Vistiendo una sudadera roja sobre su gorra de béisbol, Omar, un muchacho de 17 años, saltó rápidamente del tractor para saludarnos. Era delgado, su piel parecía quemada por el sol y sus manos estaban llenas de callos producidos por la recogida de vegetales sin la protección de unos guantes. Fouzi, de 16 años, hermano menor de Omar, con una gorra de béisbol y un cubo de plástico, le seguía de cerca. Gotas de sudor corrían por sus rostros mientras nos mostraban, orgullosos, las berenjenas y los pimientos que habían recogido en las cinco últimas horas.
Hace cuatro años, Omar se convirtió en el principal sostén de su familia, compuesta por ocho miembros, después de que su padre falleciera. Con una importante deuda, debida las facturas sin pagar de las medicinas, Omar empezó a recoger, limpiar y empaquetar frutas y vegetales en los campos cercanos del asentamiento israelí de Hamra, en el valle del Jordán.
Cuando compaginar el trabajo y la escuela se volvió demasiado agotador, tanto Omar como Fouzi dejaron la escuela para trabajar todo el día en los campos. Dependiendo de la estación, entre 10.000 y 20.000 palestinos trabajan en los asentamientos agrícolas israelíes del valle del Jordán. Entre el 5 y el 10 por ciento de estos trabajadores son niños, según el Centro de Desarrollo Maan.
Uno de los lugares con accesos más restringidos de la Tierra, el valle del Jordán es el hogar de grandes y fértiles extensiones de tierras agrícolas ocupadas por los colonos israelíes. Desde 1967, Israel ha puesto en práctica de manera sistemática medidas de control absoluto de la región, privando a los palestinos de sus propios recursos.
Aunque los colonos israelíes representan el 13 por ciento de la población, controlan el 86 por ciento de las tierras. El valor anual de la producción agrícola de los asentamientos del valle del Jordán está estimada en unos 132,6 millones de dólares, según un informe de la organización palestina de derechos humanos Al Haq.
Omar y Fouzi son originarios del pueblo cisjordano de Duma, 21 kilómetros al sureste de Naplusa. Durante los meses en que trabajan, se alojan en barracas cercanas al asentamiento de Hamra, durmiendo en unos catres minúsculos.
“Trabajamos hasta diez horas y más al día, y apenas podemos interrumpir el trabajo para beber agua y descansar”, dice Fouzi. “Las barracas en las que dormimos son muy pequeñas y húmedas, a veces sentimos que nos asfixiamos, pero estamos acostumbrados a ello”.
Al final de cada semana, envían el dinero que han ganado a su madre. Los menores ganan un salario medio de 40 a 60 NIS (entre 9 y 14 euros) al día. Esto no alcanza ni para comprar una bolsa de harina, dice Muntaha, la madre de Omar y Fouzi.
Niños palestinos de 11 años trabajan hasta 12 horas al día, bajo temperaturas que alcanzan los 50º C y caen hasta los 0º C.
Los niños trabajadores pueden sufrir lesiones y dolores crónicos debido a las largas jornadas laborales, las malas condiciones de trabajo y la dureza del mismo. El uso de pesticidas y fertilizantes inorgánicos es muy intensivo y no está regulado en el valle del Jordán, lo que ocasiona una fuerte contaminación de las aguas superficiales, que transportan altos niveles de sustancias químicas, a las que quedan expuestos los niños.
La exposición a estas sustancias químicas pueden tener graves consecuencias a largo plazo, incluyendo alteraciones hormonales, renales y en el sistema nervioso, además de cáncer.
Los niños trabajadores palestinos no tienen ninguna documentación, lo que significa que no hay constancia de ningún tipo de las horas que trabajan. Se les paga en metálico, de forma que no queda ninguna prueba de que están trabajando en los asentamientos. No tienen ningún estatus oficial, ni seguros de enfermedad ni derechos laborales. Los colonos que les emplean son bien conscientes de ello.
“El año pasado, un chico se cayó de un tractor y se hirió en la espalda. Casi se queda paralítico y no tenía ningún seguro, así que no puede seguir trabajando”, dice Omar, mientras se queda mirando al tractor que él conduce.
Los niños trabajadores indocumentados son más vulnerables a la explotación, temerosos de que si se quejan o reivindican algún derecho, pueden poner en peligro su fuente de ingresos.
“Los casos de violencia y abusos sexuales son muy habituales en los asentamientos”, dice Amyad Yaber, director de la oficina de Jericó del ministerio del Trabajo de la Autoridad Palestina. “He escuchado historias terribles a muchas mujeres y niños, que son los más vulnerables”.
La limitada formación profesional y otras alternativas fuerzan a muchas familias palestina a recurrir a los waseets*. Las familias confían en los waseets para encontrar trabajo para sus hijos en los asentamientos israelíes. Muchos waseets son ellos mismos niños trabajadores.
Los waseets cobran generalmente comisiones a los niños trabajadores que reclutan. Algunos también cobran unos impuestos por el alojamiento y el transporte. Los colonos israelíes pagan salarios más altos a los waseets porque sus servicios son fundamentales para que sus negocios agrícolas funcionen y den beneficios.
La Autoridad Palestina (AP) prohíbe que los niños trabajen en los asentamientos y, según la ley israelí, emplear a menores es ilegal, todo lo cual hace que la fuerza de trabajo infantil sea invisible a los ojos de la ley y carezca, por tanto, de las protecciones y los derechos básicos.
“En mi opinión, el uso de trabajo infantil en los asentamientos es una forma de tráfico de seres humanos”, dice Jaled Kuzmar, abogado y miembro de Defence for Children International Palestine, que participó en la redacción de la ley laboral palestina que entró en vigor en 2000. (Soy asesor de DCI Palestine.)
“El trabajo infantil es un asunto muy complicado”, afirma Kuzmar. “El sistema legal fragmentado de Cisjordania facilita la explotación del trabajo infantil, ya que la ley laboral palestina solo se aplica a los niños que trabajan en las áreas que están bajo la jurisdicción de la Autoridad Palestina, no en los asentamientos israelíes”.
Sentados junto a la madre de Omar y Fouzi, Muntaha, en Duma, sus palabras expresan su angustia por su dependencia del trabajo de sus hijos.
“Ninguna madre quiere enviar a sus hijos a trabajar a un asentamiento. Por supuesto que no”, susurra Muntaha. “Pero, ¿qué otra cosa podemos hacer?”.
* Waseet es una institución tradicional árabe en Oriente Medio que, teóricamente, actúa como intermediario para la resolución de conflictos. En la práctica, se ocupa de la búsqueda de influencias y favores, por lo que ha sido acusada de corrupción. Para más información, véase Informal Institutions, Personalism and Organisational Behaviour in the Arab World and China (Wasta and Guanxi [N. del T.].
Acerca del Traductor: Javier Villate mantiene el blog Disenso, con artículos, análisis y traducciones sobre Palestine, Israel y Medio Oriente. Le puedes seguir en Twitter como @bouleusis
Fuente: Palestinian Children: The Invisible Workers of Israeli Settlements, 28/08/2013
Dina Elmuti, The Daily Beast / Traducción: Javier Villate, blog Disenso
Tomado: tercerainformacion.es