Empecemos por una afirmación: el tema del Estado palestino y su población no se resolverá mientras Estados Unidos apoye a Israel. O lo que es igual, solo se resolverá el día que un presidente en la Casa Blanca se disponga a resolverlo.
No hay ni que ser adivino ni pecar de erudito. Cada día que pasa está más claro para la comunidad internacional: Israel es un apéndice de lo que diga y haga Washington, sea cual fuese el presidente.
Israel le hace falta a Washington y le acomoda en su política de guerras en el Oriente Medio. Y Washington es vital para Tel Aviv por cuanto le suministra las armas y el apoyo internacional.
De no ser así, ¿cómo se explicaría que Washington entregue cada año más de 3 000 millones de dólares a Israel, además de facilitarle las armas más sofisticadas y no permitir que se le condene o al menos exija, para que acabe con el genocidio que comete contra la población palestina?
Han sido varios los llamados planes de paz auspiciados por Washington que de manera descarada su patrocinador no ha cumplido. Las hojas de ruta ya se han marchitado y en ningún caso se ha podido respirar la paz.
¿Cómo es posible que Tel Aviv, además de apoderarse de los territorios palestinos, construya en ellos, de manera ilegal, miles de asentamientos con el fin de poblarlos de judíos, mientras no se permite a la población autóctona levantar sus casas y mucho menos que regresen varios millones de palestinos que viven en la diáspora expulsados por las autoridades israelíes?
¿De dónde sale la exigencia norteamericana para que la República Popular Democrática de Corea se desnuclearice, o a Irán para que no continúe su desarrollo nuclear, cuando Israel, de manera ilegal y sin permitir monitoreo alguno de la Agencia Internacional de Energía Atómica, cuenta con instalaciones nucleares, más de 200 ojivas listas para ser lanzadas a cualquier país vecino, y arrogantemente amenaza con ello?
Que nadie se llame a engaño y mucho menos con el personaje instalado ahora en la Casa Blanca. No habrá paz en Palestina ni en la región del Oriente Medio mientras Washington mantenga su política imperial e Israel cumpla el rol de punta de lanza en el que se apoya el Pentágono para contribuir a la desestabilización de la zona a través de las agresiones militares.
CIERRE DE OFICINAS DE LA OLP EN WASHINGTON
En ese proceso antipaz que encabeza Washington, la última de las decisiones de Donald Trump fue la de cerrar las oficinas de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que existieron en Estados Unidos bajo el amparo de país anfitrión de la ONU, que no debe obstaculizar el funcionamiento de ningún Estado miembro u observador, de alguna dependencia o representación ante Naciones Unidas.
Pero para Trump poco importan la ONU y sus reglamentos, y mucho menos los compromisos internacionales que han rubricado otras administraciones norteamericanas.
Estados Unidos había firmado el Acuerdo de París sobre cambio climático y Trump lo tiró a la basura desafiantemente. Igual hizo con el Acuerdo Nuclear con Irán –uno de los mayores logros de la diplomacia internacional en la última década–, echado al cesto de basura por el magnate-presidente. Para colmo, hace solo una semana, abolió la contribución de su país a la Agencia de la ONU para Refugiados Palestinos en Medio Oriente (UNRWA), lo que ha dejado desamparados a más de cinco millones de ciudadanos, una mayoría de ellos niños.
Entonces, ¿qué puede importarle una oficina de la OLP? Como tampoco le importa que a los niños palestinos les falten medicinas o mueran por falta de estas, o les falten alimentos y escuelas. Tampoco le importa que un día su apadrinado Israel haga uso de su arsenal nuclear, para un ataque que podría provocar la tercera y quizá última conflagración mundial.
El gatillo que puede provocar el «invierno nuclear» sobre el que Fidel Castro advirtió más de una vez, lamentablemente está en manos del inquilino de la Casa Blanca y también del Premier israelí.
En el contexto del cierre de las oficinas palestinas y de la contribución monetaria para los refugiados, aparece otro mecanismo de la ONU contra el cual Trump ha enfilado sus cañones: la Corte Penal Internacional.
El diario The New York Times refiere que el Gobierno de Estados Unidos le ha declarado la guerra a la Corte Penal Internacional con sede en La Haya, a la que considera «ilegítima» y dice que prohibirá la entrada a territorio estadounidense de jueces y fiscales de ese tribunal. Todo porque el Gobierno palestino ha denunciado ante esta Corte las acciones de genocidio que realiza Israel contra su población.
Vale recordar que tanto Estados Unidos como Israel no han ratificado el tratado fundamental de esta Corte.
El canciller libanés, Gebran Bassil, citado por la televisora árabe Al Mayadeen, durante una reunión de emergencia de ministros árabes de Relaciones Exteriores en El Cairo, Egipto, denunció que «la causa palestina sigue deteriorándose con las recientes medidas adoptadas por el presidente estadounidense, Donald Trump, y el silencio cómplice de muchos países del mundo árabe».
Cuando se cumplen 25 años de aquella llamita de paz que constituyeron los Acuerdo de Oslo, hoy –según el Frente Popular para la Liberación de Palestina– «lo que queda de Oslo es lo peor de todo».
Así lo demuestra que en los últimos 25 años el número de colonos judíos instalados en territorios ocupados palestinos se ha triplicado, y ahora son 650 000, y además, las autoridades y sobre todo el ejército israelí controlan totalmente la gran mayoría de lo que la comunidad internacional reconoce como Estado Palestino.
Y si algo faltaba para matar lo que quede de las tantas iniciativas para la paz en la zona, de eso se encargó el actual mandatario norteamericano, que hizo lo que nadie anteriormente: trasladó la embajada de su país para Jerusalén, echando por tierra todo acuerdo anterior de que esa ciudad santa fuese capital de ambos estados, el de Israel y el Palestino.
Tomado: Granma