martes, 4 de junio de 2024

¿Un siglo sin Kafka?

 No solo hoy, que se cumplen cien años de su muerte, sino desde los primeros días de 2024, el escritor checo en lengua alemana, Franz Kafka, ocupa titulares en medios de muchas partes del mundo. Proyectos editoriales, tertulias, artículos, nuevas investigaciones se animan a recordarlo. Todo parece indicar que mucho les importan a las nuevas generaciones los peculiares apuntes que dejó escritos. Habría que preguntarse si realmente hemos estado un siglo sin Kafka.

Más que hallar en su obra arbitrariedades similares a las que vivimos, los aconteceres de estos tiempos tienen mucho de kafkiano, ese adjetivo venido de sus creaciones y cada vez más usado para referirnos a realidades absurdas, completamente carentes de lógica.

El sinsentido es típico de sus narraciones, cuyos motivos ha tomado de la realidad: «Seguramente se había calumniado a José K, pues sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana». Así da inicio a su novela El proceso, en la que un funcionario de un banco, que puede ser cualquiera, procurará defenderse de algo que ignora y que tampoco nadie le puede explicar.

Otro tanto sucede en El castillo. El agrimensor K debe prestar servicios en el recinto, pero le resulta imposible entrar en él, y todo esfuerzo que haga por revertir la situación será desgastante e infructífero. Gregorio Samsa, el trabajador que una mañana amanece convertido en insecto, y está más preocupado por el modo en que llegará a la oficina, que por su actual estado, es el protagonista de La metamorfosis (también conocida como La transformación). La alienación, el imposible, la indefensión, el vacío existencial, la cosificación del ser humano… emergen de estos y de muchos otros relatos, y hablan de experiencias reales examinadas por el autor, incluso cuando tienda a creerse que el universo de su literatura es el de lo irreal.

Valdría la pena, sabiendo de una aseveración que él hiciera –«Encuentro horrorosa la K, casi me repugna, y sin embargo la empleo, ha de ser muy característica de mí»–, preguntarnos qué lo movió a denominar al protagonista de El proceso de ese modo, José K; y que en El castillo fuera mayor la incógnita, al nombrar con esa letra (K) al atormentado agrimensor.

Llena de misterios, y él mismo colmado de ellos, Kafka no es un escritor más. Para muchos, es el autor de la obra más universal de la literatura contemporánea, y sus libros clasifican entre sus más preciados monumentos. 

Con apenas 40 años, se despedía de la vida, en el sanatorio de Kierling, acabado por la tuberculosis. Poco antes de morir, en referencia a sus escritos, la mayor parte inéditos, le pidió a su amigo que lo quemara todo. A la «deslealtad» de Max Brod le debe la humanidad el acceso a esta colosal literatura, en la que quiso volcarse Kafka, según sus propias palabras, «con todo lo que soy».

La obra de este hombre que se ha pintado serio, sombrío y meditabundo –y que no lo fue tanto así– es mucho más que las que comúnmente se conocen. Textos como La Condena y En la colonia penitenciaria –una pieza maestra, que muchos no pueden terminar de leer, debido a la opresión que provoca esta máquina de tortura que graba el delito sobre la piel del condenado–, nos ofrecen otras revelaciones que nos ponen al tanto de su(s) insondable(s) mundo(s).

El escenario familiar está en la conocida Carta al padre, en la que afloran fuertes cuestionamientos y se dejan ver rasgos del carácter, y fundamentos de sus futuras actuaciones.  Leer sus Cartas a Milena resulta una aventura a la que no se debe renunciar.  

Junto a sus padres, que lo vieron morir, está enterrado en el Nuevo cementerio judío de Praga. Sus tres hermanas menores, Gabriela, Valerie y Otilie, también lo sobrevivieron, para morir después en los campos de exterminio nazis, en la Segunda Guerra Mundial.

«¿Cuándo terminará por enderezarse un poco este mundo al revés?», se preguntó un día. A cien años de su muerte, el entorno que criticó no ha cambiado, sino para estar peor. Miremos, sinceramente, ventana afuera. El horror, la prepotencia y la deshumanización tendrán la palabra. Kafka nos los recuerda si nos llegamos a su obra.

Tomado: Granma