La
década de los noventa en América Latina se caracterizo por el fin de las
transiciones que dieron paso a la democracia, luego de largas y sangrientas
dictaduras ocurridas en la mayor parte de la región. Lo que según Samuel
Huntington denomino como la tercera Ola de democratización. Es decir, luego de
un largo periodo sin democracia, los habitantes podían participar activamente
con el derecho al sufragio y elegir a sus mandatarios. Los golpes de estado
habían quedado atrás.
En
esta misma época los países habían iniciado un tránsito hacia la consolidación
del modelo neoliberal y la apertura económica. En países como Chile la
dictadura le fue útil a este modelo, todo ello contemplado en el Consenso de Washington,
la receta impuesta por FMI, para los países como forma única para consolidar el
capitalismo salvaje, con ello los Estados abandonaron las políticas sociales e
implementaron la privatización en todo orden (salud, educación, vivienda,
pensiones entre otros) y le dieron apertura a mercados internacionales.
Para
América Latina una de las consecuencias inmediatas de este modelo de economía
política fue: incremento del desempleo, la pobreza con la falta de prestación
de servicios, los habitantes no contaban con el minino de agua, esta hacia parte del mercado, lo mismo ocurrió con
la salud, educación y vivienda. Este fue el panorama que caracterizo el fin del
siglo XX.
Como
respuesta a este modelo político, América Latina da un giro hacia nuevos
sistemas alternativos de agrupamiento, enmarcadas en lo social, lo que se
podría llamar como democracias sociales, que tiene como base las
transformaciones sociales, lo que implica el abandono del modelo neoliberal y
la puesta en marcha del Estado como garante de los derechos sociales. Pese a
esto, no toda América Latina inició esa transformación, algunos países como
Colombia, México, Perú, Chile entre otros, reafirmaron su modelo neoliberal,
ultra conservador, con ello se dio el desmantelamiento total del Estado y la
entrada de las corporaciones multinacionales a gran escala, que arrasaron con
todo lo que encontraron a su paso, dejando una estela de violencia, desempleo y
miseria.
El
rompimiento con el pasado lo inició Venezuela y su llamado socialismo del siglo
XXI, de ahí en adelante algunos países han dado pasos hacia las transformaciones sociales, marcando
distancia con el modelo neoliberal, lo que implica regular la entrada del
capital extranjero, con ello darle mayor importancia a la industria nacional
y avanzar hacia un modelo social que
incluya al conjunto de la sociedad en igualdad de condiciones.
Estos
cambios han generado resistencia por las élites que se apropiaron del Estado y
que durante décadas lo consideraron como su patrimonio, lo utilizaron para
realizar sus objetivos particulares donde lograron amasar inmensas
fortunas, en detrimento de la sociedad.
La función de servicio a la comunidad fue el discurso para permanecer en el
poder y la violencia para controlar cualquier brote de descontento social. Al
perder este patrimonio, las élites han buscado diversos métodos todos con el
fin de volver a ocupar el solio presidencial. Para ello, es necesario volver a
la estrategia antigua; los golpes de Estado.
Estos
golpes de Estado tienen la particularidad que son más sutiles que los
ejecutados años atrás por los dictadores, pero que guardan los mismos
objetivos; instalarse en el poder e impedir cualquier cambio social. El primero
de ellos, se dio en Venezuela sin mucho éxito, luego han seguido intentos como
en Ecuador y Bolivia, sin mayor éxito. Sin embargo, esta seguidilla de golpes
siguió su curso; paso a Honduras donde logro sus objetivos y Zelaya tuvo que
abandonar el poder sacado por la fuerza y montado en un avión, lo que hacía
recordar la nefasta época de las dictaduras. Para no cometer los mismos errores,
el caso de Paraguay es el golpe de Estado más sutil, recurriendo al senado;
argumentado “mal desempeño de las funciones” sin que se le brindara garantía
alguna al presidente, fue destituido y alejado de sus funciones presidenciales;
en este caso la democracia vuelve a estar en riesgo, ahora cobijada bajo el
manto de respetar las instituciones y el orden. Un nuevo discurso para un viejo
modelo de dictaduras.
Por
ello, es de esperarse que cualquier argumento sea válido para derrocar algún
presidente, que no cumpla con los lineamientos políticos de Washington y no
represente a las élites nacionales, que han venido quedando huérfanas del
poder. Para ello, van a utilizar desde el fraude electoral, la incompetencia
del mandatario por enfermedad, crisis fiscal hasta los acostumbrados golpes
militares.
Elaborado Por: Jesús Sierra. Estudiante de la Universidad Nacional de Colombia