Casi 57 años después, las esencias del discurso I have a dream (Yo tengo un sueño) de Martin Luther King Jr. recobran vigencia en Estados Unidos. Sus palabras parecieran resonar en el pensamiento de quienes protestan en las calles: «Hoy les digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades del momento, yo aún tengo un sueño (…) Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: “Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales”».
La muerte en Minneápolis de George Floyd –afroestadounidense de 46 años–, después de que un policía le presionara el cuello con la rodilla durante varios minutos, ha despertado nuevamente el enojo del pueblo. Las protestas, que se han extendido durante una semana por más de 75 ciudades de ese país y han provocado toques de queda en 40 urbes, más de 4 000 detenidos y el despliegue de la Guardia Nacional en decenas de estados, no solo reclaman justicia ante tan abominable crimen, ocasionado por la brutalidad policial. Más bien exigen derechos mancillados o postergados para muchos en la patria de Washington. Reflejan el cansancio de grupos sociales marginados durante décadas.
El racismo, la xenofobia, la desigualdad y la injusticia social en el seno de esa sociedad, paradójicamente el país más rico del planeta, son las verdaderas raíces del problema, las causas indiscutibles de las manifestaciones. A estas alturas, ¿alguien puede creer la retórica imperial de que Estados Unidos es paradigma de Derechos Humanos o libertades civiles a nivel mundial?
Ahí están los hechos irrefutables: el video de George Floyd diciendo «no puedo respirar», las fotografías de los violentos enfrentamientos entre la policía y los manifestantes, las imágenes de dos patrullas arrojándose intencionadamente sobre una multitud en una calle en Nueva York...
Mientras ocurren los disturbios más graves que se reportan en el país desde 1968, algunos medios informaban que este domingo, el Presidente Donald Trump había sido llevado de emergencia a un búnker, ante la cercanía de los manifestantes a la Casa Blanca, edificio que, en un hecho insólito, apagó sus luces en medio de las protestas. Trump calificaba en un tuit de «matones» a quienes protestan, y amenazaba expresando que «cuando empiezan los saqueos, empiezan los disparos», un mensaje que el propio Twitter decidió ocultar por incitar a la violencia.
Precisamente, esa ha sido la práctica de la actual administración estadounidense: la instigación a la violencia. El pasado 30 de abril, la Embajada de Cuba ante Estados Unidos, en Washington d.c., sufrió un atentado terrorista con el silencio cómplice de la Casa Blanca y el Departamento de Estado.
La creciente retórica hostil de autoridades estadounidenses, sus políticas y discursos de odio que promueven la división, sus actos de estímulo a la violencia por grupos e individuos supremacistas han sumido en un clima de inseguridad e intolerancia al país. Frente a tales flagelos, solo la paz, la fraternidad y los mejores valores del ser humano pondrían al hombre, de nuevo, en el rumbo de la civilización. Solo así, el «sueño» de Luther King podría ser la realidad a que aspiran las multitudinarias protestas.
Tomado: Granma