Marx, después de cerca de medio siglo, ha propuesto un nuevo método de interpretación de la historia, que él y Engels han aplicado en sus estudios. Se concibe que los historiadores, los sociólogos y los filósofos, temblando ante la posibilidad de que el pensador comunista les corrompa su inocencia y les haga perder los favores de la burguesía, lo ignoren. Pero es extraño que algunos socialistas duden servirse de él, por temor, posiblemente, de llegar a conclusiones que molesten las nociones burguesas, por lo cual quedan prisioneros de su ignorancia. En lugar de experimentarlo, para juzgarlo después de haberlo usado, prefieren discutir sobre el valor del método en sí y le descubren innumerables defectos: el método histórico desconoce –dicen– el ideal y su acción; animaliza las verdades y principio eternos; no tiene en cuenta al individuo y su papel; conduce a un fatalismo económico que dispensa al hombre de todo esfuerzo, etc... ¿Qué pensarían estos camaradas de un carpintero que en lugar de trabajar con los martillos, sierras y cepillos puestos a su disposición, les buscara fallas minuciosamente? Como no existe herramienta prefecta, tendrían mucho que desacreditar. La crítica deja de ser fútil para convertirse en fecunda, solo cuando viene después de la experiencia, la que mejor que los más sutiles razonamientos, hace sentir las imperfecciones y enseña a corregirlas. El hombre se ha servido primeramente del grosero martillo de piedra y el uso le ha enseñado a transformarlo en más de una centena de tipos, diferentes por la materia prima, el peso y la forma.
Leucipo y su discípulo Demócrito, cinco siglos antes de Jesucristo, introdujeron la concepción del átomo para comprender la constitución del espíritu y la materia, y durante más de dos mil años los filósofos, en lugar de pensar en recurrir a la experiencia para probar la hipótesis atómica, discutieron sobre el átomo en sí, sobre lo pleno de la materia, indefinidamente continua, sobre el vacío y lo discontinuo, etc., y no es sino al fin del siglo XVIII cuando Dalton utilizó la concepción de Demócrito para explicar las combinaciones químicas. El átomo, con el cual los filósofos no habían sabido qué hacer, se convirtió en manos de los químicos «en una de las más potentes herramientas de investigación que la razón humana haya creado». Pero he aquí que después del uso, este maravilloso útil es hallado imperfecto y que la radiactividad de la materia obliga a los físicos a pulverizar al átomo, esta partícula última, indivisible e impenetrable de la materia, en partículas ultraúltimas, de la misma naturaleza en todos los átomos y portadores de electricidad: los electrones («atomuscules») mil veces más pequeños que el átomo de hidrógeno, el más pequeño de los átomos, que gira con una velocidad extraordinaria alrededor de un núcleo central, como lo hacen los planetas y la Tierra en torno del Sol. El átomo sería un minúsculo sistema solar y los elementos de los cuerpos que nosotros conocemos no se diferenciarían sino por el número y los movimientos giratorios de sus electrones. Los recientes descubrimientos de la radiactividad, que trastornan las leyes fundamentales de la física matemática, arruinan la base atómica del edificio químico.
No se puede citar un ejemplo más evidente de la esterilidad de las discusiones verbales y de la fecundidad de la experiencia. Solo la acción es fecunda en el mundo material e intelectual. En el principio fue la acción.
El determinismo económico es una nueva herramienta puesta por Marx a disposición de los socialistas para establecer un poco de orden en el desorden de los hechos históricos, que los historiadores y los filósofos han sido incapaces de clasificar y de explicar. Sus prejuicios de clase y su estrechez de espíritu dan a los socialistas el monopolio de esta herramienta, pero estos, antes de manejarla, quieren convencerse de que ella es absolutamente perfecta y que puede convertirse en la llave de todos los problemas de la historia; de esta manera pueden, mientras les dure la existencia, continuar discurriendo y escribiendo artículos y volúmenes sobre el materialismo histórico, sin avanzar en una idea para resolver el problema.
Los hombres de ciencia no son tan timoratos; ellos piensan «que desde el punto de vista práctico, es de importancia secundaria que las teorías y las hipótesis sean correctas, siempre que nos conduzcan a resultados que están de acuerdo con los hechos»1. La verdad, después de todo, es que a menudo el error es el camino más corto para llegar a un descubrimiento. Cristóbal Colón, partiendo del error de cálculo cometido por Ptolomeo, sobre la circunferencia de la Tierra, descubrió América, cuando él pensaba llegar a las Indias Orientales. Darwin reconocía que la primera idea de su teoría de la selección natural le fue sugerida por la falsa ley de Malthus sobre la población, que aceptó a ojos cerrados. Los físicos pueden hoy apercibirse que la hipótesis de Demócrito es insuficiente para comprender los fenómenos recientemente estudiados, lo que no significa que no ha servido para edificar la química moderna.
Marx –este es un hecho que se recalca poco– no ha presentado su método de interpretación histórica en un cuerpo de doctrina con axiomas, teoremas, corolarios y lemas; el método no es para él sino un instrumento de investigación; lo formula en un estilo lapidario y lo pone a prueba: No se lo pueden criticar, pues, sino poniendo en duda los resultados que tiene en sus manos: refutando, por ejemplo, su teoría de la lucha de clases. De ello se cuidan. Los historiadores y los filósofos lo tienen como obra impura del demonio, precisamente porque él ha conducido a Marx al descubrimiento de este potente motor de la historia.
1
W. Rucker, Discurso inaugural del Congreso Científico de Glasgow, de 1901.
Fuente: Introducción al ensayo El método histórico.
* El autor de este artículo (1842-1911) periodista, médico, teórico político y revolucionario franco-español de origen cubano.
Tomado; Granma