Luego de que se iniciara el ciclo 24
de diálogos en La Habana entre la guerrilla y el gobierno colombiano, la
delegación del gobierno hizo énfasis en una discusión que según los medios ha
trascendido al interior de las Fuerzas Armadas sobre lo que se estaría
negociando acerca del tema, el equipo
negociador del gobierno afirmó: “el futuro de las
fuerzas militares y policiales” no es tema de negociación”.
Si
bien, este tema no está contemplado en la agenda, lo que no quiere decir que en
un eventual proceso de paz, este no sea un tema fundamental, pues si las
Fuerzas Armadas no se reestructuran, no tendría sentido el fin del conflicto;
en primer lugar el gasto militar no se justificaría, el número de miembros no
puede seguir siendo el mismo que en periodos de guerra, sin olvidar que
Colombia es el país que tiene más fuerza pública en la región, este crecimiento
les ha permitido ir acumulando un amplio poder de orden nacional.
En
segundo lugar, el gasto que se destina más de 6.2 % del PIB, no tendría una
justificación, pues hasta ahora aunque el gobierno y el estamento militar lo
deseen no somos potencia militar ni nos estamos preparando para una guerra
mundial. En tercer
lugar, cuál sería la función que tendrían los militares que ya no están en el
combate. Tampoco puede ser que dentro del mismo Estado o de las Fuerzas Armadas
se inventen nuevos actores armados esto para justificar el gasto y el número de
militares.
Lo que realmente queda en evidencia
es que a los militares lo que más les preocupa es que se acabe la guerra, pues
con ello probablemente se acabaría los gastos reservados que últimamente han
evidenciado una alta corrupción, los privilegios por ser militares de alto
rango, no es lo mismo ser un soldado raso que un general de la república, el primero es quien arriesga
la vida mientras el segundo es quien recibe las condecoraciones, en esta misma
dirección no puede ser la misma concepción de paz de un soldado prestando
guardia en el Paramo o en una zona de combate, que la de un general en su
escritorio, sin duda, serían dos concepciones encontradas. Al igual que la
moral de las tropas de la que tanto hablan los políticos y los generales, hasta
ahora no ha quedado claro que es; si es falta de combate, perder beneficios, reducción
en los gastos reservados, ¿o que exactamente?
Sin olvidar que la guerra les ha
otorgado prebendas; como el de ser el único sector que fija las pensiones de
sus servidores a partir del salario de los tres últimos meses de trabajo, como
también el único que conserva la retroactividad en las cesantías, otros
beneficios como las muertes en combate de guerrilleros que dieron lugar a los
mal llamados falsos positivos, entre otros, resulta que con el fin del
conflicto necesariamente debe existir una reforma en este orden, a la que hay que
oponerse con el fin de no perder los beneficios que la guerra ha dejado.
Otro aspecto de esta reforma debe ser
la venta de servicios a particulares, el mercenarismo, con lo cual el ejército
nacional custodia las multinacionales que operan en el país, pues esta alianza
ha permitido la violación a los derechos humanos.
De ahí la importancia de una
reestructuración de las Fuerzas Armadas que debe venir de la mano de un proceso
de paz, que ubique a todos los combatientes en procesos sociales, educativos y
laborales, con el fin de que la guerra no siga siendo la única fuente de empleo
o de negocio.
Finalmente es equivocado pensar como
lo ha planteado el gobierno y la comisión de paz en La Habana que el futuro de
las fuerzas militares no se está negociando, sino es así las profundas asimetrías
sociales seguirían, mientras se conserva un gasto militar que hace imposible el
progreso y el desarrollo para el conjunto de la sociedad.