Hace cinco años, con una retórica encendida de promesas democráticas y compromisos financieros, las potencias occidentales, apoyadas en una artimaña pactada en el Consejo de Seguridad de las Nacionales Unidas, precipitaron la caída del coronel Muammar Khadafi tras 42 años en el poder (1969-2011). De aquel cántico occidental a la libertad y a las buenas maneras no quedó más que un eco vacío. Además de restablecer la democracia, la otra gran promesa occidental consistió en anunciar que se le reintegraría al pueblo libio la colosal suma de dinero que el desaparecido coronel depositó en los bancos extranjeros: la suma oscila entre los 350 mil y 500 mil millones de dólares. Pero el pueblo libio sólo vio migajas de esa fortuna invertida en bancos u acciones. Los bancos se quedaron con todo.
En febrero de 2011, la Primavera Arabe sembró sus semillas en Libia y puso en jaque a un régimen represor y corrupto que, al mismo tiempo que se jactaba de ser una avanzada contra Occidente, mantenía estrechísimas relaciones comerciales y financieras con sus adversarios retóricos. El entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, lideró el eje de quienes, junto al ex primer ministro británico David Cameron, diseñaron dos resoluciones aprobadas por el Consejo de Seguridad de la ONU (1970 y 1973) cuyo objetivo consintió en autorizar una intervención militar con el argumento de “proteger las poblaciones civiles amenazadas”. En septiembre de 2011, Sarkozy y Cameron aterrizaron en el aeropuerto de la ciudad rebelde de Benghasi con el aura de dos héroes libertadores y la boca llena de ofrecimientos. Entre ellos, figuraba la repetida restitución de los haberes libios que fructificaban en los bancos de Francia, Italia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Suiza, Canadá y Africa del Sur. A esos haberes hay que agregarle la imponente colección de propiedades inmobiliarias que Khadafi había ido adquiriendo a través del mundo: casas y edificios millonarios en Londres, cientos de miles de propiedades agrícolas, los hoteles del grupo Laico y hasta un edificio de casi una manzana ubicado en el lujoso distrito 17 de París. Las sumas son tan enormes que pocos saben a cuánto ascienden verdaderamente.
Dos hombres, con todo, conocen los secretos: Mussa Kossa, ex responsable de los servicios secretos libios en el exterior, hoy domiciliado en un país del Golfo Pérsico, y, sobre todo, Béchir Salah, el ex jefe del gabinete de Khadafi y gran amigo de Francia. Saleh fue el encargado de pagar comisiones ocultas en medio planeta, de regalar generosas contribuciones a las ONG y a personajes del mundo de la cultura y, sobre todo, de financiar campañas electorales en el extranjero, de expatriar los ahorros de Khadafi y de administrar el famoso fondo soberano Libyan Investment Authority (LIA). Lobbista de primera mano, Saleh se escapó en plena guerra (2011) hacia Túnez con la ayuda del gobierno francés. Fue recibido en París como una majestad hasta que su implicación en el financiamiento oculto de la campaña electoral de Nicolas Sarkozy lo puso en apuros y partió hacia otras tierras con todos sus arcanos. Saleh encontró una patria dorada en Africa del Sur, país que siempre ha sido uno de los principales destinos africanos del tesoro de Khadafi. Allí, el hombre es intocable: durante los arduos años del régimen del apartheid en Africa del Sur, Khadafi fue uno de los principales respaldos del Congreso Nacional Africano, el ANC de Nelson Mandela.
Cuarenta años de expoliación duermen en los bancos, multinacionales y financieras del mundo. El entusiasmo del principio y la opereta de promesas quedó poco a poco en la nada. Al pueblo libio lo desfalcó su dictador y el fruto de ese robo se lo quedaron sus aliados de Africa y Occidente. El gobierno norteamericano cuantificó los haberes libios congelados en Estados Unidos en unos 37 mil millones de dólares. Esa suma, sin embargo, apenas atañe a las inversiones inmobiliarias o la participación accionaria en muchas empresas. Los detentores de los fondos alegan que su devolución es por ahora imposible debido tanto a la inestabilidad política que sigue viviendo el país como a la falta de interlocutores serios dentro de Libia. La verdad, desde luego, es otra. Se trata de sumas inimaginables y nadie quiere renunciar a ellas, sobre todo los bancos. Cuando cayó Khadafi, el Consejo Nacional de Transición intentó cartografiar el destino de las inversiones. La tarea resultó intrincada: Khadafi invertía según su humor o los intereses del momento. En Occidente, el dinero fluyó de manera ininterrumpida en múltiples sectores: industria automotriz, bancos, financieras, altas tecnologías, armas, sector agrícola, medios de comunicación, petróleo, gas. Los archivos del régimen revelan inversiones, compra de acciones y de participaciones directas que llegan a los 100 mil millones de dólares en decenas de empresas multinacionales: ENI, Total, British Arab Commercial Bank, UniCrédit, Mediobanca, EADS, France Télécom, Alstom, EDF, Vivendi, Danone, Dassault, Yara, Retelit, Finmeccanica, Fiat Chrysler, Financial Times, Quinta Comunications, Pearson, Olcese, Golden Tulip, Hayat.
Los 27 países de la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos, Suiza y Australia aplicaron las consignas de las Naciones Unidas destinadas a congelar los haberes libios en cada uno de esos países, pero después no cumplieron con la promesa de devolverlos. Sólo en Italia, Khadafi había invertido 3,6 mil millones de dólares. En Francia, las asociaciones Sherpa y Transparence Internationale presentaron una querella por “corrupción y blanqueo de dinero” para conocer el destino y los montos de los fondos. El abogado de la asociación Sherpa, Maud Perdriel-Vaissière, reconoce que se “trata de un trabajo complejo porque los activos libios escapan a todo control gracias a fondos de inversiones muy opacos”. El régimen, por medio de empresas pantalla y organismos como el Central Bank of Libya, la Libyan Investment Authority, la Libyan Foreign Bank, la Libyan Africa Investment Portfolio, la Libyan National Oil Corporation y Zueitina Oil Company sembró miles de millones en muchas regiones. Hasta ahora, del colosal tesoro que el “Guía” repartió a través del planeta sólo18 mil millones de dólares fueron desbloqueados. La suma global de inversiones calculada se mueve entre los 350 mil y 500 mil millones de dólares, de los cuales 170 mil millones están invertidos en bancos. La restitución de ese tesoro quedó en lacrimosas promesas. La mecánica es la de siempre: los supremos dictadores les roban a sus pueblos y ponen ese fruto en los bancos de Occidente.
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