La interminable epidemia de “golpes blandos” propiciada por la Casa Blanca se ha ensañado una vez más con Honduras. Fue allí, en el año 2009, donde por vez primera se aplicó esta metodología una vez que fracasara el golpe militar tradicional ensayado un año antes en Bolivia. A partir de ese momento los gobiernos indeseables de la región serían barridos por un letal tridente conformado por la oligarquía mediática, el poder judicial y los legisladores, cuyo “poder de fuego” combinado supera el de cualquier ejército de la región. José Manuel “Mel” Zelaya fue su primera víctima, a quien seguirían en el 2012 Fernando Lugo en Paraguay y en 2016 Dilma Rousseff en Brasil. Bajo ataque se encuentran los gobiernos de Bolivia, Venezuela y, va de suyo, Cuba, mientras que en Ecuador el viejo recurso del soborno y la traición unidos a la técnica del “golpe blando” parecen haber detenido el rumbo de la Revolución Ciudadana de Rafael Correa. El objetivo estratégico de Washington con sus “golpes blancos” es regresar América Latina a la condición neocolonial imperante en la noche del 31 de diciembre de 1958, un día antes del triunfo de la Revolución Cubana.
En el caso hondureño el golpe funciona preventivamente, a través de un escandaloso fraude electoral que sólo ha suscitado la crítica de algunos pocos observadores enviados por la Unión Europea. En cambio, la misión de la OEA, presidida por un demócrata de credenciales tan impecables como el boliviano Jorge “Tuto” Quiroga, ha consentido todas y cada una de las violaciones de la legislación electoral y las normas constitucionales del gobierno de Juan Orlando Hernández, heredero del golpe del 2009. Claro que Quiroga no las tiene todas consigo porque el Tribunal Constitucional de Honduras ha declarado que la reelección es un derecho constitucional que no puede ser conculcado por ninguna norma de rango inferior lo que, aplicado al caso de Bolivia, consagra la legitimidad de la aspiración del presidente Evo Morales de presentarse a una nueva contienda presidencial.
Pero regresando al meollo de nuestra argumentación, el fraude perpetrado en Honduras remeda al que inaugurara en 1988 el PRI mexicano para birlar a Cuauhtémoc Cárdenas de la victoria que estaba claramente obteniendo en las urnas. En medio del recuento de votos se produjo un apagón que afectó a gran parte de la Ciudad de México y cuando finalmente el fluido eléctrico regresó se verificó un verdadero milagro, equivalente moderno al de la multiplicación de los panes y los peces de nuestro señor Jesucristo. En este caso los que se multiplicaron en medio del apagón fueron los votos de Salinas de Gortari, el candidato priísta, mientras que Cárdenas era relegado a un triste segundo lugar. En Honduras acaba de ocurrir exactamente lo mismo, lo que prueba que a la Santa Madre Iglesia le asiste la razón cuando afirma que los milagros existen y se producen casi a diario. Salvador Nasralla, el candidato del frente opositor llevaba cinco puntos porcentuales de ventaja al escrutarse algo más de la mitad de los sufragios y las tendencias eran muy claras. En ese momento el presidente del Tribunal Superior Electoral declara que no se puede anunciar ningún resultado porque falta escrutar el resto de las actas, pese a que el candidato del tercer partido, Luis Zelaya, reconoce el triunfo de Nasralla. El TSE retoma el conteo selectivo de las actas en distritos en donde se presume que el candidato oficialista tiene alguna ventaja al paso que, simultáneamente, aparecen recurrentes desperfectos en el centro de cómputos del TSE y los consabidos apagones. Una vez subsanados los guarismos van ofreciendo una pequeña ventaja al presidente Juan Orlando Hernández, aunque las sospechas aumentan porque el Ministerio Público allanó una oficina del partido gobernante sorprendiendo a sus ocupantes en la preparación de actas comiciales falsas. Lo interesante del caso es que este fraude es tan rudimentario que dio pie a otro milagro sin precedentes en la historia política mundial: después de los desperfectos y los apagones subían los votos de Hernández en la candidatura presidencial, pero no así los de los alcaldes y diputados del oficialismo que se mantenían en sus registros anteriores. Todo esto, repetimos, ante el cómplice mutismo de la misión de la OEA encabezada por Quiroga, cuyo adn político reaccionario hacía que mirase con buenos ojos esta burla a la voluntad popular.
No es de sorprenderse entonces que las bases sociales de los partidos de la oposición hayan ganado las calles exigiendo el respeto a la voluntad de la ciudadanía. Y que el gobierno fascista de Hernández, el mismo que ha prohijado junto a la “Embajada” el baño de sangre que se produjo en Honduras desde el golpe de 2009 y que el caso de Berta Cáceres es apenas el más conocido, haya declarado toque de queda entre las 6 de la tarde y las 6 de la mañana y estado de sitio. Ya suman una docena los muertos por las protestas en Honduras pero el gobierno continúa su marcha impertérrito, con la abierta complicidad del “canalla mayor” de las Américas, Luis Almagro y sus enviados y el tácito aval de la “Embajada” que jamás consentiría que un opositor llegara al palacio presidencial.
Es que Honduras es una pieza de gran valor estratégico en el diseño geopolítico de Washington. Limita con dos países como El Salvador y Nicaragua que tienen gobiernos considerados como “enemigos” de los intereses norteamericanos y la base aérea Soto Cano, ubicada en Palmerola, tiene una de las tres mejores pistas de aviación de toda Centroamérica y, además, es escala obligada para el desplazamiento del Comando Sur hacia Sudamérica. Además, la base Soto Cano es la que alberga a la Fuerza de Tarea Conjunta “Bravo” compuesta por unos quinientos militares de EE.UU. dispuestos a entrar en combate en cuestión de horas. Hay que recordar que el ejército hondureño fue refundado por el embajador estadounidense John Negroponte y que, en los hechos, es un comando especial de las fuerzas armadas de Estados Unidos más que un ejército nacional hondureño. Todo esto es lo que está en juego en la elección presidencial de Honduras. Por ello Washington alentó el golpe contra Mel Zelaya y, en la actualidad, convalida la maniobra fraudulenta del presidente Hernández. La oposición jamás reconocerá la legalidad y la legitimidad de este proceso electoral, viciado desde sus raíces. La última aberración del TSE fue la de contar los votos de las actas faltantes sin la presencia de los representantes de los partidos opositores. Es decir, el gobierno cuenta los votos y proclama su fraudulenta victoria al margen de cualquier instancia de control independiente. Ante la monstruosidad de esta farsa electoral la oposición deberá exigir el llamado a nuevas elecciones pero bajo supervisión internacional porque está visto que el TSE es un apéndice del gobierno y que ni siquiera garantiza el correcto recuento de los votos, para ni hablar del entero proceso electoral. Y los gobiernos democráticos de Nuestra América deberán encolumnarse sin hesitar detrás de los reclamos de las fuerzas de la oposición para impedir la consumación de un “golpe blando preventivo” como el que está actualmente en curso hundiendo aún más a Honduras en una tremenda crisis nacional general. Por último, habrá que notificar al “canalla mayor” de las Américas que algunas anomalías están ocurriendo en el proceso electoral hondureño, sacándolo de su bien pagada obsesión por monitorear y desprestigiar al gobierno de Maduro y las elecciones venezolanas.
Por; Atilio Boron
Tomado: pagina/12