Cuando triunfa la Revolución Cubana el 1ro. de enero del 59, el imperio estadounidense sintió que el poder absoluto conquistado en «su patio trasero», tras años de cañoneras, desembarcos de marines, sujeción económica y crímenes, estaba amenazado.
Pero cuando los revolucionarios cubanos comenzaron a cumplir con el programa del Moncada, hicieron realidad la Ley de Reforma Agraria que eliminaba los latifundios y entregaba la tierra a los que la trabajaban, el imperio entró en pánico.
«No más Cubas» fue la orden, y para lograrlo estaban dispuestos a todo.
John F. Kennedy, en su discurso del 13 de marzo de 1961, en una recepción en la Casa Blanca para los embajadores latinoamericanos, anunció la Alianza para el Progreso.
Era una especie de Plan Marshall para América Latina y el primer gran intento para aislar a Cuba, estigmatizarla y minimizar su ejemplo.
El 3 de noviembre de 1961 se crea la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, también conocida por su sigla en inglés, Usaid.
La Alianza para el Progreso fue la base de los programas de la Usaid para Latinoamérica en los años 60.
Pero sus fondos no fueron utilizados para el desarrollo económico-social y el progreso, sino que fueron puestos a disposición de la brutal represión contra las organizaciones de izquierda, los militantes de los grupos revolucionarios o los simples sospechosos de serlo.
El dinero fue a manos de los represores, financió la tortura y el crimen, y pagó el entrenamiento de las fuerzas punitivas. En lugar de fábricas, fincas y escuelas, se construyeron centros de detención y tortura.
El «patio trasero» se convirtió en un gigante campo de tortura y muerte con la implantación de dictaduras de derecha creadas desde Washington. El plan Cóndor levantó vuelo y sembró el terror.
La idea, el objetivo sumo, era exterminar a la izquierda y a sus simpatizantes, así como paralizar y arrancar de raíz, por varias generaciones, cualquier sentimiento de rebeldía.
Pero la historia ha demostrado que es imposible sostener eternamente regímenes de terror. La resistencia popular podía ser masacrada pero no aniquilada. Año por año, surgían nuevos líderes, se organizaba la lucha, caían y se levantaban de nuevo las banderas, y crecía la repulsa internacional hacia los crímenes de los gobiernos golpistas.
Hacía falta un plan para sostener los regímenes militares donde se pudiera, mediatizar la lucha popular donde esta alcanzara niveles de peligro, evitar a toda costa que las fuerzas de izquierda derribaran, mediante una insurrección, las dictaduras.
Desde finales de los 70, los servicios especiales estadounidenses se dieron a la tarea de elaborar un plan para futuros escenarios de incremento de la lucha popular y de revoluciones.
Había que neutralizar las universidades, focos de rebeldía y de formación de líderes de izquierda en el continente, había que formar líderes subordinados a los intereses yanquis, había que preparar a una generación de empresarios y políticos de nuevo tipo.
Se utilizaron cuantiosos fondos para fomentar el intercambio académico, las becas de estudio y los programas de formación de posgrado en ee. uu. para latinoamericanos.
Miles de jóvenes fueron preparados para asumir liderazgos en los nuevos escenarios previstos para los años 80. Cientos de organizaciones no gubernamentales y de la llamada sociedad civil, al servicio de EE. UU., establecieron un profundo tejido dentro de la sociedad latinoamericana.
Chile, modelo de dictadura militar, bastión del neoliberalismo, sería la «experiencia», el laboratorio para la «transición a la democracia», cambiar sin cambiar las esencias, cambiar sin perder el timón.
Así llegó al poder una concertación de partidos, bajo la vigilancia de los militares golpistas, con la constitución legada por Pinochet y la amenaza de que «no me toquen a los míos».
Gloria en el cielo y paz en la tierra, poco se transformó la realidad en un Chile presentado, ante el resto de América Latina, como ejemplo de éxito del neoliberalismo.
La victoria del pueblo chileno en el plebiscito reciente abre el camino para poner fin a la estrategia de dictaduras sin dictaduras. Abre, ahora sí, la posibilidad de una verdadera transición a la democracia.
Tomado: Granma