Entre las causas señaladas por el estudio se destaca “el uso de tierra agrícola para producir biocombustible para las naciones más rica”, un grave problema emplazado en más de una ocasión en este espacio, y ante lo cual recibimos algunas reacciones favorables a ese criminal proyecto, más que todo por la probable fascinación que parece ejercer la tecnología transformadora en cuestión, para llenar depósitos de gasolina.
Pero quien ahora lo pone en tela de juicio, y con notable alarma, por cierto, es el Instituto Internacional de Investigación en Alimentos, institución científica, poseedora de mucho más elementos de juicio que este comentarista, a la que difícilmente se le podrá tildar de izquierdista, ni siquiera de anti gubernamental en Estados Unidos.
Basta hacer uso de elemental raciocinio para percatarse de las consecuencias que acarreará la fiebre de los biocombustible a costa de la alimentación de los países pobres.
A ese factor que agudizará las hambrunas por venir el centro de investigación añade la especulación financiera y el cambio climático, que ya comenzaron a golpear en particular a muchos países subsaharianos. Qué más hace falta saber.
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