Durante una década, Teodorín Obiang se pagó todos los lujos con el dinero de uno de los países más pobre del mundo: Guinea Ecuatorial. En París, el vicepresidente de este país de África Central vivía en un departamento de 110 habitaciones (4.000 metros cuadrados), poseía una colección de autos de lujo única en el planeta, compraba al por mayor en las fastuosas boutiques de la Avenue Montaigne y se lavaba las manos en un baño con canillas de oro. Su aventura de millonario expoliador de cientos de millones de euros concluyó la semana pasada cuando el Tribunal Correccional de París lo condenó a tres años de cárcel en suspenso, 30 millones de euros de multa y confiscó sus bienes. Un hecho sin precedentes: Marc-André Feffer, presidente de Transparency International France, reconoce que se trata de “un hecho histórico. Por primera vez en el mundo, el dirigente de un país extranjero que lavaba dinero en otro país ha sido condenado”.
Entre 2005 y 2011, Teodorín Obiang, el “príncipe de Malabo”, consumió 107 millones de euros en su propiedad del 42 de la Avenue Foch, tenía muebles y obras de arte evaluados en 18 millones de euros y autos por 7 millones. Mientras el hijo del presidente de Guinea Ecuatorial quemaba dinero y bebía las mejores botellas de Romanée-Conti, en su país 60% de la población vive con menos de un dólar por día. Las sumas citadas por la justicia son apenas una parte de las fabulosas sumas que Teodorín carbonizaba en la capital francesa, y mucho menos de lo que decenas de dictadorzuelos hacen circular en las capitales de Occidente. La apertura de un proceso judicial, de una investigación y al final de una condena fue posible gracias a una campana iniciada en Francia por la ONG Sherpa contra “los bienes mal adquiridos” y en virtud de la Convención de las Naciones Unidas contra la corrupción (artículo 57.3.c).
“Alcohol, putas y drogas”. Durante el proceso, el mayordomo Didier M. retrató la agitada vida del “Patrón” Teodorín en la cual iban y venían las valijas diplomáticas desbordantes de millones de euros. El mayordomo contó que cuando se acababa el dinero, El Patrón regresaba a Guinea Ecuatorial a buscar más. El hijo de Teodoro Obiang (está en el poder desde 1979 y gana regularmente las elecciones con 97% de los votos) se salvó de un juicio en Estados Unidos pero no en Francia. En 2015, el vicepresidente concluyó un arreglo con la justicia norteamericana, que lo inculpó por fraude y lavado de dinero. Mediante un acuerdo con el Departamento de Justicia Obiang vendió su palacio de Malibú (30 millones de dólares), los objetos de colección de Michael Jackson y entregó el dinero a las organizaciones caritativas que en Estados Unidos ayudan al pueblo guineano.
No hubo acuerdo posible en París. A Teodorín, el Tribunal Correccional de París le embargó sus bienes cuyos orígenes, en la mayoría de los casos, remontan a la época en la cual el hoy vicepresidente era ministro de Agricultura y Bosques y saqueaba sistemáticamente las cajas del Estado. Oficialmente, tenía un salario de 80 mil dólares anuales totalmente incompatible con su pirotécnico tren de vida en Francia. Cuando los investigadores penetraron en su santuario de la Avenue Foch no podían creer lo que estaban viendo: un haman (baño turco), una sala de cine con una pantalla Panasonic gigante pagada 100 mil dólares, una discoteca, un bar, un dormitorio principal de 100 metros cuadrados, una sala de deportes, platos de porcelana, cubiertos de plata, orfebrerías, obras de arte, armarios con ropa de Gucci, Dolce & Gabbana, Prada, Yves Saint Laurent, Louis Vuitton, Balenciaga, Armani, Burberry, Versace, relojes y joyas de Cartier, Piaget, Chaumey 18 autos autos marca Bentley, Rolls Phantom (dos), Ferrari (dos), Porsche (tres), Bugatti (dos), Maserati. El testimonio ofrecido durante el juicio por un ecuatoguineano que se salvó por muy poco de que lo asesinaran en Madrid resultó determinante para desmontar y probar el circuito de la corrupción. Germán Pedro Tomo puso al desnudo las peripecias opacas de Teodorín montadas desde la empresa pública guineana Somagui. Según se desprende de las investigaciones, Teodorín Obiang se metía en el bolsillo los gravámenes pagados por las empresas de explotación forestal. El resto de sus fondos los aportaba el Tesoro público de Guinea. Bénédicte de Perthuis, presidenta del Tribunal Correccional de París, recalcó que “existen pocas dudas” de los orígenes del dinero derrochado por Obiang: “malversación de fondos públicos” y “corrupción” fueron los dos principales “trabajos” del hijo del presidente. La misma magistrada recordó los enormes flujos de millones de dólares que pasaban a través de sus cuentas bancarias.
Teodorín es uno de los tantos dictadores africanos que hicieron de París o de la Costa Azul francesa sus refugios dorados. El juicio y la condena a este descendiente de los poderes terrenales eternos tiene tanto más significado cuanto que con él se tambalea lo que se conoce como la Françafrique, es decir, todo el esquema de una diplomacia post colonial que no oía ni veía nada mientras pudiera, a cambio, conservar toda su influencia en África. El padre presidente de Teodorín y sus abogados recurrieron a todas las argucias posibles para evitar la condena y las investigaciones: lo nombraron “vicepresidente “para reforzar su inmunidad y un momento, en el número 42 de la Avenue Foch, pusieron una placa “diplomática” afín de evitar que la justicia ingresara la guarida de lujo. Nada funcionó. El problema reside ahora en el hecho de saber a quien se le restituyen los bienes confiscados. “Mientras las familias de los incriminados sigan en el poder, no se pueden devolver los bienes”, resalta el abogado de Transparency International, William Bourdon. Marc-André Feffer, presidente de Transparency International, reconoce que “este veredicto es una primera etapa en un combate muy largo”. Detrás de Teodorín, y sólo en Francia, están Denis Sassou Nguesso (presidente del Congo), los descendientes de Omar Bongo, el gran expoliador de Gabón, François Bozizé, ex presidente de la República Centroafricana, Rifaat al-Assad, tío del actual presidente de Siria, Ben Ali, ex presidente de Túnez, y Hosni Mubarak, ex presidente de Egipto. Todos ellos y unos cuantos más transformaban la sangre y el hambre de sus pueblos en inolvidables estadías de derroches, putas y champagne bajo los impunes reflejos de las luces de la Torre Eiffel. Occidente es siempre cómplice y verdugo.
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