martes, 4 de febrero de 2025

Fin a la guerra de Ucrania: Meses, no años

 Dar por concluida la guerra de Ucrania debe ser “cosa de meses, no de años”, afirmó en su última aparición en Fox News, el canal de televisión favorito del trumpismo, el general Keith Kellogg, designado por Donald Trump como la persona que ha de encargarse de cumplir la promesa de campaña del presidente republicano.

La frase supone la constatación de que la Casa Blanca trabaja para lograr el inicio de una negociación que lleve a un alto el fuego en Ucrania y también la responsabilidad que el exmilitar ha hecho propia a la hora de acelerar los hechos en busca del objetivo. Sin embargo, y pese a la capacidad de crear titulares que implica la afirmación, es preciso comprender el contexto en el que fueron pronunciadas esas palabras.

El viernes, Donald Trump volvió a referirse a la necesidad de conseguir el final de la guerra por medio de una negociación. Preguntado por la prensa, el presidente de Estados Unidos respondió no querer decir nada sobre si ha conversado ya con Vladimir Putin. A principios de año, la prensa dio por hecho que se había producido una llamada telefónica entre los dos presidentes, contacto que fue negado por el Kremlin y respondido con el silencio de la Casa Blanca.

Aunque la discreción no es una de sus mayores virtudes, Trump insiste en confirmar únicamente que su equipo -sin precisar si ha sido el asesor de Seguridad Nacional Waltz, el secretario Rubio o el propio Kellogg- ya ha comenzado los contactos con la Federación Rusa. La forma en la que está llevándose el proceso indica que toda negociación va a ser realizada por Estados Unidos y no por Ucrania.

Por otra parte, la rapidez con la que el trumpismo ha actuado en otros escenarios y el aparentemente nulo avance diplomático en la cuestión ucraniana recuerdan la complejidad de conseguir el final de este conflicto que Trump creyó que resolvería en menos de los cien días que Keith Kellogg se ha otorgado a sí mismo para “ver dónde estamos, si en un alto el fuego o una paz permanente”.

Otra vez, las palabras del general pueden llevar a error, ya que no hay en su discurso ningún atisbo de confianza en un plan que aún no se sabe si existe. La Administración Trump llegó a la Casa Blanca con un plan claro en varios de los aspectos que considera claves, fundamentalmente la frontera y el comercio.

Sin ninguna dilación se puso en marcha la maquinaria para detectar, detener y expulsar a miles de personas migrantes, mientras que a golpe de decreto o rueda de prensa, Trump ha anunciado ya aranceles para los productos procedentes de México, Canadá y China y amenaza a la UE con una actuación similar si no accede a adquirir una mayor cantidad de hidrocarburos estadounidenses.

En política exterior, antes incluso de la toma de posesión, el equipo del actual presidente participó y posiblemente fuera clave en la presión ejercida sobre Israel para que Tel Aviv aceptara el alto el fuego que llevaba meses rechazando. El viernes, Richard Grenell viajó a Venezuela apenas unas horas después de que se mencionara la necesidad de recuperar el diálogo con el Gobierno de Nicolás Maduro.

El enviado de Trump para zonas calientes consiguió lo que buscaba, liberar a seis estadounidenses encarcelados en el país. Venezuela, por su parte, logró también su objetivo de abrir algún tipo de diálogo con un país capaz de imponer un bloqueo similar al de Cuba y hacerlo sin necesidad de tratar con Marco Rubio, cuya postura en América Latina va a ser mucho más dura.

Son solo dos ejemplos de acciones tangibles que se han producido en las primeras dos semanas de presidencia de Trump y que contrastan con la ausencia de avances para conseguir el inicio de los contactos entre Rusia y Ucrania en busca de una negociación.

Un medio pro ucraniano afirmaba ayer que “Kellogg mueve la portería” para retrasar la fecha de resolución del conflicto de un solo día primero, cien días después y ahora años. Carente del don de la palabra, Kellogg trató de presentar en Fox News una postura de confianza en el presidente Trump debido a su pasado empresarial y su capacidad de llegar a acuerdos, pero no fue capaz de plantear siquiera un esbozo de cómo lograr resolver un conflicto que ambos países consideran existencial.

En su aparición en Fox News, en la que insistió en que la resolución del conflicto “no puede ser como Afganistán y durar cuatro años”, el general no trató de ampliar las fechas límite, sino insistir en la necesidad de resolver la situación en el corto plazo.

Entre los escenarios posibles, Kellogg mencionó cien días en los que, en su opinión, aunque siempre sin decir cómo, sería factible tanto lograr un alto el fuego que permitiera continuar con la negociación, como haber logrado ya la paz. “Me gustaría ver una cuenta atrás de cien días y comprender dónde estamos”, afirmó Kellogg, dando escasas esperanzas de poder conseguir el objetivo que dice que es posible.

A juzgar por su discurso, que en ningún momento dio la sensación de contar con la información necesaria para describir los planes del presidente, Estados Unidos confía en la herramienta de la presión. Según Reuters, el equipo de Trump aún debate si buscar un alto el fuego para posteriormente negociar o una negociación para avanzar directamente hacia una resolución.

El plan Kellogg-Fleitz, que posiblemente haya sido el motivo por el que el general ha sido nombrado para el puesto, entendía que esa presión debía producirse utilizando como incentivo y amenaza el suministro de armas. Ucrania recibiría más armas si Rusia rechazaba negociar, mientras que ese flujo se detendría si era Kiev quien rehusaba participar en el proceso obligatorio de negociación ordenado por la Casa Blanca.

Kellogg apela ahora de forma explícita a “leer entre líneas” en cuanto a la presión que Estados Unidos pretende ejercer tanto en Rusia como en Ucrania para detener una guerra que, según Kellogg, ofrece la cifra de un millón de soldados muertos o heridos, “cifras propias de la Segunda Guerra Mundial”.

Las palabras de Mike Waltz, con más peso en la Administración Trump que Kellogg, cuyo puesto se anunció como no remunerado, sobre las sanciones y la repetida mención del presidente a forzar la reducción del precio del petróleo para hacer inviable que Rusia pueda seguir luchando apuntan a un cambio en la forma en la que va a ejercerse la presión sobre Moscú.

La principal carencia del plan Kellogg-Fleitz era precisamente el uso del flujo de armas como herramienta de presión, ya que, en la práctica, implicaba un aumento de la cantidad de material bélico suministrado a Kiev y, por consiguiente, mayores posibilidades de continuación de la guerra.

Por otra parte, los hechos han mostrado que el aumento de suministro bélico a Kiev no ha servido de aliciente para que Rusia detuviera la guerra, sino para que Moscú se reafirme en sus postulados, algo que puede extenderse también a las sanciones, que han causado en la población rusa una sensación de agravio y agresión que ha logrado una mayor unidad en lugar de la desestabilización buscada.

De ahí que no haya ningún optimismo creíble en las palabras de Kellogg, en las esperanzas de Trump de aplicar las sanciones de tal manera que tengan el efecto que no han tenido hasta ahora ni, por supuesto, en la simplista visión de los hechos que mantiene el equipo de política exterior de la Casa Blanca.

Trump ha insistido en que Zelensky desea llegar a un acuerdo con Rusia, algo que contrasta con sus declaraciones diarias, mientras que tanto Waltz como Kellogg han afirmado que los países europeos también se han adherido a la postura estadounidense de buscar la paz.

Al contrario que Ucrania, que comienza a adaptar su discurso a la posibilidad de una negociación, los países europeos y la Unión Europea son el último bastión de la creencia de que es preciso continuar luchando mientras sea necesario.

Esa coletilla tan utilizada actualmente en el continente europeo y por la anterior Administración estadounidense ha sido el blanco de las críticas de Marco Rubio, que ha calificado de deshonesto sugerir que Ucrania podía recuperar Crimea y ha definido la guerra como estancada, ha criticado a Biden por la caótica retirada de Afganistán, que “dio a Putin la percepción de que Estados Unidos estaba en decadencia”, y ha afirmado que “el futuro de la nación está en el alambre” a causa de la destrucción y el éxodo de millones de personas que quizá no regresen nunca.

Según el secretario de Estado, las negociaciones son una necesidad objetiva y que “ambos bandos tendrán que hacer concesiones”, una conclusión lógica teniendo en cuenta que todo indica que la guerra se dirige a un final no concluyente en el que ni Rusia ni Ucrania podrán dictar los términos.

Aun así, las palabras de Rubio han causado enfado en Ucrania y han recibido la respuesta de Dmitro Kuleba, exministro de Asuntos Exteriores que, al contrario que quienes actualmente se encuentran en el Gobierno, puede permitirse el lujo de criticar a Estados Unidos.

“No había un punto muerto en Ucrania y no lo hay ahora. Rusia ha ido avanzando lentamente, capturando nuevos pueblos y ciudades a un coste enorme para su ejército. Esto ocurre hoy debido a la suspensión de la ayuda estadounidense, al insuficiente apoyo de la UE y a la incapacidad de Ucrania para producir o adquirir más armas”, ha escrito Kuleba como reproche a los aliados occidentales y culpándoles de las pérdidas territoriales que actualmente sufre Ucrania.

Y en un discurso que no se diferencia en absoluto del de Zelensky y su entorno, el exministro ha añadido que “Putin sólo hace concesiones cuando se ve acorralado, no cuando recibe señales de que es invencible y de que apoyar a Ucrania fue un error”. La oferta rusa de marzo y abril de 2022 -retirada de prácticamente todos los territorios capturados a cambio de la renuncia a la OTAN- muestra que sus palabras no se corresponden con la realidad.

Sin embargo, son la base de su argumento, con el que concluye que, “las intenciones del secretario de poner fin a la guerra son encomiables, pero el enfoque presentado ayuda a Rusia a terminarla a su favor. Si Rusia gana en Ucrania, sus aliados -China, Irán y Corea del Norte- se envalentonarán, creando crisis globales que exigirán muchos más recursos estadounidenses. El coste de detener a Rusia ahora es mucho menor que el coste de contener a una Rusia fortalecida y a sus aliados en el futuro”.

En otras palabras, la paz negociada que ahora se plantea y que supondría congelar el frente y renunciar a la OTAN, pero no a la asistencia occidental es entendida como una paz favorable a Rusia, una victoria que China, la República Popular de Corea e Irán utilizarían para desestabilizar el mundo.

Según este escenario, es preciso continuar la guerra hasta lograr una resolución favorable a Ucrania, una opinión que sigue siendo la que marca, pese a las declaraciones de Trump, la política del Gobierno ucraniano.

Slavyangrad.es

Tomado: Agencia Prensa Rural