ello bases militares de avanzada, en repúblicas que una vez hasta se llamaron socialistas.
La nueva Rusia, la de Vladimir Putin, es la pieza codiciada hacia la que apuntan sus sofisticadas armas salidas del complejo militar norteamericano.
Hace apenas unas semanas, se celebró en Bruselas una Cumbre de ministros de Defensa de los países miembros de la OTAN, en la que la presencia del secretario de Defensa de Estados Unidos, Ashton Carter, fue foco de atención principal para el poder mediático llamado a divulgar la cita.
En la reunión se decidió “reforzar la presencia avanzada en la parte oriental de nuestra alianza”, lo que sirve para “defendernos de las grandes amenazas provenientes de Rusia”, afirmó el jefe militar norteamericano.
Ashton Carter fue más específico cuando aseguró que con ese objetivo, Estados Unidos cuadruplica el financiamiento para la Ini­cia­tiva de Reaseguramiento de Europa.
También dejó claro que con una rotación de fuerzas (unos 6 000 soldados), esa iniciativa permitirá superar los ejercicios militares de la OTAN, que en el 2015 fueron más de 300.
En igual sentido el Pentágono se comprometió a encabezar acciones para mejorar los aeropuertos, así como el posicionamiento de armamento pesado y el despliegue permanente de unidades acorazadas en el este. Esto, subrayó Ashton Carter, “permitirá a Estados Unidos formar en Europa una fuerza armada de alta capacidad para desplegarla rápidamente en el teatro regional”.
Con la acusación infundada de que Moscú desestabiliza el orden de la seguridad europea, la alianza atlántica mueve sus armas y sus hombres a los más cercanos parajes donde alcancen los objetivos en territorio ruso.
Se reabre de esta manera el llamado frente oriental otanista y con ello se arrastra a Europa a una nueva etapa de la Guerra Fría que muchos pensaron había acabado.
Para lograr sus propósitos, la OTAN se propuso establecer cinco nuevas bases en Letonia, Lituania, Estonia, Ru­manía y Polonia; lo que ha sido su mayor expansión hacia el este.
En el mismo marco estratégico se sitúa la decisión de los ministros de Defensa de la OTAN, de desplegar en el Mar Egeo el Segun­do Grupo Naval Permanente, actualmente bajo el mando de Alemania.
De igual forma, en estos últimos días, tanto fuentes de inteligencia como apreciaciones de especialistas, observan una nueva maniobra de la alianza atlántica, la de actuar militarmente por el dominio de Libia.
Se trata de una operación al norte de África, que, con el pretexto de combatir al llamado Estado Islámico, se afila los dientes para ocupar las zonas costeras libias de mayor importancia económica y estratégica.

En el caso de la guerra en Siria finalmente las partes en conflicto llegaron a un acuerdo y decretaron el alto el fuego, pero resulta bien contradictorio que tanto Washington como la alianza atlántica se inmiscuyan en una supuesta búsqueda de la paz en ese país árabe, cuando la aviación rusa junto a las fuerzas armadas de esa nación conducían, de victoria en victoria, la lucha contra los terroristas del llamado Estado Islá­mico y otras agrupaciones extremistas que operaban allí.
¿Qué pudiera hacer la OTAN a favor de la paz en Siria?
No resulta muy complicado darse cuenta que el interés mayor es limitar la influencia rusa en la región, la capacidad de Moscú de enfrentar el combate al terrorismo con modernos medios militares capaces de batir blancos a miles de kilómetros y de asegurar con exactitud hacia dónde dirige su metralla.
En todos sus planes, la alianza atlántica no se ha visto afectada por restricciones económicas. La crisis vivida en Europa y años atrás en los propios Estados Unidos, no limitó —al contrario, au­mentó— el presupuesto de guerra que no ha impedido la construcción de una nueva sede en Bruselas, que cuesta nada menos que 1 000 millones de euros y debe quedar lista en el 2017.
Tomado: Granma