Se cumplen setenta y cinco años de la النكبة, Nakba, “la catástrofe”, “el desastre”, la expulsión masiva de las personas palestinas de su territorio, realizada en 1948, para crear el estado de Israel. En los enfrentamientos en defensa de su pueblo originario, se calcula que murieron más de 13.000 palestinos, más de 750.000 huyeron o fueron expulsados de sus hogares asentándose como refugiados en campamentos en Cisjordania o la Franja de Gaza.
Según la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), que actualmente proporciona asistencia, protección y defensa a más de 5 millones de refugiados y refugiadas de Palestina, más de 1,4 millones viven en 58 campos de refugiados en Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este, Jordania, Siria y Líbano.[1]
A pesar de las reiteradas resoluciones de las Naciones Unidas, de su Asamblea y Consejo de Seguridad, como la resolución 3379 de 1975 de la Asamblea General, que asociaba al sionismo con el racismo y con el apartheid sudafricano, o la resolución 242 de 1967 del Consejo de Seguridad que exigía la retirada israelí de los territorios ocupados tras la guerra de los seis días, la exigencia de una paz justa y perdurable en Oriente Medio y el respeto y reconocimiento de la soberanía e integridad territorial y la independencia política de cada Estado de la región, o la resolución 2334 de 2016 -también del Consejo de Seguridad-, que determinaba que el establecimiento de asentamientos por parte de Israel en territorio palestino ocupado desde 1967, incluida Jerusalén Oriental, no tiene validez legal, los sucesivos gobiernos israelíes no solo no han cumplido esas resoluciones sino que han actuado de forma reiterada y empleando la violencia sistemática contra los derechos adquiridos del pueblo palestino. [2] [3]
La impunidad de su actuación concretada en ejecuciones extrajudiciales, bombardeos sistemáticos a Gaza, asentamientos ilegales, detenciones sin garantías jurídicas a activistas palestinas y palestinos, la ocupación de Jerusalén, todas esas acciones criminales se mantienen por el apoyo de la administración de los Estados Unidos y la complicidad e hipocresía de la Unión Europea respecto a la política de los gobiernos de Israel hacia el pueblo palestino.
El acuerdo de Asociación Unión Europea-Israel que entró en vigor el 1 de junio de 2000, en su artículo 2 establece que “Las relaciones entre las Partes, así como todas las disposiciones del presente Acuerdo, se fundamentan en el respeto de los principios democráticos y de los derechos humanos, que inspira sus políticas interiores y exteriores y constituyen un elemento esencial del presente Acuerdo”.[4]
La Unión Europea nunca ha condicionado el acuerdo de Asociación con relación al respeto por parte de Israel de los derechos humanos del pueblo palestino, como tampoco lo hizo con los acuerdos con el Túnez de Ben Ali o el Egipto de Mubarak, cuando el pueblo tunecino y el Egipto era masacrado en las calles durante la primavera árabe.
En ese sentido, la Unión Europea contribuye con su silencio frente a las continuas violaciones de los gobiernos de Israel a “normalizar” las ejecuciones extrajudiciales, los asentamientos coloniales, la detención y tortura de activistas palestinos, los bombardeos sobre población civil, el comercio ilegal realizado con productos elaborados en zonas ocupadas y al apartheid del pueblo palestino.
Como señala Rashid Khalidi, titular de la cátedra Edward Said en Estudios Árabes de la universidad de Columbia, “como si matar a los palestinos cada seis meses, cada año cualquiera que sea el periodo intermedio, fuera normal y natural. Solía usarse una expresión: cortar el césped. Tenemos que cortar el césped de vez en cuando. La inhumanidad de la expresión te dice que esta política es ciegamente asesina.”[5]
Esa impunidad ha sido denunciada de forma reiterada por organizaciones y personalidades internacionales. En 2002, una delegación de escritores entre ellos, José Saramago, Juan Goytisolo y el poeta palestino Mahmud Darwish, visitaron Ramala para expresar su solidaridad frente a la constante humillación que vivían las personas palestinas. En aquella visita, el premio Nobel Saramago comparó las acciones del ejército israelí en los territorios palestinos con lo que sufrieron los judíos en el campo de concentración de Auschwitz, con la diferencia que en el caso palestino no existen cámaras de gas. La delegación señaló a la prensa internacional por no denunciar las injusticias que sufre el pueblo palestino.[6]
El pueblo palestino vive una Nakba permanente desde 1948 a la que hay que poner fin desde el respeto escrupuloso al derecho internacional, es decir al cumplimiento de las resoluciones de las Naciones Unidas.
Publicado en Mundo Obrero