Por Atilio A. Boron *
En los últimos días aparecieron dos magníficas notas que dan cuenta de lo que en trabajos anteriores habíamos calificado como la “descomposición moral” del imperio. En una de ellas, Juan G. Tokatlian (El País, 2 de enero de 2012) habla del acelerado e irreversible avance de la “poslegalidad”, vocablo apto para referirse a la descarada apelación a metodologías y formas de acción completamente reñidas con la propia legalidad estadounidense por parte de la Casa Blanca. De este modo, el indigno Nobel de la Paz que se sienta en la Oficina Oval de la Casa Blanca ordena crímenes y asesinatos de ciudadanos extranjeros y norteamericanos, envía aviones no tripulados –“drones”– para masacrar poblaciones indefensas sin pagar costo alguno ante una opinión pública estupidizada por la industria cultural del capitalismo mientras que, paso a paso, va cercenando las libertades públicas que establece la Constitución de los Estados Unidos, pero que desde Ronald Reagan para aquí se ha venido convirtiendo en letra muerta. En esta misma línea, Juan Gelman publicó en la edición del 2 de enero de este diario una nota en donde demuestra que el “progre” Barack Obama ya superó el triste record de su infausto predecesor en materia de atropellos a los estándares de la justicia y los derechos humanos. Pese a sus encendidas promesas de campaña no cerró Guantánamo; retiró parte de las tropas estacionadas en Irak (si bien dejando un buen número de “asesores”), pero siguió guerreando en Afganistán y extendió las hostilidades en Pakistán; tras las bambalinas de la OTAN fue principalísimo actor, según lo reconoció The New York Times, de la tragedia de Libia.
Si G. W. Bush pergeñó el rescate de los bancos, su sucesor profundizó esa política; si aquél había escrito el borrador del Tratado EE.UU.–Colombia, que autoriza la utilización de bases militares (por ahora siete) en ese país sudamericano, fue Obama quien ratificó el acuerdo poniendo su firma al lado de un personaje siniestro como Alvaro Uribe. Y en materia económica las políticas de rescate de los delincuentes de cuello blanco y trajes Armani que pululan en Wall Street –rescate hecho a costa de los deudores hipotecarios– prosiguieron su curso triturando las ilusiones del “American dream”: ya son dos millones de familias arrojadas a la calle y se espera que sean unos cinco millones en los próximos dos o tres años. Dados estos antecedentes, ¿a quién le importa la primaria republicana de Iowa? ¿Cuáles son las razones por las que la prensa mundial le otorga tamaña trascendencia a un rito mediático como ése, carente de toda sustancia? Para no hablar de las declaraciones de los candidatos republicanos, a cual más retrógrada y reaccionaria. Reflexiones estas que se podrían extender sin riesgo alguno a las propias elecciones presidenciales de los Estados Unidos. Porque, como dicen algunos de los (pocos) politólogos críticos que hay en ese país, ¿a qué viene tanto ruido si el “gobierno permanente” que realmente detenta las riendas del poder en sus manos, el complejo militar-industrial y sus aliados, está fuera del alcance del electorado? No importa lo que éste elija, ni el mandato que le otorgue al candidato electo, porque quienes realmente mandan saben lo que es bueno para Estados Unidos, lo que tienen que hacer y el veredicto de las urnas les resulta absolutamente irrelevante.
* Politólogo.
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