Desde hace dos años, las noticias que relatan la situación en Burkina Faso hablan de una escalada de violencia en el país a partir de la intervención militar marcada por grupos armados que responden a los terroristas de Al Qaeda y del Estado Islámico, y un despliegue de oficiales que se disputan el poder, lo que hace nada extraña la sucesión de golpes militares.
Ello ha dado un mayor poder a los uniformados que se han pronunciado por la dimisión del Presidente, por disolver el Parlamento, cerrar las fronteras del país, abolir la Constitución y tomar las instituciones gubernamentales, lo cual se traduce en un golpe militar, según describió la agencia lsi África.
El grupo golpista está dirigido por el teniente coronel Paul-Henri Sandaogo Damiba, fundador del Movimiento Patriótico de Salvaguarda y Restauración, un oficial de 41 años, con estudios académicos en Francia (antigua metrópoli), y quien declaró ante los medios de prensa que el presidente Roch Marc Christian Kaboré es incapaz de asegurar la paz y la armonía a los pobladores.
En realidad, la nación tiene una dependencia económica de los monopolios occidentales que saquean por diferentes vías los recursos naturales como manganeso, piedra caliza, mármol, oro, antimonio, cobre, níquel, bauxita, plomo, fosfato, plata, zinc y pescado.
Tal situación ha sido característica predominante en esta y en otras naciones africanas, golpeadas por siglos de una explotación colonial que ha dejado economías débiles, bajo desarrollo industrial y, por tanto, pueblos que padecen pobreza extrema. La inestabilidad política, además, no ayuda a que tales situaciones se reviertan.
La posindependencia ha sido fértil para el surgimiento de grupos armados extremistas, ya sean fundamentalistas o terroristas que, la mayoría de las veces, son usados por los centros de poder occidentales para que contribuyan a la preservación de sus intereses, mientras esquilman los recursos nacionales.
A ello se añaden los conflictos étnicos sin solución durante siglos, con asentamientos poblacionales numerosos que carecen de infraestructuras para su desarrollo en carreteras, edificaciones sociales, alumbrado público y otros servicios vitales.
En el caso de Burkina Faso, con una población de más de 19 millones de habitantes, según un censo de 2017, tiene más de 66 grupos étnicos, distribuidos en poblaciones aisladas geográficamente, en zonas áridas, marginados económicamente y víctimas de diferentes formas de violación de los derechos humanos.
En esa nación, como en otras del empobrecido continente, se originan las mayores oleadas de migrantes que intentan llegar a la Europa que los explotó en la época colonial, y que muy poco apoyo les ofrece. Se estima que, en Burkina Faso, actualmente hay más de 2,2 millones de sus habitantes necesitados de ayuda alimentaria, principalmente niños, mujeres y ancianos.
Este panorama, evidentemente, funciona como caldo de cultivo para agravar una situación política de cuyas consecuencias solo se aprovechan los oportunistas que saquean la riqueza material de ese país.
La reversión del complejísimo entorno político, económico y social debe pasar, inevitablemente, por resolver los históricos males heredados de la colonización.
Tomado: Granma