lunes, 3 de mayo de 2021

Por qué Antonio Nariño se erige en la plaza principal de Pasto

 Muchas veces pasamos por la plaza principal de Pasto sin mirar la estatua en bronce situada en el centro. Tal vez, hay quien no sabe que representa la figura del general Antonio Nariño, llamado con honor el precursor de la Independencia. Tal vez, pocos saben que se rindió homenaje al general en el lugar más importante de esta histórica ciudad.

Comencemos recordando que, en el 2003, la revista Semana preguntó a un destacado grupo de intelectuales quien era, entre los grandes personajes de nuestra historia, el que merecía llamarse “el colombiano de todos los tiempos”. Este título tan honroso lo ganó Antonio Nariño. Al respecto, el escritor e historiador Enrique Santos Molano dijo: “los colombianos y las colombianas sentimos que nadie nos representa tan bien, en nuestra identidad y en nuestras aspiraciones como pueblo, en nuestras virtudes y en nuestros defectos, en nuestras bienandanzas y en nuestros infortunios, como Antonio Nariño”.

Regresemos a 1813. El general Nariño inició campaña militar para desalojar a los realistas del sur de la Nueva Granada. Derrotó al ejército español de Juan de Sámano en las batallas del alto Palacé y de Calibío. Luego, el 22 de marzo tomó el camino tortuoso a Pasto, siempre asediado por los guerrilleros del valle del Patía. Un día antes de llegar al imponente y terrible cañón del río Juanambú, Nariño cumplió 49 años sin imaginar la pesadilla que le esperaba. En medio de sangrientos combates, su ejército atravesó el cañón, remontó el alto de Cebollas y de Tacines y asomó en las puertas de Pasto. Casi entra a la ciudad, pero fue derrotado por las milicias pastusas que, al final, no contaron con el ejército español pues el mariscal Melchor Aymerich, abandonó vergonzosamente el terreno de combate. En cambio, la virgen de las Mercedes, sacada en procesión, duplicó la fortaleza innata de los vencedores. Nariño traicionado por uno de sus subalternos, que no llegó al combate con la tropa, quedó aislado y debió pasar frías noches oculto en un bosque. Pero fue encontrado y conducido preso la ciudad.

El 14 de mayo de 1814, hacia las tres de la tarde, el general Nariño pisó por primera y última vez las calles de Pasto. Bajó por la llamada del Calvario y fue conducido a la cárcel, una vieja casona en la plaza mayor. Allí se concentró la gente para pedir su cabeza por rebelarse contra el rey de España y atentar contra la sagrada religión católica. Reclamaban al “hereje” que había fundido las reliquias de plata de las iglesias de Popayán para solventar los gastos de su campaña, al “pecador” que los atacó en tiempo de semana santa. Pero el valiente y decidido general, salió al balcón y, con vehementes palabras, pudo acallar al gentío que se conmovió al escucharle decir que era un orgullo morir en manos del bravo y heroico pueblo pastuso. En ese momento entendieron que se trataba de un hombre extraordinario.

¿Quién era el hombre capturado?

Su nombre completo: Antonio Amador José de Nariño y Álvarez del Casal. Nacido en Santafé de Bogotá en 1765, alcalde de su ciudad a los 24 años y presidente de la república de Cundinamarca en 1811. En Pasto no imaginaban que tenían en su poder a un gran político, militar, estadista y gobernante, un revolucionario que luchaba por crear una república liberal y democrática. Había estudiado filosofía y derecho, pero tenía otras facetas: periodista, librero e impresor. Apasionado lector, su biblioteca poseía unos dos mil libros, periódicos, manuscritos y mapas geográficos. Como inquieto pensador organizaba tertulias con lo más florido de la intelectualidad santafereña, para reflexionar y difundir las ideas del pensamiento Ilustrado.

En 1794, como hecho excepcional e histórico, Antonio Nariño tradujo al español y publicó la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, elaborada por la Asamblea Nacional Constituyente de Francia el 26 de agosto de 1789. La Audiencia española le declaró conspirador por propagar ideas “para que a imitación de los franceses se sembrase en este Reino la discordia, la insubordinación, la independencia, la libertad”. Nariño fue condenado a diez años de prisión en una cárcel de Cádiz. Dos años después escapó y vivió unos años en Francia e Inglaterra. Al regresar a su patria fue detenido y confinado en una cárcel de Cartagena y fue liberado después del grito de la independencia. El 14 de julio de 1811 publicó el primer número de La Bagatela, periódico donde expuso sus ideas de libertad absoluta y de soberanía. Pidió mantener la unión del pueblo y de las provincias para consolidar la independencia y la unidad política.

El presidente de Quito, don Toribio Montes, dispuso que se decapitara al general patriota en la plaza de Pasto. Sin embargo, al paso de los días, con su conversación florida y trato culto, el carismático Nariño cautivó al más influyente de los pastusos, el coronel don Tomás de Santacruz, que se negó a cumplir la decisión de don Toribio. Pasó un año prisionero hasta que se ordenó su trasladado a una cárcel de Cádiz. Salió custodiado por el camino de Obonuco, donde la gente se arremolinó para ver, por última vez, al gran santafereño. Esta vez no hubo insultos sino admiración y respeto, “porque siempre los valientes han rendido culto a los valientes” dice el historiador pastuso Leopoldo López Álvarez.

Inauguración de la plaza de Nariño

Pasaron los años. El 4 de marzo de 1910, para conmemorar en Pasto un siglo de la Independencia, el gobernador Eliseo Gómez Jurado firmó un acuerdo para adquirir la estatua del general Antonio Nariño: “El día 20 expresado (de julio) tendrá lugar la inauguración solemne de la estatua del Prócer de la Independencia General don Antonio Nariño en el Parque Central que en lo sucesivo se llamará Parque de Nariño”. Desde entonces la plaza lleva el nombre de Nariño por el deseo, el sentir sincero y visionario de quienes conformaron la Junta departamental del centenario de la Independencia: Adolfo Gómez, José María Bucheli, Ángel María Guerrero, Nemesiano Rincón, José Rafael Sañudo, Daniel Zarama y José Rafael Zarama. Fueron ellos políticos, militares, intelectuales e historiadores, los más ilustres en ese tiempo. Al llamarle de Nariño, a la plaza, escribieron historia grande, no de vencidos o vencedores, ni de resentidos, sino con la profunda emoción de celebrar cien años de Independencia, de haber acabado con el yugo español y el anhelo de estrechar lazos con la república de Colombia.

De inmediato se comenzó a remodelar la plaza que entonces se llamaba de la Constitución. La ya destartalada “pila del viejo o mono” fue retirada sin compasión. Algunos creían que era la escultura de Fernando VII pero era Neptuno, dios de las aguas. El nuevo trazado se hizo de corte republicano, geométrico, con jardines alrededor de un espacio central destinado a la estatua del héroe.

Sin embargo, la estatua de Nariño no llegó el día esperado. Posiblemente en ese año de conmemoración hubo muchos pedidos de esculturas que se elaboraban en Bogotá. De todas maneras, se realizaron actos conmemorativos. Mientras llegaba la estatua se colocó un retrato; “A las 8 a.m., a los acordes elocuentes del Himno Nacional se izó en el Palacio de Gobierno el oriflama de la Patria; en seguida, en medio de una gran concurrencia se colocó el retrato del General Nariño sobre una columna en el mismo lugar donde se levantará su estatua”. A la una de la tarde, en una tarima situada en la plaza, iniciaron los discursos. El coronel Ricardo Zarama, hizo un relato dramático de la lucha titánica entre los rivales y se refiere a Nariño: “preso antes que fugitivo, desde uno de los sitios que desde aquí miramos dijo a sus vencedores: Pastusos, aquí tenéis al General Nariño, y Pasto recogió el depósito y allí lo tiene fundido en bronce y próximo a colocarlos en estos mismos sitios que recogieron el acento de su voz para estímulo e inspiración de las generaciones del porvenir”.

En la plaza

El sacerdote Benjamín Benalcázar, primer rector de la Universidad de Nariño, elogió al prócer colombiano que había luchado también por la libertad de expresión y el respeto de los derechos humanos. Pidió imitar su ejemplo y venerar su memoria, “Levantémosle en nuestras plazas y en nuestras avenidas, imperecederos monumentos de gloria, porque él nos legó la Independencia […] y Pasto, en todo tiempo, te ha cerrado sus puertas, hoy las abre de par en par; y yo vengo en nombre de sus hijos y a nombre de mi raza a ceñir tu frente con la corona que tanto anheló tu corazón diamantino”. En la noche, el padre Benalcázar presentó su obra teatral “Nariño”, que fue bien acogida y aplaudida por el público.

La estatua llegó en el año siguiente. Una fotografía tomada el 20 de julio de 1811 ilustra el histórico evento. En el centro se levanta la obra escultórica elaborada por el francés Henri-Léon Gréber. Toda la plaza está rodeada de una reja en hierro de 320 metros lineales, traída de Francia. Es un día lluvioso, la vegetación ha crecido. Gentes de la burguesía, vestidos de etiqueta, con sombreros de copa, rodean la escultura. Luego está el pueblo de ruana y sombrero de iraca. Fue un día especial, todos muestran la satisfacción de rendir homenaje al gran hombre, con nobleza, sin desfasados rencores.

De esta manera, con la admirable gallardía de los valientes, los pastusos de 1910 rindieron homenaje al hombre excepcional que iluminó el camino al nacimiento de la patria, en bronce perenne, al más ilustre de todos los colombianos, en todos los tiempos.

Fuentes:

“Acuerdos Departamentales de 1910”, No. 19, p.34. Imprenta del Departamento, Pasto 1910

“Primer Centenario de la Emancipación de Colombia en Pasto”. Edición oficial. Imprenta del Departamento, p 3 y ss, Pasto, 1910.

“Historia Urbana de Pasto”, Julián Bastidas Urresty, Ediciones testimonio 2000.

Tomado Prensa Rural