A Michael Ryan, funcionario de la OMS, le preguntaron qué opinaba de «los mensajes contradictorios del Gobierno brasileño en torno a su modo de enfrentar la COVID-19».
Ryan respondió con una advertencia de carácter general: la información brindada a los medios sobre la pandemia por los gobiernos «con motivos políticos» puede convertirse en un bumerán. «Tratar de presentar soluciones demasiado simplificadas o simplistas para la población no es una estrategia que triunfe a largo plazo», añadió. Reclamó «transparencia, consistencia y honestidad». «Si las comunidades perciben que están recibiendo información que está siendo manipulada políticamente o que está siendo manejada de una manera distorsionada, entonces, desafortunadamente, eso se paga», concluyó.
Esta observación debería ser escuchada por aquellos gobernantes que han tratado de cubrir sus gravísimos errores en el enfrentamiento a la covid-19 con un torrente de declaraciones justificativas, absurdas, amenazantes, siempre encaminadas a crear confusión y a culpar a otros.
A demagogos y mentirosos compulsivos, como Trump y Bolsonaro, no les vendría mal meditar también acerca de unas palabras atribuidas a Lincoln que Fidel citaba a menudo: «Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo».
La cobertura ofrecida en tiempos de pandemia a través de los canales hegemónicos de comunicación no ha sido para nada confiable, ya sea por la actitud de los políticos a la hora de presentarse ante los medios, o por la alarmante falta de ética de los propios medios.
Patricia Villegas, presidenta de Telesur, hizo una intervención muy aguda con respecto a este tema en un panel de la Red En defensa de la humanidad. Según dijo, los grandes medios incumplen de modo intencional y sistemático su presunta misión en medio de la crisis múltiple generada por la pandemia a partir de las contradicciones insolubles del modelo neoliberal.
Esta poderosa maquinaria mediática despliega una vez más su instrumental manipulador en momentos de pánico e incertidumbre, precisamente cuando la información rigurosa y objetiva resulta más necesaria que nunca. Da la espalda a las opiniones de los científicos y a la urgencia de ofrecer datos confiables, orientadores; evita mirar a los ojos a la catástrofe y sigue tratando de proteger la imagen de un modelo cruel, despiadado, injusto, basado en la desigualdad ofensiva entre las élites privilegiadas y las mayorías, y de generar una cortina de humo frente a la lluvia de críticas que recibe.
Los grandes medios, señala Patricia, acuden a tres procedimientos tramposos: (1) la omisión de hechos y opiniones incómodos para el sistema; (2) la fragmentación de los procesos a través de imágenes desconectadas y de un anecdotario trivial, de modo que el público no logre obtener una visión integral de lo que ocurre ni aproximarse a las causas del desastre; (3) la «espectacularización», es decir, el método de contaminar las noticias con el lenguaje propio del universo del show, de la farándula.
De este modo, ocultando aspectos esenciales de la información, desarticulándola en piezas inconexas y presentando una tragedia pavorosa en el estilo frívolo de los animadores de espectáculos, los medios hegemónicos cumplen su verdadera función: frenar la corriente de pensamiento incisivo que desnuda el neoliberalismo a partir de todo lo que ha sacado a flote la pandemia, es decir, maquillar al modelo, impedir que las luces revelen su monstruosidad, distraer al público.
Politiquería barata, desplazamiento de las cuestiones principales ante el empuje de lo superfluo, el show en su versión más indigna –todo esto advertía José Martí, sin ocultar su repulsión, en la prensa neoyorkina del 11 de febrero de 1884: «circos» y «fiestas de ciudad y emboscadas en el Congreso nutren pesadamente diarios y pláticas», nos dice.
Martí muestra los contrastes abismales de la sociedad estadounidense al exaltar, por un lado, a Wendell Phillips, el hombre extraordinario que falleció ese día, un «vocero ilustre de los pobres», «caballero de la justicia y la palabra», «abolicionista infatigable», y exponer, por otro, la degradación de una prensa que refleja «las disputas de políticos menores» y el morbo de los llamados «espectáculos del Oeste», antecedentes de los reality shows contemporáneos, muy ligados al culto a la violencia que está en el núcleo de la industria del entretenimiento desde sus primeros pasos.
Es obviamente muy antiguo el virus de unos medios que rehúyen lo esencial para concentrarse en lo superfluo, en chismes de «famosos» y anecdotarios intrascendentes, en historietas escabrosas, en el arte del engaño.
Tomado: granma