viernes, 19 de junio de 2015

Libia: Dos gobiernos y un país desaparecido

Cuatro años después de la muerte de Muammar Gaddafi es difícil asegurar quién manda en Libia.
El otrora país con más altos estándares de vida del continente africano, está sumido en una crisis total y cerca de convertirse en un “estado fallido”, si no lo es ya.
En el 2011, las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) consumaron el derrocamiento del gobierno de Muammar Gaddafi. Las potencias occidentales aprovecharon la desestabilización por las luchas internas entre partidarios y opositores del líder libio para plantar la semilla que ya habían cultivado en Afganistán e Irak.
Lo que en un principio fue visto como un triunfo en la “cruzada democratizadora” de Occidente en Oriente Medio y la mal llamada “Primavera Árabe”, se convirtió en un tremendo caos que persiste hasta hoy.
La “Libia libre” que proclamaron varios líderes occidentales cuando viajaron al país en el 2011 en realidad no existe. Desde entonces los libios no han vuelto a tener un gobierno con autoridad.
Lo que se vive ahora allí es un desgobierno total y centenares de  milicias, formadas por civiles pero armadas hasta los dientes, quieren imponer su ley a punta de fusil. Robar, saquear y violar figuran entre sus prácticas más comunes. Atentados y asesinatos se suceden día a día como acontecimientos normales de un país que navega sin rumbo.
 “LOS OFICIALES DE TOBRUK Y LOS REBELDES DE TRÍPOLI”
En medio del infierno que han significado los casi cuatro años de intensos enfrentamientos, dos gobiernos se disputan el poder, mientras que las petroleras, fuente de riqueza de la nación, están en manos europeas.

En Libia hay dos primeros ministros, dos parlamentos y dos ejércitos (al menos formales). Ambos luchan por imponerse desde ciudades distantes a más de 1 300 kilómetros de distancia.
Uno de los gobiernos tiene sede en Trípoli, la capital, y el otro se encuentra refugiado en la ciudad de Tobruk, pero  es reconocido por la comunidad internacional.
En Tobruk está el supuesto primer ministro, Abdulá al Thinni. Allí radica también el parlamento, que tiene su sede en un hotel. Esta entidad del poder legislativo sin poder real lucha por establecer desde una constitución hasta instituciones que permitan administrar el país aunque no controlan ninguna de sus tres principales ciudades.
Bengasi está controlado por grupos islamistas y Misrata, la ciudad con mayor enclave portuario, es leal a las autoridades de Trípoli, donde está instalado el gobierno rival.
El gobierno de la capital lo dirige la organización Fayer Libia (Amanecer en Libia), integrada mayoritariamente por misratíes (habitantes de la ciudad de Misrata) que en el 2014 instauraron el llamado “Gobierno de Salvación”.
Fayer Libia es una alianza dirigida por los diputados rebeldes del anterior Congreso General de la Nación, la formación legislativa que se intentó instaurar tras la caída de Gaddafi, pero que no logró estabilizarse.
Algunos de los hombres con más peso dentro de la organización son Tahar al Garbali, comandante de Fayer Libia y Abdelsalam Jadallah al-Abaydi, jefe del Estado Mayor de la parcela del Ejército Libio leal al “Gobierno de Salvación”.
Así las cosas, Libia está hoy profundamente dividida, sus dos gobiernos, no solo luchan por sembrarse en el poder sino también por contar con el apoyo de las milicias armadas que han desatado la violencia.
El martirio de Libia tomó mayor temperatura a causa de la presencia de grupos terroristas. Organizaciones como Ansar al Sharia y el autodenominado Estado Islámico están expandiendo su influencia en la nación.
A estas alturas es claro que fue peor el remedio que la enfermedad. El resultado de la revolución para derrocar al Gaddafi es un país con grandes rivalidades que cuestan vidas humanas y destrucción. Más que fallido, Libia está cada día más cerca de ser un estado “desaparecido”.
Tomado: Granma