Un «perturbado mental» conduce su vehículo por unos cien kilómetros de carretera con un fusil de asalto y municiones, se detiene en plena madrugada en el corazón de Washington D.C., a muy poca distancia de la Casa Blanca, y abre fuego contra una Embajada.
No ofrece resistencia a la policía cuando finaliza la acción planificada. Sí, planificada, porque según declaró a las autoridades encargadas de la investigación –citada por Cuba Money Project–, aproximadamente dos semanas antes había conducido de ida y vuelta, desde Pensilvania, a la calle donde está la sede diplomática de Cuba para verificar la ruta, armado con su AK-47.
«Sus acciones muestran una planificación anticipada, evidenciada por haber viajado previamente a la Embajada para verificar la ruta en las semanas previas al ataque, así como una increíble dedicación y compromiso para lastimar a otros», argumentó la propia acusación.
Alexander Alazo declaró a la policía que tenía un Glock 19 que compró en Texas y lo cambió por un AK-47 en el condado de Loudoun, hace aproximadamente un mes.
Se trata, evidentemente, de un «loco» muy lúcido, capaz de planear, organizar y actuar con bastante coherencia, preparación y cautela.
Es difícil pensar que toda esa información sobre el caso, que «inexplicablemente» se filtró desde los primeros minutos en las redes sociales y en los medios de prensa, pueda ser fruto del descuido o de la casualidad, tal cual dicen los investigadores.
Como bien señala el embajador cubano, José Ramón Cabañas, en entrevista reciente concedida a Prensa Latina a raíz de los hechos: «en Estados Unidos no se filtra cualquier información, se filtra solo aquello que funcionarios de alto nivel desean que se filtre».
Podemos pensar, con todo derecho, que alguien está muy interesado en sembrar determinada matriz de opinión sobre lo ocurrido el 30 de abril, y hacernos creer que fue obra de un «lunático» perturbado en la noche de Walpurgis, alguien que quiso construir su propio aquelarre de dolor y muerte.
Se contaron 32 disparos contra el edificio de la legación cubana, diez proyectiles atravesaron cristales y entraron al lobby en varias direcciones. Por pura casualidad no resultó herida ninguna de las personas que se encontraban dentro.
El hombre que atacó la Embajada de Cuba dijo a las autoridades estadounidenses que «si hubiera visto a alguien salir de la Embajada, incluso el embajador, le habría disparado porque él es el enemigo».
La mayor historia del terrorismo contra Cuba tiene la edad de la Revolución. Decenas de actos violentos contra nuestras legaciones, empresas, sedes de organismos internacionales, aeronaves y funcionarios diplomáticos, se han cometido movidos por la rabia exacerbada, pagados por los dineros del odio, la frustración y la impotencia de los enemigos del pueblo cubano.
Ante este nuevo acto de odio no podemos menos que recordar a los compañeros caídos en el pasado, Félix García, Adriana Corcho, Efrén Monteagudo, Jesús Cejas, Crescencio Galañena y muchos otros.
Los fiscales que llevan el caso pidieron que Alazo fuera detenido hasta su juicio, porque es un peligro para la sociedad. Durante una audiencia de detención ante el juez magistrado G. Michael Harvey, el 4 de mayo, el abogado de Alazo solicitó su liberación en espera de juicio. El juez negó la moción y ordenó que Alazo permanezca entre rejas.
Así como Cuba aguarda que un día el diálogo prevalezca en las relaciones entre los dos países, a pesar de las enormes diferencias políticas; para el momento urgente que motiva este acto grave de terrorismo evidente, la Isla no espera otra cosa que, como expresó el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel ante Mnoal, «una investigación exhaustiva y rápida, sanciones severas y las medidas y garantías de seguridad de nuestras misiones diplomáticas en Estados Unidos, tal como está obligado por la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961».
Tomado: Granma