En Afganistán, su sola presencia era suficiente para hacer temblar a los presos. Cientos de ellos fueron golpeados, torturados con corrientes eléctricas o sujetos de diferentes abusos mientras estaban en prisión, según informes elaborados por grupos en defensa de los Derechos Humanos. Algunos presos incluso llegaron a desaparecer, según recoge el diario.
Cuando estos informes aparecieron públicamente, Gulalai también desapareció.
Gulalai, favorito de la CIA que lo apoyó en el cargo, dirigió las operaciones del servicio de Inteligencia en Afganistán después de la invasión de Estados Unidos en 2001, y poco después se convirtió en jefe de la rama de interrogatorios y detenciones en el servicio de espionaje. En 2009, pasó a estar en paradero desconocido.
Conocido por la brutalidad de sus acciones, los talibán intentaron asesinarlo al menos dos veces. A pesar de su relación con la CIA e, incluso, con el presidente afgano Hamid Karzai, altos cargos de Naciones Unidas y aliados de Estados Unidos intentaron frenarle y hasta conseguir su destitución.
Después de su historia, Gulalai vive ahora en una bonita casa rosa de dos plantas en el sur de California, en una calle llena de casas de estuco a las afueras de Los Angeles. Cómo consiguió llegar a pisar tierra estadounidense es una cuestión que todavía se mantiene en la sombra.
Los altos cargos afganos y los antiguos colegas de Gulalai sostienen que gracias a sus relaciones con Estados Unidos, funcionarios de este país favorecieron que ahora viva en una extraordinariamente cómoda vida.
Gulalai pudo atravesar las fronteras
Sin embargo, autoridades de la CIA dijeron al diario que la agencia no ha tenido nada que ver en la entrade de Gulalai en el país. Altos cargos del Departamento de Estado y del de Seguridad Nacional no han querido comentar su reubicación ni tampoco su estado como inmigrante, arguyendo restricciones de privacidad. Tampoco Gulalai ni sus familiares han querido contestar a las preguntas del diario.
A pesar de la cantidad de abusos de Derechos Humanos registrados en su nombre, Gulalai ha sido capaz de atravesar las barreras de la inmigración a las que se enfrentan los afganos que trabajaron mano a mano con Estados Unidos y que, por esa misma razón, se convirtieron en objetivo de los talibán. A muchos de ellos se les ha rechazado la entrada debido, precisamente, a cuestiones de seguridad.
Gulalai era considerado particularmente efectivo pero una figura un tanto corrosiva. Fue un fiero adversario de los talibanes, según las autoridades, así como un símbolo de las tácticas que utilizaba la Dirección Nacional de Seguridad (DNS).
El “engranaje de una máquina que molió” a muchos presos
“Fue un torturador jefe”, sostiene un diplomático occidental, que recuerda una reunión con un prisionero en una de las instalaciones de la DNS en Kabul con el que se reunió para investigar cómo había sido tratado por Gulalai. El preso se puso nervioso al escuchar su nombre y agachó la cabeza. “Estaba aterrado, es lógico”, asegura. Gulalai fue un “gran engranaje de la máquina que acabó moliendo a mucha gente”.
Las autoridades estadounidenses sostienen que la CIA había tomado medidas para frenar los abusos de la DNS, incluyendo entrenamiento sobre Derechos Humanos así como un impulso para permitir el acceso de Cruz Roja u otros grupos de supervisión. Sin embargo, incluso después de la salida de Gulalai, los informes de la ONU siguen demostrando malos tratos generalizados entre los presos detenidos por el DNS.
El ya retirado marine John R. Allen, que fue comandante de las fuerzas de coalición en Afganistán hasta 2013, advirtió de que “los derechos humanos seguirán siendo una debilidad por algún período de tiempo.” Allen, que suspendió la transferencia de presos a la NDS después de los informes de abusos, dijo que la organización había hecho progresos, pero describe su dependencia de la tortura como un “reflejo institucional”.
Tomado: tercerainformacion