Cuartel Moncada… 26 de julio de 1953... El solo pronunciar alguno de estos vocablos estimula en muchos cubanos los cinco sentidos. Por la vista transitan escenas dantescas de torturas y asesinatos, el olfato se familiariza con el olor a sudor, sangre y humedad de los calabozos, el gusto se vuelve amargo, los oídos retumban con gritos y gemidos de dolor, la piel absorbe un calor diferente… La mañana de la Santa Ana de 1953 transcurre ante nosotros como una representación infernal, pero es una realidad.
La elección de la segunda fortaleza militar de la tiranía para iniciar la carga que matara bribones no solo estuvo dada por la tradición de rebeldía de la provincia oriental o por su cercanía a las montañas, que posibilitaría el reinicio de la lucha armada en aquella abrupta geografía, sino también por el historial represivo y criminalístico de esta instalación militar, condición que se repitió cuando los jóvenes de la Generación del Centenario, encabezados por Fidel, intentaron cambiar el curso de la historia hace 70 años.
La fortaleza militar era, por aquel entonces, la sede del Regimiento No. 1 Maceo. Tenía una plantilla de 402 efectivos, reforzada por miembros del Servicio de Inteligencia Militar (sim) y algunos elementos del Ejército, que pernoctaban en el lugar con motivo de los carnavales.
Contaba con un armamento compuesto por dos ametralladoras Browning calibre/50 y dos calibres/30; 865 fusiles New Springfield, diez ametralladoras Thompson calibre/45; 471 revólveres Colt calibre/45; 500 bayonetas para fusiles NS calibre/30; una pistola SA Colt calibre/45; dos pistolas SA Star calibre/45 y abundante parque.
En cambio, el destacamento revolucionario que protagonizó las acciones revolucionarias solo disponía de un centenar y medio de rifles de pequeño calibre y armas cortas de asalto. Solo tres armas de guerra formaban parte de su arsenal.
Esto nos permite afirmar que existió una desproporcionada correlación de fuerzas y medios entre ambos bandos beligerantes, y que el éxito de la acción se asentaba en el factor sorpresa, que no se logró por la existencia de cinco postas adicionales y el reforzamiento de las ya existentes, el establecimiento de patrullas de recorrido exterior y la nueva ubicación de una ametralladora calibre/50 en el frente del cuartel; elementos desconocidos por los asaltantes.
El plan de acciones del 26 de julio de 1953 no se circunscribió al cuartel Moncada. Contó, además, con tres importantes acciones de apoyo, que fueron la toma del cuartel de Bayamo, del hospital civil Saturnino Lora y del Palacio de Justicia, que no pudieron cumplir los objetivos propuestos.
Como respuesta a los asaltos, el régimen militar desató una feroz represión, que el máximo líder de los combatientes revolucionarios, Fidel Castro Ruz, describió de manera magistral al expresar: «El Cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y de muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros. Los muros se salpicaron de sangre; en las paredes, las balas quedaron incrustadas con fragmentos de piel, sesos y cabellos humanos, chamuscados por los disparos a boca de jarro, y el césped se cubrió de oscura y pegajosa sangre…».
El resultado de esta masacre quedó contabilizado en las siguientes cifras:
Asaltantes muertos en combate: seis. Torturados y asesinados después de las acciones: 55. El Boletín del Ejército, de fecha julio/agosto de 1953, reportaba oficialmente 15 muertos y 20 heridos por parte de las fuerzas del Ejército, y cuatro muertos y dos heridos por parte de la Policía Nacional.
Resulta necesario significar que, por primera vez en la historia de la República, ante tal felonía, una unidad de las Fuerzas Armadas fue honrada, colectivamente, por actos excepcionalísimos de mérito. Se le otorgó la corbata de la Cruz de Honor, de manos del propio Presidente de la República, al Regimiento No. 1 Maceo, en un acto único, que alcanzó a todos los miembros de esa unidad. Se destinaron pensión y educación para las viudas e hijos de los caídos, y se estableció un plan de curación para los heridos. Asimismo, se realizaron honras fúnebres al estilo militar.
Contradictoriamente, los cadáveres de los jóvenes revolucionarios caídos en la acción, y mayoritariamente asesinados después de estas, luego de aplicárseles salvajes torturas, fueron llevados en una rastra, algunos hasta sin cajas, y tirados cerca del necrocomio, sin que se les pudiera realizar ningún tipo de homenaje o acompañamiento familiar.
Los asaltantes que quedaron con vida y lograron escapar fueron perseguidos hasta la saciedad, encarcelados y juzgados injustamente.
El ataque al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, reinició, para el pueblo cubano, la última etapa de lucha por su verdadera independencia. Proyectó luz y esperanza en el complejo panorama de una república mediatizada, cuyos últimos vestigios de democracia fueron arrasados por el nefasto golpe militar del 10 de marzo de 1952. De sus entrañas brotó el camino, el movimiento revolucionario, el programa de lucha y el líder de la Revolución.
Como señalara el destacado intelectual cubano Alejo Carpentier: «Hay grandes acontecimientos; grandes por su significado, grandes por su energía generadora; que solo se nos muestran en su cabal dimensión histórica cuando podemos considerarlos, retrospectivamente, en función de los hechos que de ellos derivaron. Entonces es cuando el acontecimiento se sitúa en el tiempo con todo el prestigio de su dinámica original y precursora, marcando el punto de partida de una trayectoria cumplida que, como tal, por proceso dialéctico, será siempre propulsora de acciones futuras».
Y eso, precisamente, ocurrió con el asalto al cuartel Moncada. Fue la energía de la que se derivaron la expedición del yate Granma, la lucha guerrillera en la Sierra Maestra y la clandestina en las ciudades. Fue el faro que llevó al triunfo del 1ro. de enero de 1959, y al cumplimiento de medidas revolucionarias que borraron de nuestra historia la sangre de los cuarteles, para convertirla en la savia de las nuevas generaciones.
Tomado: Granma