En la noche del 31 de agosto de 1939, Alemania y Europa se sorprendieron ante la noticia de un ataque terrorista polaco a la estación germana de Gleiwitz. Adolf Hitler se dirigía al mundo, era el principio de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto que le arrancó la vida a más de 50 millones de personas.
Las operaciones de falsa bandera se describen en el argot militar como aquellas que hace una potencia agresora, en aras de parecer agredida. Durante el Juicio de Núremberg a los nazis, el oficial de la Gestapo, Alfred Helmut Naujocks, reconoció que la acción de la emisora de radio era parte de un plan fronterizo de ataques de falsa bandera, para justificar la invasión a Polonia.
El único alemán muerto en el asalto «polaco» era un preso político asesinado horas antes y colocado en el lugar, exprofeso. Inglaterra y Francia, según los cálculos de los nazis, se dejarían llevar por la ilusión al estilo de la «defensa legítima de Alemania contra el desafío de Polonia».
De 1939 al 2019, diferentes fechas y similar objetivo
Los hechos de falsa bandera orquestados en la frontera entre Venezuela y Colombia nos recuerdan aquel nefasto legado nazi. Lo que ayer se presentó como una «defensa de la soberanía germana», hoy es la «ayuda humanitaria» que el «régimen» de Maduro no permite que traspase la frontera. Ambas falsas banderas se usaron como preludio a invasiones sin legitimidad en el marco del derecho internacional vigente.
Dos camiones de la «ayuda» fueron incendiados en la zona fronteriza, por personas movilizadas con tal fin, desde el lado colombiano. La matriz mediática lanzó entonces el titular «Maduro, sin piedad», con las imágenes de los carros quemados. El uso de drones por parte de los patriotas venezolanos denunció el falso positivo: dos camiones que –lejos de transportar comida, alimentos, medicinas– estaban llenos de cadenas, clavos y otros artefactos incendiarios.
Dicha falsa bandera apostaba por tres matrices de opinión de cara a los medios desinformativos:
Si no entraban los camiones al país, entonces se generaría una matriz en la que Maduro no permite el ingreso de ayuda para su «oprimido» pueblo.
Si entraban, entonces habría un incidente violento (mediante los insumos guarimberos), que provocaría a la reacción física a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, para así desacreditarla como una fuerza «represora».
Si no entraban, entonces quemarían los carros (como lo hicieron) e inculparían al gobierno de Maduro.
La otra operación de falsa bandera incluyó a desertores de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, los cuales raptaron dos tanquetas y las chocaron contra un grupo de personas, también con el objetivo de inculpar por los daños a Venezuela. El pago por deserción es 20 000 dólares, en este caso casi matan a una periodista chilena, pero fueron recibidos como héroes en Colombia.
Esos guarimberos usaron la insignia de la Cruz Roja Internacional, acción que fue condenada por dicha organización y por las Naciones Unidas. Ese mismo día de las provocaciones fronterizas, llegó otro buque de guerra norteamericano a las cercanías de Venezuela, en una operación de cerco que ya abarca varios efectivos militares de peso.
Simultáneamente, las cuentas de Twitter de Donald Trump, Mike Pence, Marco Rubio y Juan Guaidó (esa parece ser la cadena de mando), se mantenían «trasmitiendo» supuestos detalles sobre la «naturaleza represiva» de Maduro. No obstante, lo que las propias Naciones Unidas llamaron una ayuda humanitaria politizada (que no es otra cosa que un golpe de Estado de falsa bandera), no logró ingresar a territorio venezolano, fracasó.
Un tuit de impotencia de Marco Rubio salió horas después, con la imagen del asesinato del líder libio Muamar el Gadafi, quizás develando sus reales instintos e intenciones con Venezuela.
Guaidó y la «crisis humanitaria» como falsas banderas
Los daños a la economía venezolana a consecuencia de las sanciones norteamericanas desde el 2013 ascienden a 345 000 millones de dólares.
El centro de la matriz de opinión defendida por Guaidó y Washington es que en el país sudamericano hay una inflación debido a su gobierno corrupto. Para apuntalar, se genera una burbuja informativa, acerca de una «crisis humanitaria» que conduciría a la intervención militar.
Pero el concepto de falsa bandera también aplica en este caso, ya que según los estatutos de Naciones Unidas, en Venezuela habría una crisis económica (no humanitaria). Las intervenciones militares para auxiliar a los pueblos en casos extremos (conocidas como proxy war) se realizan cuando no existe un Estado, con estructuras capaces de colaborar, y el pueblo está abandonado.
La proxy war se usa para evitar que la crisis humanitaria, con derivaciones bélicas, de escasez de alimentos y falta de sanidad, desborde las fronteras del país en cuestión. Debe ser aprobada en el seno del Consejo de Seguridad con el aval de las Naciones Unidas y el único fin de poner fin a la crisis. En dicho protocolo no se habla nada acerca de la deposición de gobiernos.
Juan Guaidó, cuya figura se maneja como un meme en las redes sociales, sería el ente legitimador de esa intervención armada. Para eso, se recurrió al uso de las atribuciones del jefe del órgano legislativo, así como a una manipulación del artículo 233 de la Constitución.
Según la ley, el legislativo solo puede remover al ejecutivo y nombrar sucesor cuando median circunstancias como la muerte, su renuncia, la destitución decretada por sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, la incapacidad física o mental permanente certificada por una junta médica designada por el Tribunal Supremo de Justicia y con aprobación de la Asamblea Nacional, el abandono del cargo, declarado este por el legislativo, así como la revocatoria popular del mandato del ejecutivo.
Nada de eso aplica para Maduro
Primero, porque tal Asamblea Nacional está declarada en desacato desde enero de 2016 y sus actos, incluyendo la «investidura» de Guaidó al frente de ella, carecen de autoridad jurídica y constitucional, y segundo, porque ninguna de las causales del artículo 233 aplica para el legítimo presidente Nicolás Maduro.
Alfred Helmut Naujocks, luego de la caída del Reich, vivió tranquilamente en Hamburgo, donde vendió su historia personal como «el hombre que inició la guerra». Juan Guaidó, al no alcanzar su objetivo como «presidente encargado», quizás pase el resto de sus días impartiendo conferencias sobre primaveras latinoamericanas, golpes suaves y rotura de la legalidad.
Tomado: Granma