martes, 4 de febrero de 2014

La política colombiana: entre mercachifles y culebreros


Al iniciar un nuevo periodo electoral, los políticos se toman las plazas públicas con el fin de conseguir de los incautos los votos necesarios que les permita seguir repartiendo el botín del Estado de allí depende captar la mayoría, pues una misma colectividad garantiza una mejor repartición, lo que algunos llaman la votación en bancada o la mermelada o los desayunos en palacio, todos tienen el mismo fin, mantener el viejo régimen inepto y corrupto que nos ha gobernado.

Por ello, seguimos viendo a los caciques que han permanecido durante décadas, ocupando las sillas del Congreso, sin que podamos recordar siquiera, cuáles han sido sus proyectos políticos que han contribuido a cambios sociales generales y no particulares, pues hacer política resulta el negocio más rentable que no solo beneficia a su grupo político y familiar sino que le permite a través de esta hacer negocios lícitos e ilícitos, comprar conciencias, eliminar opositores y repartir el botín del Estado.

Para ello, hasta tratan de emular a las masas cansadas de tanta palabrería vana, prometiendo el “cambio” y el nuevo orden, esto claro está, no sin ofrecer algo a cambio, en los viejos tiempos se ofrecían unas tejas, algunos ladrillos, baterías de baño, pero como los tiempos cambian ahora es más rentable ofrecer un tamal, lo más típico de nuestra gastronomía y lo que nos recuerda que somos colombianos.   
  
Estas son las únicas opciones que ofrece la política el “cambio” al que tanto recurren los políticos y que según ellos mismos demuestra que somos profundamente democráticos, porque se permite la existencia de un gran número de partidos participando en la arena política, es una falacia, basta con mirar el interior de esos partidos y se encontrará que siguen siendo los mismos, pero con nombres rimbombantes como Cambio Radical, el partido de la U, Centro Democrático, entre otros muchos, con el fin de confundir al elector.  Sin olvidar que todos ofrecen lo mismo: más empleo, mejor educación, cero corrupciones.  

Pero seguimos en las mismas, el tercer país más inequitativo, la pobreza extrema que bordea todas las ciudades, el desempleo, falta de educación. Eso sí, con una economía pujante producto de la buena venta que del país ha hecho la clase gobernante.

Con el mismo discurso pretende dar lecciones de moral, ética, honestidad y mostrarse adalides del orden, aunque, su trayectoria como políticos den cuenta de corrupción, clientelismo y su ejercicio democrático haya surgido de un delito como la reelección, Álvaro Uribe y su obsesión por el poder, que aunque tiene un sinnúmero de investigaciones en su contra, por vínculos con el paramilitarismo, sigue campante malgastando los bienes públicos, que pueden ser utilizados para crear escuelas, centros de salud o llevar servicios básicos a las comunidades más apartadas, se gastan pagando su seguridad personal.

Su campaña parece demostrar que esa carnita y esos huesitos, ya no convencen ni a los más incautos, pues, solo basta mirar las dificultades que tendrán los electores al no encontrar en el tarjetón la foto de Uribe o algo que haga apología al mesías criollo, las otras dificultades las ha encontrado en la plaza pública, su empobrecido vocabulario, las amenazas de una hecatombe, ya no asustan.

Basta ver algunos videos donde Uribe, sale de las plazas públicas abucheado, sin que ni siquiera pueda dar su discurso, los tiempos aquellos donde Uribe, públicamente repartía insultos, enjuiciaba a la oposición, parece que han perdido brillo. Ahora le apunta al “cambio” según lo decían algunos políticos que lo acompañaban en Soacha, mientras Uribe se protegía en medios de su guardia, con el fin de evitar la lluvia de tomates. Vale decir, que Soacha no olvida los falsos positivos y peor aún la forma como Uribe quería presentar a los jóvenes, todo para justificar sus asesinatos. Pero estos no son solo hechos aislados, durante su correría Uribe, ha encontrado a una Colombia cansada con su guerra, sus odios, su corrupción, sus delitos. Definitivamente esa no es la paz que todos queremos.


Ahora bien, lo siguen los demás políticos con sus discursos gastados por el paso del tiempo, su irrespeto por el país, del cual los políticos han hecho su forma de vida, por ello, nos han gobernado dinastías enteras, que se reparten los puestos como si se tratara de un designio divino. A esto le llamamos democracia.