Casi trece años después de ocurridos los aborrecibles hechos del 11 de septiembre de 2001, el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, reconoció que oficiales estadounidenses “torturaron a alguna gente” luego de esos atentados terroristas en Nueva York y Washington D.C.
Claro que esto lo sabían muchos millones de personas en todo el mundo, incluyendo el propio Obama quien admitió a la prensa el viernes primero de agosto de 2014, al opinar sobre el informe del Senado acerca de la práctica de torturas a presuntos terroristas por parte de la CIA, que “incluso antes de asumir la presidencia, sabía perfectamente que después del once de septiembre hicimos cosas desatinadas”.
Alegó eufemísticamente que “cruzamos la línea, hicimos cosas erradas que van contra nuestros valores…, pero comprendamos estas acciones en el contexto de los atentados…, la gente de la inteligencia actuó bajo una extrema presión en el 2001 y también posteriormente. No seamos demasiado moralizadores al juzgar retrospectivamente el duro trabajo de estas personas… que son verdaderos patriotas”.
El escándalo que obligó al presidente de los Estados Unidos a dar estas explicaciones surgió cuando, aparentemente por error, un funcionario de la Casa Blanca, filtró un documento que revela la escala de las torturas practicadas por la CIA desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Se conoce que el Departamento de Estado preparó un sumario de cuatro páginas con las conclusiones que sacó de un informe secreto del Senado sobre las prácticas aplicadas por la CIA en sus interrogatorios, y que este llegó a un periodista de la agencia de noticias estadounidense AP a quien le fue equivocadamente enviado por un funcionario de la Casa Blanca.
Diríase que, más que por tratarse de denuncias de graves delitos cometidos por el gobierno e ignorados en los medios corporativos de prensa, lo que pudiera estar detrás de la ingenuidad de quien cometió el error de permitir que se conociera el informe secreto del Departamento de Estado es que en él se explica cómo se ocultó intencionalmente la información, en especial la referida a la crueldad de las torturas y a la existencia de cárceles secretas, a algunos miembros del Congreso y del Gobierno de EE.UU.
Y este ocultamiento, pudiera haber significado una violación del “pacto de caballeros” que rige la dictadura bipartidista que gobierna Estados Unidos hace mucho tiempo.
Según ha trascendido, el preámbulo del sumario que está en el centro de este escándalo expresa: “Este informe cuenta una historia de la que ningún estadounidense se siente orgulloso”.
Del informe se desprende que después de los ataques del 9/11 las prácticas de interrogatorios de la CIA a los presuntos miembros de Al Qaeda eran incluso más atroces de lo que se pensaba y, a pesar de ello, por medio de estas torturas la CIA no logró obtener datos cruciales que sirvieran para salvar vidas.
Según lo que se ha conocido por la prensa del reporte que elaboró el Departamento de Estado, entre esas técnicas figuraban bofetadas, humillaciones, exposición al frío, privación del sueño y ahogamiento en agua. El reporte “no deja lugar a dudas de que los métodos usados para sacar la información de algunos supuestos terroristas causaron profundo dolor” y que el daño causado “superó cualquier beneficio potencial”.
Manipulado por el control de los medios de información que ejercen las mismas fuerzas que son responsables de las guerras estadounidenses, un número relativamente alto de norteamericanos considera que los torturadores de Abu Graib y los verdugos de medio millar de prisioneros en la ilegal base militar de Estados Unidos en Guantánamo, Cuba, son ovejas negras en un ejército en el que esos males son excepcionales.
Desgraciadamente, nada está más lejos de la verdad que esto. Y es que es escandalosamente evidente que, así como los propios acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos están aún por investigar, siguen envueltas en nebulosas muchos aspectos horripilantes de la “guerra contra el terrorismo” que Estados Unidos declaró contra su propio pueblo y el mundo tras aquel monstruoso crimen.
A 13 años del trágico acontecimiento, es lamentable observar que quienes en Estados Unidos insisten en buscar verdades corren el riesgo de ser acusados, a tenor de las “leyes patrióticas”, de participar en teorías conspirativas o de traidores, o al menos eso temen.
La afirmación por el propio presidente de Estados Unidos de que no ignoraba los horrores que siguieron a los hechos del 11 de septiembre de 2011(que calificó de equivocaciones) sin siquiera censurarlos durante 13 años, parece justificar esos temores.
Tomado: Granma