Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC). Así se llama el nuevo partido político con el que los exguerrilleros colombianos buscan asaltar la arena política sin perder las siglas por las que combatieron en montañas, llanos y selvas durante más de medio siglo.
El nombre escogido va más allá de las formalidades y lanza un claro mensaje sobre cuáles son sus objetivos tras el histórico acuerdo de paz alcanzado en La Habana.
El primer Congreso de los guerrilleros desde su paso a la vida civil, celebrado la semana pasada en Bogotá, no solo debía definir la nomenclatura del partido, sino su estructura y la estrategia a seguir ante el primer choque con las urnas en las elecciones legislativas y presidenciales del próximo año.
Sin embargo, el debate sobre el nombre acaparó parte de los titulares.
Algunos consideraban que el fin del conflicto podía ser el momento para dejar atrás las antiguas siglas y optar por una renovación. Nueva Colombia y Esperanza Popular estuvieron sobre la mesa, pero finalmente ninguna logró apoyo.
La decisión de la mayoría fue mantener las iniciales de las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y solo cambiar su significado.
Para una parte del país, esas siglas llevan una carga de muerte y sufrimiento. Pero los antiguos guerrilleros apostaron por mantener un símbolo de su lucha revolucionaria que los acompaña desde los tiempos de Marquetalia, cuando surgió la agrupación bajo el liderazgo de Manuel Marulanda.
Es asimismo un claro mensaje de que no han abandonado los objetivos por los cuales tomaron las armas hace más de 50 años, sino que pretenden alcanzarlos por otros medios. La rosa roja que escogieron como logo sigue esa misma lógica.
Aspiran a que la paz, en la medida que ayuda a cerrar las heridas de la guerra, remueva los estigmas acumulados durante años de propaganda negativa.
Y ese camino ya ha empezado a andarse. El viernes pasado se reunieron en la Plaza de Bolívar de Bogotá los más de 1 200 delegados farianos que asistieron al Congreso. Para muchos de ellos, era la primera visita a la capital sin tener que esconderse o evadir a las autoridades. También fue la primera oportunidad de los bogotanos para ver a tantos exguerrilleros juntos sin tener que sintonizar sus televisores.
El Congreso, que se extendió por más de una semana, definió que el partido se alimentará de las distintas
corrientes revolucionarias y libertarias, incluido el pensamiento bolivariano, y tendrá entre sus prioridades el trabajo en las comunidades.
De hecho, el «común» del nuevo nombre hace referencia a células de trabajo en las veredas y barrios de la Colombia profunda en las que se define el destino de la agrupación, a pesar de que para las próximas elecciones legislativas tienen garantizado diez asientos en el Congreso como resultado del Acuerdo de Paz.
Además de contar con su propia organización y liderazgo –encabezado por Timoleón Jiménez, pero distribuido de manera colectiva en forma muy similar al antiguo secretariado–, las FARC buscan una gran coalición de movimientos sociales y partidos progresistas que garantice el cumplimiento del acuerdo de paz y borre las amenazas guerreristas de la ultraderecha y el paramilitarismo.
Aunque tienen un duro camino por delante, las Fuerzas Alternativas Revolucionarias del Común surgen en un momento de descrédito de los partidos tradicionales. En la última encuesta de Gallup, las FARC tienen mayores probabilidades que ninguna otra agrupación política nacional. Aunque ese dato por sí solo no les garantiza una vía expedita a la Casa de Nariño, es una señal de la necesidad de nuevos aires en la política colombiana, aunque vengan acompañados de nombres con larga historia.
Tomado: Granma