Nos aprestamos a celebrar los primeros cinco años del Acuerdo Final de Paz, firmado entre el Estado colombiano y la extinta insurgencia armada de las FARC-EP en el Teatro Colón en la ciudad de Bogotá el 24 de noviembre de 2016.
Se firmó la esperanza de una nación que siempre ha vivido en el ocaso de la guerra, odio, muerte y destrucción. A pesar de los obstáculos y dificultades, a sus cinco años hay mil razones para brindar por la esperanza.
El Acuerdo Final de Paz (AFP) es el más grande acontecimiento político en los últimos setenta años. Jamás otro evento político tuvo tanto apoyo internacional.
Nunca antes un proceso de paz pudo llevarle al mundo tantas lecciones aprendidas.
El Acuerdo de Paz en Colombia fue bien construido, nos dio unas herramientas políticas para salir de la guerra y construir un país moderno, justo, democrático y respetuoso de los derechos humanos, pero el Gobierno de turno ha desaprovechado las bondades de lo pactado y ha pretendido hacerlo trizas.
Por eso hoy Colombia está en el atolladero social y el AFP, hoy por hoy, es una posibilidad en la construcción de la paz estable y duradera. Ahí están las herramientas políticas para que el nuevo presidente lidere la construcción de un nuevo país amable y en paz.
Vale recordar hoy breves apartes del preámbulo de lo construido en la República de Cuba:
“El presente Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera se suscribe por el Gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), como acuerdo especial en los términos del artículo 3 común a los Convenios de Ginebra de 1949, para efectos de su vigencia internacional.
El Gobierno Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) firman siete originales incluidos sus anexos, uno para cada una de las partes, uno para cada uno de los países garantes y uno para cada uno de los países acompañantes. El séptimo ejemplar original se depositará inmediatamente tras su firma ante el Consejo Federal Suizo en Berna o ante el organismo que lo sustituya en el futuro como depositario de las Convenciones de Ginebra”.
¿Qué más legalidad del Acuerdo de Paz queremos de cara a la legislación mundial y la comunidad internacional?
Sin duda lo habíamos logrado luego de cuatro años de negociaciones en La Habana.
Gracias al Gobierno y al pueblo de Cuba por brindarnos su tierra, hospitalidad a ambas delegaciones, ayuda y solidaridad para lograr este acuerdo de paz, luego de muchísimos años de intentarlo entre las partes involucradas en el conflicto social y armado en Colombia por cinco décadas de confrontación armada ininterrumpida.
Una larga guerra que dejó profundas secuelas y huellas imborrables en nuestra nación difíciles de sanar. Una guerra en que no ganaron las armas, ni las bombas.
Ganó la vida, la sensatez, la inteligencia y la esperanza.
Este es un acuerdo de paz en que ningún bando salió triunfador. Interpretamos el clamor de más de siete millones de víctimas, los muertos, los desaparecidos, los miles de heridos, mutilados, huérfanos, viudas, desplazados, todo un universo de dolor que reclamaba (aún reclama) verdad, justicia, reparación y no repetición de la horrible noche de afilados puñales.
La verdad, tanto para el Estado como para nuestra extinta guerrilla, no fue tan sencillo sentarnos en la mesa de conversaciones y pactar un acuerdo de paz.
Fue una gran partida de ajedrez donde se jugaba el mejor premio: el futuro de cincuenta millones de colombianos.
Estuvo precedido por un año de "fase exploratoria”, cientos de reuniones secretas conjuntas entre las partes y por separado en consultas internas.
Mientras tanto se desarrollaba la guerra, como si no hubiese intención de construir la paz.
Y como lo impuso el presidente Juan Manuel Santos: “Nada estuvo acordado, hasta que todo estuviera acordado”.
Dicho en otras palabras, debimos dialogar en medio de la guerra.
Fueron muchos los ataques mutuos, centenares de muertos y heridos.
Unas conversaciones de paz sin cese del fuego bilateral; eso no tenía ni tiene lógica, ni razonamientos serios, pero así se impuso por el Gobierno, casi hasta el final de las conversaciones.
Hubo momentos en que, por negociar en medio de la confrontación, se dieron situaciones a punto de ruptura. Pero a decir verdad, la voluntad estaba determinada en seguir para adelante.
Entre otras cosas porque pactar un acuerdo con enemigos antagónicos y después de una guerra tan larga, donde se utilizaron todos los recursos bélicos y el uso desproporcionado de la fuerza no resultaba tan sencillo para nosotros.
La desconfianza y la experiencia de otros procesos de paz, nos mostraba los afilados dientes de la perfidia y la traición, cuando uno a uno fueron cayendo acribillados los guerrilleros que creyeron en el Gobierno de la época.
Hoy la situación no es menos dramática: 285 firmantes de paz asesinados, amenazados y desplazados de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación -como nuestros compañeros de Ituango en Antioquia- sin incluir familiares amenazados, asesinados y desaparecidos.
Fueron las extintas FARC-EP quienes lideraron el cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, pues nuestra fuerza guerrillera fue quien primero lo decretó y cumplió.
Dicho sea de paso, dando muestras de una indoblegable voluntad política.
Hay muchos acontecimientos y anécdotas en estas conversaciones en La Habana. Una no menos importante para destacar fue la llegada a la patria de Martí de los militares activos de las Fuerzas Armadas Colombianas que, junto con los guerrilleros, instalarían la subcomisión técnica para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera para desarrollar los subpuntos 1 (Cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo) y 2 (Dejación de las armas) del punto 3 (Fin del Conflicto, del Acuerdo General).
Juntarnos y sentarnos en un solo salón militares y guerrilleros por primera vez en 53 años en el Palacio de Convenciones de La Habana fue todo un acontecimiento de nunca olvidar.
La tensión era obvia y evidente, las prevenciones visibles, pero cuando nos dieron la tarea del diseño del cese del fuego y la dejación de las armas para construir la paz, sentimos que teníamos una enorme responsabilidad.
Partíamos de la nada, un poco de teoría para convertirla en una herramienta eficaz, operativa y sencilla.
La palabra es mágica. El diálogo franco, abierto y sincero nos puso en un solo esfuerzo creador.
A los ocho días, éramos amigos de cuentos, anécdotas de combates, de propósitos mutuos en favor de la paz. Se cumplió con la tarea.
Del 2012 al 2016 Colombia vibró aportando y apoyando el proceso de conversaciones, fue como hoy la esperanza de un pueblo que siempre ha estado inmerso en la guerra, que jamás ha tenido sosiego.
Sin lugar a dudas el plebiscito del 2 de octubre fue el primer golpe contra el Acuerdo de Paz.
Gran error de Santos, siendo este un logro como ninguno en la historia y siendo la paz el máximo de todos los derechos fundamentales del ser humano y que es un deber sagrado construirla, antes de consultar.
Eso también demostró las profundas diferencias en el poder y los señores de la guerra se inventaron sofismas para darle el primer golpe al naciente proceso de paz. Entre otros ataques, separaron a los expresidentes de las comparecencias formales ante el Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición.
El Acuerdo de Paz es la esperanza de la paz y vida digna para todos los habitantes de Colombia.
No existe otra posibilidad o alternativa cierta. Es por eso que ha resistido a todos los ataques desde la institucionalidad.
Hemos abierto entre todos los amantes de la paz un ancho camino, en la reconciliación y la convivencia. El proceso de paz es indestructible.
Más de 13 mil excombatientes, hombres y mujeres, estamos por fuera de la guerra. Nunca más queremos volver a la incertidumbre y destrucción de la vida humana.
Creemos en lo pactado en La Habana. Nada ha sido fácil y nunca lo será. Han asesinado cientos de líderes sociales, ambientalistas, defensores de los derechos humanos y firmantes de paz.
Colombia hoy no es la misma del 2016. El pueblo ha despertado y se erige como una nación en procura de la construcción de la paz estable y duradera.