Estados Unidos pierde terreno. Su proyectado sueño de un siglo xxi estadounidense se desvanece y el acorazado yanqui hace aguas. Para sus expertos no es un secreto que la República Popular China, con su pujante economía, va en camino de ser la potencia mundial número uno a más tardar en 2030, y Rusia no se queda atrás. La confluencia de intereses internacionales de estas dos poderosas naciones y sus aliados, los convierten en un influyente frente alternativo al poder estadounidense.
En estas circunstancias Estados Unidos cree más necesario que nunca controlar a su «patio trasero», someter por completo a las inquietas naciones del continente. Incluso sus más cercanos satélites, no pueden prescindir del comercio y los negocios con China y Rusia. Por otra parte, la semilla integracionista revivida por Fidel, Chávez, Kirchner, Evo y Correa, por más que intenten mancillarla reverdece una y otra vez.
El plan de salvamento –cuidadosamente elaborado en los 80, luego de que las dictaduras militares sangrientas comenzaran a dar señales de agotamiento, y renaciera el peligro de que los procesos revolucionarios radicales acabaran con el poder de la oligarquía servil a los yanquis, a pesar del exterminio sistemático de líderes de izquierda– también fracasó estrepitosamente, y sus proyectos de «transición democrática», o lo que era lo mismo, mantener las dictaduras con un manto democrático, no dieron los resultados esperados.
El continente al sur del río Bravo inició procesos progresistas, algunas auténticas revoluciones, como en Venezuela, y los pueblos comenzaron a construir una integración históricamente muy temida por el imperio: América Latina y el Caribe unidos en un proyecto bolivariano. Las velas de Bolívar volvían a aparecer en el horizonte.
Tembló el yanqui, temblaron sus servidores y cipayos. La tarea de los servicios especiales imperiales y en particular de su guardia pretoriana, de sus tanques de pensamiento y escogidos «caballeros straussianos», fue entonces frenar y luego destruir los movimientos revolucionarios integracionistas que se gestaban, derribar gobiernos incómodos fue la tarea de la cia, organización con gran experiencia en el tema. Echó a andar la maquinaria diabólica engrasada en la lucha contra el socialismo del este europeo, en especial la urss.
La ofensiva de la derecha no se hizo esperar en América Latina, uno tras otros los gobiernos de la «década progresista» comenzaron a caer, producto de una estrategia multifactorial, bien pensada, inescrupulosa, que contaba con todos los recursos logísticos y financieros, los pocos recursos y la poca importancia que los gobiernos progresistas dieron a la preparación política de las masas, entre otros factores, influyeron en el éxito inicial del plan restaurador del neoliberalismo.
Todas las variantes de guerra no convencional, creadas en los laboratorios estadounidenses, algunas de ellas ensayadas con éxito variable en el Oriente Medio y Europa, han sido aplicadas en el continente, golpes suaves, golpes judiciales, golpes parlamentarios, con mayor o menor presencia de los militares y las fuerzas policiales, siempre fieles a los estados neocoloniales, siembra de caballos de Troya, cuyo ejemplo mayor es Lenín Moreno en Ecuador, etc.
Siempre hay un «pero», se podría decir con certeza. La derecha no tiene mucho que ofrecer, su plan es simple: restaurar el neoliberalismo neocolonial –que es la peor variante de neoliberalismo–, y ese plan está condenado al fracaso. América se revira, se alza, derriba en las urnas a los gobiernos neoliberales, la percepción de peligro para el poder estadounidense se torna mayor.
Ahora el imperio es una fiera agazapada que lanza zarpazos a diestra y siniestra, su maquinaria de destrucción y subversión trabaja a todo vapor, lo peor es que esta maquinaria está dirigida por un bando de trogloditas, de dinosaurios anclados en la época de las cañoneras, de la que solo aprendieron en los comics, en las series de televisión y no en los libros de historia. Este grupo cavernícola gobernante es profundamente ignorante, su visión del mundo ha sido construida en espacios muy cerrados de opinión fundamentalista, no conocen bien ni a su propio país.
De ellos puede esperarse cualquier cosa, los menos malos dentro de la nación norteña intentan parar a ese grupo, no por contradicciones profundas con sus objetivos generales, sino porque los ven como un peligro real para los propios intereses estadounidenses, para el futuro del imperio.
Agrupados en un frente que no ha alcanzado la unidad necesaria, intentan sacar a la camarilla trumpista y han apostado al juicio político contra el magnate presidente como vía para salvarse. Es una medida desesperada, porque saben que el país tiene fracturas internas, en la economía y en su estructura como nación, y una crisis podría llevarlos al desastre.
Están como en la clásica caricatura del bote que hace aguas por todas partes, taponean un agujero y se abre otro, tapan un hueco con mentiras, con calumnias, con sangre y se abre uno nuevo.
Están enfrentando a la vergüenza de los pueblos, a esa historia que han pretendido borrar con el dinero y las armas. Son los espíritus inmortales de nuestros soldados libertadores que regresan, de los guerreros de los pueblos originarios, de los «indios» del altiplano, de las tropas de Sandino, de los hombres del Che, que ensillan sus andaduras y engrasan los fusiles, son las velas de Bolívar que se alistan para capear la tempestad y vencer, ahora sí.
Tomado: Granma