Augusto César Sandino dijo una vez: «Yo no estoy dispuesto a entregar mis armas en caso de que todos lo hagan. Yo me haré morir con los pocos que me acompañan, porque es preferible hacernos morir como rebeldes y no vivir como esclavos» Esos sentimientos hacen que su recuerdo no se apague fácilmente. Se trata de un héroe sin tacha
Los héroes son reales. No llevan esa condición como un estandarte para que se note. Son nobles porque sí, porque no pueden callar ante la injusticia, y así lo defendió este hombre de carne y hueso, no de mármol, que recibe el respeto y la admiración por ser un héroe de verdad.
Augusto César Sandino dijo una vez: «Yo no estoy dispuesto a entregar mis armas en caso de que todos lo hagan. Yo me haré morir con los pocos que me acompañan, porque es preferible hacernos morir como rebeldes y no vivir como esclavos». Esos sentimientos hacen que su recuerdo no se apague fácilmente. Se trata de un héroe sin tacha.
Los héroes casi siempre nacen en la adversidad, no es que los buenos tiempos no hagan grandes seres humanos, pero es allí, donde la trayectoria es cruenta, cuando somos capaces de luchar con uñas y dientes.
Así lo tuvo que hacer Sandino. Nicaragua, su hogar, se vio ocupado por un ejército foráneo. Estados Unidos volvía a sus andanzas y Augusto les hizo frente.
Luego de vivir en otros países y conocer de cerca las batallas de los obreros en las compañías norteamericanas, regresó a su país en 1926. «En vista de los abusos de Norteamérica en Nicaragua, partí de Tampico, México, el 18 de mayo de 1926, para ingresar al Ejército Constitucionalista de Nicaragua, que combatía contra el régimen impuesto por los banqueros yanquis en nuestra República».
Según cuenta Telesur, «junto con trabajadores de las minas de San Albino se alza en armas, uniéndose a la causa constitucionalista. Organiza sus combatientes y dirige un ataque contra el cuartel conservador en el poblado de El Jícaro, el 2 de noviembre de 1926. Después de este éxito en combate, Sandino fue reconocido por los jefes militares liberales, por lo que es designado General en jefe del Ejército de Las Segovias, donde establece su base de operaciones».
Sin mucho armamento y con solo 30 hombres, este héroe inicia una guerra nacional por la libertad de su pueblo contra Estados Unidos y el gobierno entreguista de José María Moncada.
Sus esfuerzos y ganas de vencer fueron más fuertes que los de sus enemigos, y tras constantes enfrentamientos infructuosos para el ejército adversario, el Gobierno estadounidense de Herbert C. Hoover ordenó retirar las tropas desplegadas en Nicaragua.
Con la elección de Franklin D.
Roosevelt se comienza a negociar la paz con el Gobierno estadounidense. Sandino envía al nuevo presidente liberal, Juan Bautista Sacasa una propuesta de paz, la cual fue aceptada. El 2 de febrero del año 1933 oficialmente termina la guerra.
Sin embargo, la razón de este texto nos lleva 85 años atrás, cuando la muerte se vistió de traición y vino a buscarlo. Aquel 21 de febrero junto a su padre, Gregorio Sandino, el escritor Sofonías Salvatierra (ministro de Agricultura) y sus lugartenientes, generales Francisco Estrada y Juan Pablo Umanzor, fue engañado y asesinado por la orden de Anastasio Somoza García, entonces director de la Guardia Nacional.
Pero su legado perduró a pesar de su desaparición física, por lo que retomo las palabras de un colega, Delfín Xiqués Cutiño, publicadas en este mismo periódico, que resumen de manera oportuna el valor de esta guerrilla heroica:
«Se dice que, en el lado derecho del Salón Histórico del Pentágono, en Washington, hay muchas placas que recuerdan las victorias militares de Estados Unidos. Y, a la izquierda, se encuentran dos placas que simbolizan sus derrotas en el siglo XX. En una de ellas se lee: Nicaragua-1933, y en la otra: Vietnam-1967».
Es fácil enfrentarse a la adversidad cuando las condiciones son favorables, pero ir hacia adelante, escopetas contra ametralladoras, pecho contra armadura, escasez contra abundancia, solo se hace cuando la causa defendida hierve en la sangre y no permite quedarse sin hacer nada.
Augusto César Sandino es un héroe de verdad. Vive en muchos jóvenes de hoy, los que se enfrentan a quienes, nuevamente, quieren convertir a Nicaragua en patio trasero de Washington.
Hoy más que nunca necesitamos personas como él, capaces de defender un proyecto de país que integre a todos, que hagan de sus patrias bastiones inexpugnables contra los apetitos imperiales.
América Latina necesita a Augusto César Sandino. Necesita de seres humanos íntegros y patriotas.
Tomado: Granma