Desde finales del siglo XVII los franceses expulsaron a los españoles de la mitad occidental de La Española y se apropiaron de Haití, llenándolo de esclavos transportados en barcos negreros provenientes de África, y tras ello terminaron de arrasar con la población autóctona.
A la llegada de los españoles en el siglo XV, Haití contaba con una población de 500 mil indígenas taínos y 20 años más tarde apenas quedaban 30 mil, esclavizados en los lavaderos de oro.
Medio siglo después, no quedaba un solo taíno vivo para contar el horror de aquellos demonios blancos. Después los franceses la convirtieron en rica colonia de ultramar que abastecía de azúcar las mesas europeas.
Montesquieu y los “librepensadores” franceses consideraban que los esclavos eran simples animales a su servicio, pero estos se organizaron contra la tiranía de Francia y Toussaint Louverture encabezó la rebelión.
Su ejército de desarrapados venció al elitista de Napoleón Bonaparte y en 1804 los haitianos proclamaron la primera independencia de América Latina. Por ello, Haití fue el primer país del mundo donde se abolió la esclavitud.
El gobierno nativo que se instauró entonces por Alexandre Pétion distribuyó tierras entre los antiguos esclavos, pero la Europa blanca y cristiana apoyó a Francia en su reclamo de una gigantesca indemnización, y como siempre, aparecieron oportunistas los norteamericanos con su poderoso capital financiero.
Washington prestó generoso dinero que los haitianos no pudieron reintegrar y ello pretextó la primera intervención estadounidense en l915. La misión “civilizadora” de los marines concluyó en 1934. Atrás dejaron una temible guardia nacional, entrenada por ellos, para exterminar cualquier posible brote de rebeldía en Haití.
Paul Eugène Magloire, militar y político, fue miembro de la Junta Militar presidida por Franck Lavaud y formada al ser derrocado Dumarsais Estimé, y presidente de Haití entre 1950 y 1956. Bajo su mandato, la embajada haitiana en Cuba fue asaltada en pos de opositores al gobierno de La Habana.
En Cuba
Fulgencio Batista Zaldívar, que apoyado por el gobierno norteamericano dio su zarpazo en Cuba, en l952, consideró factible allanar e ignorar la soberanía de la embajada del empobrecido Haití en La Habana, situada en calle Séptima, esquina a 20, en el aristócrata barrio de Miramar.
Supo que en esa sede diplomática obtuvieron refugio 10 jóvenes cubanos perseguidos, unos por atentar y lograr ajusticiar al esbirro coronel del batistato Antonio Blanco Rico, otros por su vinculación al fallido intento del ataque al cuartel Goicuría en Matanzas y los últimos dos por pretender eliminar en bahía Honda al connotado asesino Rolando Masferrer.
Entonces ordenó invadir la embajada a las dos de la tarde del 29 de octubre de 1956.
Encargó al prepotente jefe de la Policía Nacional de aquel entonces, brigadier Rafael Salas Cañizares, de la gran «hazaña» que soñaban quedaría impune. El connotado asesino irrumpió en el lugar con sus tropas y otros sátrapas como Conrado Carratalá, Orlando Piedra y Esteban Ventura Novo, como si no existiera frontera diplomática.
Dispararon a mansalva contra todo lo que aparecía, pero por vez primera un joven revolucionario cubano, lleno de dignidad, reprobó a tiro limpio la afrenta y defendió a costa de su vida no solo a los dignos patriotas que representaba, sino también sin proponérselo a la soberanía del vilipendiado país.
Secundino Martínez Sánchez, “El Guajiro”, campesino de origen, oriundo de La Palma en Pinar del Río, era el único de los jóvenes armado y con inmensa valentía no se amedrentó. Conocedor de que el jefe policial siempre portaba un chaleco antibalas en el cual escondía su aparente temeridad, se tiró al suelo tan pronto le dispararon las primeras ráfagas de Thompson.
Ya herido de muerte repelió la agresión, logrando vaciarle el cargador completo de su Browing 9 mm desde abajo hacia arriba, alcanzando mortalmente al sanguinario barrigón desde los testículos hasta la ingle.
La jauría humana que personificaba la policía de Batista no se resistió a tal atrevimiento, y aterrorizada barrió a los revolucionarios asesinándolos a mansalva, incluso a todos los restantes que se encontraban desarmados.
Ello no fue suficiente; enterado Batista, el asesino mayor usurpador del poder, que había perdido a su más destacado sanguinario, impartió rabiando nuevas instrucciones… ¡Remátenlos a todos, no quiero ni heridos ni presos! Y así mismo se cumplió la orden.
Un acto épico
Al día siguiente acompañé a Oscar, el hermano de Carlos M. Casanova -uno de los mártires- a la funeraria de Vega Flores, ubicada entonces en la calle Reina frente al antiguo cine Cuba.
Estaba a solo media cuadra del cuartel general de la temible Policía Secreta del dictador, donde se velaban a los 10 jóvenes revolucionarios, casi sin participantes leales dado que los asientos estaban ocupados preventivamente por los de la Secreta para evitar desórdenes y con fines de intimidación.
Un cabal e intrépido revolucionario, el joven estudiante Ennio Leyva, denunció ante los esbirros y los pocos familiares presentes, golpeando el cristal de sus féretros… “¡Asesinos, y mil veces asesinos, los ultimaron, después de muertos, fíjense que todos tienen un cobarde tiro en la frente!”.
“¡Abajo la tiranía asesina de Batista!… ¡Abajo!”, nos atrevimos a corear todos desafiando a los sicarios que bajo el camuflaje de la ropa civil no se atrevieron a intervenir.
Meses después Leyva se integraría en México a los expedicionarios del Granma aunque no pudo culminar el propósito de hacer la travesía por caer preso y al triunfo de la Revolución llegó alcanzar los grados de General de Brigada en el Ministerio del Interior de Cuba.
Pero ahora, poco después del desafío a los batistianos, acompañamos los féretros de los dignos y valientes jóvenes acribillados cobardemente, en manifestación y entonando el Himno Nacional hasta el cementerio.
Éramos un reducido grupo de familiares y revolucionarios rodeados por los polizontes sin uniformes que no disimulaban las armas que portaban, con lo cual intentaban amedrentarnos.
Esto fue para mí una heroica vivencia personal cuando solo contaba con 14 años, constituyó un acto desafiantemente épico y una modesta contribución a mi primera actividad revolucionaria.
Los jóvenes masacrados fueron Secundino Martínez Sánchez (“El Guajiro”), Eladio Cid Crespo, Orlando Fernández Ferray, Leonel Guerra Mendoza, Salvador Ibáñez Ibáñez, Rubén Hernández Concepción, Carlos M. Casanova, Israel Escalona Ledesma, Alfredo Massip Masiques y Gregorio García Boroundarena.
Con el gesto de aquellos valientes en 1956, se sembraba la semilla de la gesta que propició después, con el triunfo de la solidaria Revolución, el inicio de la ayuda cubana al insigne pueblo haitiano.
Tomado: Tercerainformacion