A mediados de marzo de 2011 comenzaron las manifestaciones de ciudadanos sirios en contra del gobierno de su país. Aquello que comenzó como protestas pacíficas terminó degenerándose en una guerra cruel como todas. Los resultados, los mismos de siempre: cientos de miles de personas muertas, millones que dejaron sus casas, ciudades en ruinas, infancias atrofiadas y una economía devastada.
Estos últimos días, las imágenes de los bombardeos en Guta Oriental inundan los medios. Las calles polvorientas. La ayuda humanitaria que llega y no. Las búsquedas entre los escombros. Personas grises. Sangre. Gritos.
El conflicto es sumamente complejo por la cantidad de actores implicados y enfrentados, pero lo que resulta claro en el séptimo aniversario del inicio de la guerra en Siria es la pérdida de bienestar de todo un pueblo.
Siria tiene una población de alrededor de 18 millones de personas. De ellas, según datos de la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), 11 millones de sirios necesitan cobertura sanitaria y requieren comida. Además, 5,6 millones buscaron refugio en países de la región y 6 millones se han desplazado internamente.
Todo comenzó en febrero 2011, bajo el calor de las revueltas en muchos países árabes, cuando unos jóvenes en la ciudad sureña de Deraa pintaron la pared de su escuela con la frase: “Es tu turno, Doctor”, en referencia al presidente Bashar Al Assad, que es oftalmólogo. Según los vecinos de la ciudad, las fuerzas de seguridad arrestaron y torturaron a los adolescentes y, tras estos hechos, el 15 de marzo del 2011 comenzaron las manifestaciones. Las protestas civiles fueron fuertemente reprimidas por el gobierno, hecho que conllevó al surgimiento de una resistencia armada en julio del mismo año, organizada bajo el llamado Ejército Sirio Libre, conformado principalmente por desertores del Ejército.
Con el tiempo, el conflicto se fue complejizando al intervenir distintos actores. Fuerzas islamistas armadas provenientes de Irak –como Estado Islámico (EI) y Jabat Al Nusra– combaten tanto a otras facciones de la oposición como al régimen. Hoy, mientras Al Nusra sigue pisando firme en algunas zonas, EI se encuentra prácticamente derrotado territorialmente al perder, en 2017, las capitales de su autoproclamado califato, Mosul (Irak) y Raqa (Siria).
También entraron en el conflicto actores regionales como Irán y la milicia libanesa Hezbolá, que apoyaron a Al Assad, mientras que Arabia Saudita y Qatar –y otras monarquías del Golfo Arábigo– apadrinaron a las facciones insurgentes. Además, actores globales como Rusia y Estados Unidos apoyaron, a su vez, a uno y otro bando: los rusos, al gobierno de Siria, y los estadounidenses, a los rebeldes –a quienes la prensa occidental llama habitualmente rebeldes moderados–.
Actualmente, uno de los sitios más calientes en el conflicto es la región de Guta Oriental, un cinturón agrícola al sur de Damasco, la capital, que es un enclave rebelde desde el 2013. La situación en Guta es particularmente compleja puesto que, en las localidades de la región donde habitan civiles se encuentran apostados insurgentes de diversas facciones. Entonces, si bien la última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU ordenó un cese de hostilidades a cumplir por las partes en conflicto, los grupos islamistas radicales no entraron en consideración, como sí lo hicieron los grupos llamados moderados. De esta manera, no es posible dar un alto el fuego efectivo y así, siguen muriendo personas que no participan del conflicto armado.
“Guta va a caer. Ese es el mensaje”, escribió Robert Fisk el corresponsal en Medio Oriente del periódico británico The Independent. “Dentro de las fuerzas armadas sirias están las explicaciones usuales de los llamados ataques quirúrgicos, de rebeldes escondiéndose en hospitales y usando civiles como escudos humanos, pero estas son palabras que el mundo ya ha escuchado antes”, concluyó el periodista. Por ejemplo, de parte de los estadounidenses acerca de Mosul y Afganistán. El profesor de geopolítica del mundo islámico en la Universidad Nacional de San Martín, Jodor Jalit, coincide en diálogo con PáginaI12. “Hemos visto que todos los medios de Occidente acusan a Al Assad, mientras que todos los medios afines al gobierno sirio acusan a los rebeldes de usar escudos humanos. Y creo que es un poco más compleja la situación”.
En algún momento la guerra va a llegar a su fin y será tiempo de ver cómo se dará la reconstrucción del país. Según el profesor Jalit, los forcejeos entre los actores en conflicto ya se están llevando a este ámbito. “La rivalidad fuerte que se está viendo es entre Irán y Rusia por los contratos de reconstrucción y, aparentemente los más jugosos se los estaría llevando Rusia. Siria entiende que sin ninguno de los dos es difícil que termine de revertir la situación. Entonces, tiene que tratar de negociar para dejar a los dos contentos”.
A principios de este mes, el Alto Comisionado de ACNUR, Filippo Grandi, en un comunicado, se lamentó: “Estos siete años de guerra nos han dejado una colosal tragedia humana. No hay ganadores claros en esta insensata búsqueda de una solución militar, pero resulta fácil ver quién pierde: el pueblo de Siria”.
Sin embargo, Jalit no ve una solución política en el corto plazo: “No vamos a ver una resolución del conflicto en tanto y en cuanto no llevemos a todos los combatientes a la mesa de negociación y que negocien una salida política”. Claro que es absolutamente improbable que miembros de la milicia islamista Jabat al Nusra, por ejemplo, se sienten a negociar con el resto de las partes. Por ello, el académico sostiene que primero deben ser derrotados militarmente y luego negociar una salida política del conflicto entre el gobierno de Siria y los llamados rebeldes moderados.
Establecer certeramente la cantidad de personas que han muerto en esta guerra no es posible y quizás nunca se sepa con precisión. Pueden ir de 240.000 a 450.000 o cerca de medio millón, como dice Robert Fisk. Lo que es seguro es que el interminable conflicto sirio significa una pérdida para todos. Como concluyó Jalit: “Hemos perdido vidas humanas, hemos perdido sitios arqueológicos, se ha destruido una economía, tenemos una región más inestable y, mientras tanto, los vendedores de muerte se han llenado los bolsillos”.
Informe: Bianca Di Santi.
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