No era difícil advertir que en la derecha española del Partido Popular seguía latiendo con fuerza la tradición franquista. La represión violenta desatada para impedir el referéndum por la independencia catalana lo ha confirmado. Tan convencido estaba Rajoy de que la reacción intransigente era la jugada política que más le convenía que sobreactuó la demostración de fuerza, sin importarle que por todo el mundo circularan los hechos brutales de la represión.
La maniobra antidemocrática del presidente español pareció en un principio resultarle provechosa. Obtuvo rápidamente el apoyo de los socialistas y otras fuerzas políticas, mientras se advertía que la reivindicación catalanista no cosechaba simpatías en el resto de España. Por otra parte, Podemos, partido nacional, pero aliado de la izquierda catalana en la gestión de Barcelona y otras comunas, sentía las dificultades de definir una línea política clara frente a las tensiones que enfrentaban a Cataluña con el estado español. La situación, sin embargo ha ido cambiando, al punto de que ante la magnitud de la crisis, hoy se considera como una de las salidas posibles la constitución de una nueva mayoría de gobierno, volcada a la centroizquierda, en reemplazo de Mariano Rajoy.
Quince días atrás, cuando me tocó estar en Cataluña, me sorprendió advertir que junto a los decididos partidarios de la independencia, eran muchos los que dudaban, pero, sin embargo defendían la necesidad de participar del referéndum. Probablemente la obcecación del gobierno español habrá aumentado las filas de los independentistas, pero siguió siendo mucho más alto el porcentaje de los que -viendo escasas las posibilidades de consagrar la independencia- coincidieron en que era necesario ir a votar. La reivindicación democrática se convierte así en un referente más general y convocante que la independencia, como lo señaló en un reciente texto Jorge Alemán.
Muchos catalanes así lo advierten. Jordi Borja, uno de los responsables de la transformación moderna de Barcelona y figura tradicional de la izquierda catalana, en una serie de artículos conocidos en los dos últimos meses, reclamaba que esta potencia movilizadora del movimiento independentista aportara a una más plena transformación de una España que entre tantas otras limitaciones de la transición no sólo dejo pendiente la vieja cuestión de las autonomías sino que –en el contexto del neoliberalismo dominante– aún tiene muchas asignaturas pendientes para constituirse como un Estado democrático.
Sería prematuro imaginar una salida de la crisis, pero es razonable pensar que aunque la Unión Europea se ha mostrado compatible con más de una práctica autoritaria, una cosa es el trato a los migrantes y otra la represión generalizada en una de las principales ciudades del continente. En cualquier caso, Rajoy nos ha recordado que el fantasma de Franco sigue vivo y eso quizás abra nuevos caminos para la democracia española.
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