Una encuesta divulgada esta semana por la mayor federación sindical de Estados Unidos concluye que los directores ejecutivos de las principales corporaciones del país ganaron 331 veces más dinero que el trabajador promedio en 2013.
Según la base de datos 2014 Executive PayWatch de la Federación Estadounidense del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, por sus siglas en inglés), los ejecutivos de 350 empresas del país ganaron un promedio de 11,7 millones de dólares el año pasado, en comparación con el trabajador promedio, que percibió 35.293 dólares.
Los mismos jefes obtuvieron, en promedio, un ingreso 774 veces mayor que los trabajadores que percibieron el salario mínimo federal por hora de 7,25 dólares, o poco más de 15.000 dólares al año, según la base de datos.
Otra investigación de las principales 100 corporaciones estadounidenses divulgada el domingo 13 por The New York Times concluyó que la compensación media de un directivo de esas empresas el año pasado fue aún superior: 13,9 millones de dólares.
Ese informe, el Equilar 100 CEO Pay Study, determina que en conjunto esos altos ejecutivos se embolsaron 1.500 millones de dólares en 2013, algo más que el año anterior.
Como en los últimos años, quien más dinero obtuvo fue Lawrence Ellison, director ejecutivo de Oracle: 78,4 millones de dólares.
Los dos estudios, divulgados mientras decenas de millones de personas presentan su declaración anual de impuestos, echan leña al acalorado debate sobre el aumento de la desigualdad de ingresos en este país.
El fenómeno saltó al primer plano con el movimiento Ocupa Wall Street de 2011.
En 1980, antes de que el gobierno de Ronald Reagan implementara sus políticas basadas en la “magia del mercado”, había que multiplicar por 42 el salario de un trabajador para obtener el de un alto ejecutivo. Hoy, hay que multiplicarlo por 331.
El presidente Barack Obama lo describió como “el desafío que define nuestro tiempo”, mientras se pone en marcha la campaña por las elecciones de mitad de período.
El mandatario intentó darle respuesta aumentando el salario mínimo y extendiendo los beneficios por desempleo y el pago de horas extra a los trabajadores federales, entre otras medidas.
El hecho de que Obama ponga la mira en la desigualdad y en los peligros que esta plantea le ha hecho ganar cierto respaldo intelectual, e incluso teológico, en los últimos meses.
En una revisión de su tradicional ortodoxia neoliberal, el Fondo Monetario Internacional (FMI) divulgó el mes pasado un estudio sobre los efectos negativos de la desigualdad en el crecimiento económico y en la estabilidad política.
La directora gerenta del FMI, Christine Lagarde, advirtió que la desigualdad crea “una economía de la exclusión” y que amenaza “el precioso tejido que mantiene unida a nuestra sociedad”.
El papa Francisco también se ha pronunciado reiteradamente sobre los peligros que plantea la desigualdad económica, por ejemplo, en una reunión privada que el mes pasado mantuvo con Obama en el Vaticano.
El informe “Global Risks” del Foro Económico Mundial, publicado en enero, sostiene que la marcada desigualdad de ingresos será el mayor riesgo para la estabilidad mundial en la próxima década.
Mientras, un nuevo estudio del economista francés Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI”, que compara la desigualdad de hoy con la de fines del siglo XIX, recibe críticas favorables en prácticamente todas las publicaciones dominantes.
La obra se basa en datos de decenas de países de Occidente que se remontan a dos siglos.
Piketty argumenta que se necesitan medidas radicales de redistribución, como un “impuesto mundial al capital”, para revertir las actuales tendencias hacia una mayor desigualdad. El autor se encuentra esta semana en Washington para disertar ante expertos de varios centros de pensamiento.
El fallo de la Suprema Corte de Justicia, que a comienzos de este mes amplió los límites de las contribuciones que pueden hacer los acaudalados a los partidos políticos y a las campañas electorales, hace temer a muchos que la democracia estadounidense vaya en camino de convertirse en una plutocracia.
De todos los países de Occidente, el que registra mayor disparidad de ingresos es Estados Unidos, según varias mediciones. En su libro, Piketty muestra que esta desigualdad actual de Estados Unidos excede a la que tenía Europa en 1900.
La diferencia de 331 a uno entre lo que perciben los 350 directores ejecutivos y el trabajador promedio es coherente con la brecha salarial característica de la última década.
Esta realidad contrasta drásticamente con la que existía después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En 1950, por ejemplo, los salarios de los directores de las corporaciones eran 20 veces mayores que los de los trabajadores.
En 1980, antes de que el gobierno de Ronald Reagan (1981-1989) empezara a implementar sus políticas económicas de la “magia del mercado”, había que multiplicar por 42 el salario de un trabajador para obtener el de un alto ejecutivo, según Sarah Anderson, veterana observadora de las compensaciones del Instituto de Estudios Políticos de Washington.
“No creo que nadie, excepto tal vez Larry Ellison, pueda decir que los gerentes de hoy son una forma evolucionada del homo sapiens en comparación con sus predecesores de hace 30 o 60 años”, se burló Bart Naylor, promotor de políticas financieras en la organización Public Citizen.
“Quienes crearon la industria farmacéutica y la de alta tecnología… eran altos ejecutivos y no drenaban la economía del modo en que lo hacen los ejecutivos de hoy”, dijo a IPS.
“La maquinaria de recompensas a los ejecutivos está arruinada”, agregó.
Lo mortificante para los sindicalistas es que muchas de estas empresas sostienen que no pueden darse el lujo de aumentar los salarios a sus trabajadores.
“Pay Watch llama la atención sobre el demencial nivel de compensaciones de los directores ejecutivos, mientras los trabajadores que crean esas ganancias corporativas no logran percibir lo suficiente para cubrir sus gastos básicos”, dijo el presidente de AFL-CIO, Richard Trumka.
“Consideren que los beneficios por retiro del presidente de Yum Brands, que posee KFC, Taco Bell y Pizza Hut: más de 232 millones de dólares, con impuestos diferidos”, dijo Anderson.
“Es bastante obsceno para una corporación que emplea mano de obra barata”, añadió.
Actualmente, el Congreso legislativo considera varias medidas para abordar el asunto, aunque la mayoría de ellas cuentan con la oposición de los republicanos, que son mayoría en la Cámara de Representantes.
No obstante, un proyecto tributario presentado por el presidente republicano del poderoso Comité de Medios y Arbitrios de esa cámara puede poner fin a una clara injusticia, la que exime a los ejecutivos de pagar impuestos por los “honorarios al desempeño” que reciben cuando cumplen ciertas metas fijadas por el directorio de la empresa.
Además, es hora de que la Comisión Nacional de Valores empiece a aplicar una norma pendiente desde hace tiempo que exigirá a las corporaciones que cotizan en bolsa revelar los ingresos de sus directores ejecutivos, comparados con los de sus empleados de tiempo completo, parcial, temporario y estacional, tanto estadounidenses como extranjeros.
Tomado: matrizur.org