Naftalí Cuello nunca olvidará el primer día que fue a trabajar con sus dos hermanas a las plantaciones de tabaco de Carolina del Norte. Era principios de verano. El tabaco estaba alto y hacía un calor sofocante, cercano a los 38 grados, una sensación agravada por la espesísima humedad que empapa el sur del país en verano. «No nos dijeron qué teníamos que hacer. La única consigna fue ‘hazlo rápido o te botamos’», recuerda por teléfono.
El agua de las plantas, una mezcla de pesticidas, nicotina y alquitrán, le caía en los ojos arrastrada por el sudor. Naftalí se deshidrató. No encontraba agua ni tampoco a sus hermanas o a su madre, ocultas entre el follaje. «Cuando estaba a punto de desmayarme me encontraron, y menos mal que no me desmayé porque si no hubieran despedido a mi mamá», afirma.
Naftalí tenía entonces 12 años. Su hermana, Kimberly, 13, y Yesenia, 14. Las tres se habían conjurado para ayudar a su madre, una inmigrante mexicana recién separada de su marido dominicano y abocada a criar a sus hijos con el salario mínimo. La amenazaron con dejar el colegio a menos de que les permitiera acompañarla en los campos de tabaco durante las vacaciones de verano. La madre tuvo que aceptar, pero la decisión estuvo cerca de costarle demasiado cara. Naftalí casi se desmaya, Kimberly sufrió una hipertermia y Yesenia vomitó varias veces durante aquellas primeras 12 horas de jornada de trabajo.
Náuseas y vómitos
El caso de las hermanas Cuello está lejos de ser excepcional. Un informe que debe presentarse hoy en Washington por Human Rights Watch revela que cientos de miles de niños trabajan en las explotaciones agrícolas estadounidenses. Parte de ellos lo hacen en los campos de tabaco de Carolina del Norte, Kentucky, Tennessee y Virginia, donde se produce el 90% del tabaco del país, el cuarto productor mundial. No solo es una costumbre éticamente cuestionable sino que implica riesgos considerables para la salud porque los trabajadores están expuestos a componentes tóxicos como la nicotina o los pesticidas.
De los 141 menores de entre 7 y 17 años que la organización humanitaria entrevistó el año pasado para elaborar su informe, «casi dos tercios» dijeron haber sufrido «serios síntomas repentinos» de intoxicación. Náuseas, vómitos, dolores de cabeza, pérdida del apetito, dificultad para respirar o irritaciones cutáneas y picor en los ojos. «La ley prohíbe vender tabaco a los menores, pero es perfectamente legal que un niño de 12 años trabaje 12 horas al día en los campos de tabaco absorbiendo nicotina a través de la piel», dice Margaret Wurst, una de las autoras del informe. «El Gobierno y las empresas deberían poner en práctica mejores medidas de protección para asegurarse que los niños no trabajan en estas condiciones tan peligrosas».
Como dice Wurst es un trabajo totalmente legal. Las leyes estadounidenses prohíben a los menores de 16 años trabajar en tareas agrícolas que comporten riesgos para la salud, pero el tabaco no está entre ellas. Este agujero legal es llamativo teniendo en cuenta que otros grandes productores de tabaco, como Brasil o la India, sí prohíben a los menores trabajar en las plantaciones o que EEUU se gastara el año pasado 2,7 millones en abolir el trabajo infantil en campos de tabaco en Malawi,
Un estudio citado por The Nation asegura que en los días húmedos, y todos los días son húmedos en Carolina del Norte, un trabajador puede quedar expuesto a niveles de nicotina equivalentes a 36 cigarrillos.
Naftalí tiene ahora 19 años, pero ha seguido doblando la espalda cada verano en los campos de tabaco. «Es un trabajo durísimo, pero en este condado no hay nada más. En McDonalds no te contratan hasta que tienes 16 años y mi mamá necesitaba el dinero», asegura la menor de las hermanas Cuello, que se está preparando para ir a la universidad. En los campos las condiciones son draconianas. Se trabaja entre 10 y 12 horas al día, generalmente con tres períodos de descanso, pero a veces sin una sombra a la vista o sin acceso a agua en buenas condiciones.
La paga ronda, dólar arriba o abajo, los 7,25 dólares (5,3 euros) del salario mínimo. No hay vacaciones pagadas, ni seguro médico, ni prestaciones por desempleo. «No les pagan las horas extras, así que si trabajan 40 o 50 horas a la semana, solo cobran 40», explica Margaret Wurst.
Las grandes compañías no niegan que el problema exista y han mostrado su «preocupación» ante las averiguaciones de HRW, pero, según Wurst, «las políticas que aplican varían enormemente».
Ricardo Mir / El Periódico
Tomado: LibreRed.net