martes, 11 de junio de 2024

La guerra que se nos hace desde lo mediático

 La historia de la guerra mediática contra el proceso revolucionario cubano, prácticamente tiene sus inicios con el nacimiento de la guerrilla liderada por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. De tal modo, la mentira está en las raíces mismas de la oposición a la Revolución, y sigue siendo hasta hoy práctica cotidiana.

Tan temprano como en 1957, el jefe guerrillero fue «aniquilado», según trascendidos en la prensa del vecino del Norte. La evidente fake news sería convenientemente desmentida por el periodista estadounidense Herbert Matthews, de The New York Times, quien entrevistó a Fidel en plena Sierra Maestra.

De estas primeras experiencias surgiría, como necesidad política insoslayable, un medio de comunicación propio del Movimiento 26-7: la ahora icónica emisora Radio Rebelde, que adquirió notable audiencia cuando aún no había caído la dictadura.

Desde entonces hasta la actualidad los objetivos de la agresión mediática contra la Revolución son los mismos: desacreditar a sus líderes, fomentar estados de opinión contrarios a esta y crear las condiciones, en el terreno ideológico, para su destrucción en el seno del pueblo cubano.

Otro fin aún más global, no siempre evidente, tiene que ver con el admitido propósito del poder en ee. uu. de enfrentar, en el terreno de las ideas y de la cultura, un pensamiento de izquierda, que cuestione la existencia misma del sistema capitalista.

Resulta un error estratégico creer que la guerra mediática contra Cuba es un asunto local, y que se limita a sembrar mentiras y medias verdades sobre la cotidianidad cubana. A partir del simbolismo y los alcances internacionales de la Revolución en la Isla, desvirtuar, distorsionar y destruir ese legado en el orden de la subjetividad política constituye tal vez el principal propósito de los enemigos.

En el contexto de una guerra económica que se despliega en paralelo, mediante un bloqueo sostenido y prolongado, las autoridades estadounidenses han implementado una estrategia comunicacional que cuenta con generosos recursos tanto de origen público, a través de numerosas agencias federales, como más compartimentadas, que se solapan en ong y otras instituciones de aparentes propósitos solidarios y para ayudar al pueblo cubano.

A partir de la extraordinaria expansión de las redes sociales digitales y del universo digital propiamente dicho, la agresión mediática adquirió dimensiones insospechadas 30 años atrás.

Los ataques desde medios tradicionales como la tv y la radio, así como la prensa escrita, se reconvirtieron al formato de las nuevas plataformas, y el mensaje permanente, 24 horas por siete días a la semana, se lanzó como dardo envenenado a millones de cubanas y cubanos, generando un nuevo cuadro desafiante en materia política e ideológica.

Es relevante insistir en la integralidad de la agresión. Se recurre a una suerte de retroalimentación en tanto a mayor bloqueo, mayores restricciones y más obstáculos al desarrollo sostenible, con lo cual se busca fomentar la inconformidad, la incertidumbre y, si todo le va bien al enemigo, que se generalice la incertidumbre y la pérdida de confianza en un futuro mejor.

Para 2024, según lo expresado públicamente por la administración de Biden, disponen de unos 50 millones de dólares como aporte a la hostilidad en materia mediática. Con semejantes recursos se prevé el soporte financiero a no menos de 30 plataformas que operan como medios de prensa, así como a páginas y perfiles y un grupo de llamados influencers, entre otras formas de organización para delinquir en materia comunicacional.

Los medios de prensa digitales cuentan con intelectuales y, en algunos casos, comunicadores bien preparados, excepto tal vez en una cosa: el sentido de patria. Los influencers, bueno, los influencers francamente son cualquier cosa, y predomina en ellos la vulgaridad, la incultura y la mediocridad más absoluta, compartiendo los antivalores propios del sistema que los mantiene, sin que tengan que trabajar en algo útil.

Luchadores contra el comunismo, adalides de la democracia liberal burguesa y otras tonterías predominan en este miniejército, que se alista según el pago que recibe; es decir, mercenarios 2.0 que cruzaron todos los límites cuando, al unísono, pidieron una invasión militar a Cuba en ocasión de los sucesos del 11 de julio de 2021. Para entonces, la traición adquirió una dimensión de la que no podrán volver.

El afán de lucro, empero, es uno de sus principales problemas. Visto que en las redes sociales la competencia tiene un volumen casi tan infinito como el propio internet, las plataformas o influencers rivalizan entre sí porque es menester monetizar las publicaciones, más allá de la indicación de los jefes norteamericanos, de generar permanentes líneas editoriales o campañas coordinadas.

Visto desde una perspectiva política, el cuadro se torna delirante. La guerra mediática es entonces un modus vivendi gestionado por personajes desprovistos de un compromiso patriótico y de limitadas luces, aunque en contados casos derrochen cultura general, peleados íntimamente con los demás de la cuadrilla y sin una propuesta política auténtica, subordinados a los intereses de reconquista neocolonial de sus empleadores.

A pesar de lo anterior, es obligado prestar comedida atención a este quehacer. Nunca deben subestimarse las agresiones, por ineficaces que aparenten ser. En última instancia, ningún proceso de transformación profunda tiene futuro si es incapaz de defenderse, más allá de lo justo y necesario que sea.

La Revolución, ya sabemos, es una obra colosal que les cambió la vida a millones de seres, y con ello generó un sentimiento, valores compartidos que van más allá de cualquier tipo de esquema ideológico, convirtiendo al cubano de antes del 59 en otro tipo de cubano.

Desde luego que las cosas, dialéctica mediante, cambian a veces atropelladamente, cuando la agresión y las vicisitudes económicas pueden lacerar la paciencia de las personas. Es en ese momento cuando el enemigo intensifica su ataque, cuando cree que, por fin, y por arte de magia, se han creado las condiciones para derrotar a los revolucionarios.

Este tipo de batalla de las ideas que trasciende a la de la información, también impone el tremendo desafío de saber lidiar con nuestras propias diferencias, con el ejercicio saludable de la crítica y la autocrítica, y con la sabiduría de no confundir el ataque siniestro desde la potencia hostil, con la opinión diferente entre los revolucionarios. Si nos equivocamos en esto, la guerra mediática habrá obtenido un obsequio inmerecido.

De allí la necesidad de persistir en las formas y contenidos de la democracia partidaria y popular, que pasa por algo tan abarcador como simple: tener claro qué principios defendemos, el intercambio permanente con la gente, la transparencia en la información, la creatividad y la honradez intelectual.

Puede decirse que la guerra mediática está condenada al fracaso, y no solo por la incapacidad política de nuestros enemigos. Derrotarla es imperativo para sostener la soberanía nacional, es lo justo, es lo moral, es estar en el lado correcto.

A favor de la Revolución también está la cultura cubana, que no tiene nada que envidiarles a otras, se tiene el nivel educacional alcanzado, que vuelve imposible que la mayoría de la gente se coma el primer cuento que le hagan, no importa los costosos formatos que se empleen para convertirlos en una realidad del metaverso manipulado por algoritmos, no la real verdadera.

Lo esencial, en resumen, es sostener el poder político. Con esa fuerza y con esa garantía podemos diseñar los mejores dispositivos, los más competentes escudos ideológicos; experiencia y voluntad existen de sobra.

También tenemos la imperecedera obra de José Martí y de Fidel, ambos juntos apenas podían caber en una Isla pequeña como Cuba, y suponen una fortaleza que pocos procesos políticos tienen a su disposición.

En común, nos dejaron la cerrada defensa de la verdad, la misma que la contrarrevolución nunca ha empleado, como aquí se ha dicho, olvidando que, como expresará José Martí, «no son inútiles la verdad y la ternura». Junto a él, Fidel nos precisó, en su épico concepto, que «Revolución es no mentir jamás ni violar principios éticos».

A los enemigos, solo recordarles lo que en su momento expresó Raúl: «Cuba no teme a la mentira ni se arrodilla ante presiones, condicionamientos o imposiciones, vengan de donde vengan; se defiende con la verdad, que siempre, más temprano que tarde, termina por imponerse».

Tomado: tercerainformacion