Sobre Venezuela vuela el águila que espera el premio carroñero de una guarida que intenta asesinar a la democracia, en un país que ha erigido un monumento a ese vocablo desde 1999, cuando empezó a vivir en Revolución. En 21 ocasiones el proyecto bolivariano fue a las urnas y en 19 de ellas salió triunfador.
El homicida, dueño del ave de rapiña, usa como armas las mentiras de todo calibre y la metralla con la cual quieren ahora rematar el embuste, pues ni las falacias inventadas les funcionan. Solo un puñado de países, por supuesto, los ricos de este mundo, le ha dado crédito al falso e ilegítimo presidente encargado, es decir, impuesto por Estados Unidos en la nación venezolana. Y ni siquiera ellos mismos se creen la patraña, pero les conviene acuñarla, pues todos quieren partes del suculento y rico pastel.
Estados Unidos busca en Venezuela lo mismo que se ha cansado de hacer en la región: masacrar a los pueblos. Bastaría ver el mapa de HispanTV con el historial de agresiones, que bajo cualquier motivo justificaba, y justifica, el axioma de su política exterior: «América para los americanos», instalado en la doctrina Monroe. Y para eso mueve su poderosa maquinaria bélica contra el pacífico país. Lo hace para matar y en esa acostumbrada postura, lo mismo le da un chavista, un opositor, que el mismo peón de su ajedrez que es Juan Guaidó. Razón tenía Fidel: «El que necesita las armas es el imperialismo, porque está huérfano de ideas».
Sobre Venezuela, el ave de rapiña está dispuesta a regar muerte para alimentarse de ella, pues la guerra es su modo de vida y se asienta también en la mentira. Eduardo Galeano, al que le debemos Las venas abiertas de América Latina, las resume así:
«Las guerras mienten. Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar: yo mato para robar. Las guerras siempre invocan nobles motivos: matan en nombre de la paz, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia y, por las dudas, si tanta mentira no alcanzara, ahí están los medios de comunicación dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar la conversión del mundo en un gran manicomio y un inmenso matadero».
Cualquier semejanza con lo que vive hoy Venezuela no es pura coincidencia. La prueba es la ayuda humanitaria, basada en esa misma guerra, en su versión económica, que ha costado a ese país
30 000 millones de dólares. La supuesta asistencia, fuera de todos los protocolos humanitarios, es descalificada por la Cruz Roja Internacional y la ONU, y según una investigación realizada por el Centro Nacional para la Información Biotecnológica, de EE. UU., las comidas enviadas a Colombia con destino a Venezuela son alimentos deshidratados y poseen dióxido de azufre, causante de dolores de estómago, erupciones en la piel y ataques de asma.
Se trata del mismo modus operandi usado en el mundo entero: campaña de manipulación sicológica y propagandística para obtener el poder político, promoviendo una guerra civil, con lo cual justificarían la entrada de muerte y posterior miseria que han dejado en todo el planeta. Están frescas aún en la memoria Yemen, Libia, Irak, Siria, República Democrática del Congo. El homicida y mentiroso patológico es más peligroso, porque su enfermedad terminal no tiene cura, ni en su propia casa. La gestión de Donald Trump fue desaprobada por el 60 % de los estadounidenses a fines de 2018, de acuerdo con la cadena ABC y The Washington Post.
¿Con qué moral va a decir que un presidente con el 67 % de aprobación es ilegítimo? ¿Alguien como Trump que, según datos de The Fact Checker, publicados por The Washington Post, hizo 4 229 declaraciones falsas en sus primeros 550 días de gobierno, puede ser tomado en serio?
Venezuela enfrenta a un imperio que no tiene idea de lo que son capaces los pueblos. Allí hay una sola verdad: la de la Revolución Bolivariana que en este febrero cumple 20 años, y al decir de José Martí, «La verdad solamente despierta una vez, y nunca muere».