Al iniciar un nuevo periodo
electoral, los políticos se toman las plazas públicas con el fin de conseguir
de los incautos los votos necesarios que les permita seguir repartiendo el
botín del Estado de allí depende captar la mayoría, pues una misma colectividad
garantiza una mejor repartición, lo que algunos llaman la votación en bancada o
la mermelada o los desayunos en palacio, todos tienen el mismo fin, mantener el
viejo régimen inepto y corrupto que nos ha gobernado.
Por ello, seguimos viendo a los
caciques que han permanecido durante décadas, ocupando las sillas del Congreso,
sin que podamos recordar siquiera, cuáles han sido sus proyectos políticos que
han contribuido a cambios sociales generales y no particulares, pues hacer
política resulta el negocio más rentable que no solo beneficia a su grupo
político y familiar sino que le permite a través de esta hacer negocios lícitos
e ilícitos, comprar conciencias, eliminar opositores y repartir el botín del
Estado.
Para ello, hasta tratan de emular a
las masas cansadas de tanta palabrería vana, prometiendo el “cambio” y el nuevo
orden, esto claro está, no sin ofrecer algo a cambio, en los viejos tiempos se
ofrecían unas tejas, algunos ladrillos, baterías de baño, pero como los tiempos
cambian ahora es más rentable ofrecer un tamal, lo más típico de nuestra
gastronomía y lo que nos recuerda que somos colombianos.
Estas son las únicas opciones que
ofrece la política el “cambio” al que tanto recurren los políticos y que según
ellos mismos demuestra que somos profundamente democráticos, porque se permite
la existencia de un gran número de partidos participando en la arena política,
es una falacia, basta con mirar el interior de esos partidos y se encontrará
que siguen siendo los mismos, pero con nombres rimbombantes como Cambio
Radical, el partido de la U, Centro Democrático, entre otros muchos, con el fin
de confundir al elector. Sin olvidar que
todos ofrecen lo mismo: más empleo, mejor educación, cero corrupciones.
Pero seguimos en las mismas, el
tercer país más inequitativo, la pobreza extrema que bordea todas las ciudades,
el desempleo, falta de educación. Eso sí, con una economía pujante producto de
la buena venta que del país ha hecho la clase gobernante.
Con el mismo discurso pretende dar
lecciones de moral, ética, honestidad y mostrarse adalides del orden, aunque,
su trayectoria como políticos den cuenta de corrupción, clientelismo y su
ejercicio democrático haya surgido de un delito como la reelección, Álvaro
Uribe y su obsesión por el poder, que aunque tiene un sinnúmero de
investigaciones en su contra, por vínculos con el paramilitarismo, sigue
campante malgastando los bienes públicos, que pueden ser utilizados para crear
escuelas, centros de salud o llevar servicios básicos a las comunidades más
apartadas, se gastan pagando su seguridad personal.
Su campaña parece demostrar que esa
carnita y esos huesitos, ya no convencen ni a los más incautos, pues, solo
basta mirar las dificultades que tendrán los electores al no encontrar en el
tarjetón la foto de Uribe o algo que haga apología al mesías criollo, las otras
dificultades las ha encontrado en la plaza pública, su empobrecido vocabulario,
las amenazas de una hecatombe, ya no asustan.
Basta ver algunos videos donde Uribe,
sale de las plazas públicas abucheado, sin que ni siquiera pueda dar su
discurso, los tiempos aquellos donde Uribe, públicamente repartía insultos,
enjuiciaba a la oposición, parece que han perdido brillo. Ahora le apunta al
“cambio” según lo decían algunos políticos que lo acompañaban en Soacha,
mientras Uribe se protegía en medios de su guardia, con el fin de evitar la
lluvia de tomates. Vale decir, que Soacha no olvida los falsos positivos y peor
aún la forma como Uribe quería presentar a los jóvenes, todo para justificar
sus asesinatos. Pero estos no son solo hechos aislados, durante su correría
Uribe, ha encontrado a una Colombia cansada con su guerra, sus odios, su
corrupción, sus delitos. Definitivamente esa no es la paz que todos queremos.
Ahora bien, lo siguen los demás políticos
con sus discursos gastados por el paso del tiempo, su irrespeto por el país, del
cual los políticos han hecho su forma de vida, por ello, nos han gobernado dinastías
enteras, que se reparten los puestos como si se tratara de un designio divino. A
esto le llamamos democracia.