En el arsenal de acusaciones contra Cuba, nuestro principal «inculpador», Estados Unidos, en los últimos 60 años ha utilizado cuanta calumnia ha sido capaz de fabricar.
El gobierno de la nación que, con el propósito de fracturar el actual sistema de relaciones internacionales desarrolla una política de desconocimiento, en unos casos, y suplantación en otros, de los principios básicos reflejados en la Carta de las Naciones Unidas, ha convertido la calumnia contra la Mayor de las Antillas en política de Estado.
Se hace cada vez más evidente su desapego al cumplimiento de los compromisos internacionales y del derecho a la autodeterminación de los pueblos, así como la imposición de conceptos que representan un orden en su política de guerra hacia todos los pueblos del mundo.
Uno de los frentes más álgidos del ataque ha sido la colaboración cubana en las esferas de la salud y la educación, al punto de acusar a la Isla de tener desplegados en Venezuela 20 000 soldados, en una descarnada inversión de la realidad, porque es harto conocido que los 20 000 colaboradores en el hermano país sudamericano son trabajadores de la salud.
Salvar vidas al parecer no está en los estándares de lo que significa colaborar para la Casa Blanca, quizá porque sus referentes se quedaron en lo que hizo Estados Unidos en América Latina tras el fracaso de Playa Girón.
Entonces, John F. Kennedy fue el impulsor del famoso programa de la Alianza para el Progreso, el cual consistía en enviar por nuestros pueblos latinoamericanos «asesores» en diferentes aspectos de la economía y del desarrollo social, para supuestamente apoyar a estas economías más débiles y que no se repitiera el ejemplo de Cuba.
El interés de EE. UU. era combinar la Alianza para el Progreso, el Banco Interamericano de Desarrollo (bid) y los Cuerpos de Paz, para desplegarlos por América Latina en contraposición a la Revolución en Cuba.
En la práctica la labor de los «misioneros del progreso» consistió en realizar un importante levantamiento de los recursos de todo tipo de los países involucrados en el plan, información que fue a dar a las grandes transnacionales, sobre todo de la industria extractiva de recursos naturales, como el petróleo.
A partir de ahí comenzaría una estrategia para succionar las riquezas de los pueblos de América Latina a través de gobiernos entreguistas y manipulables, que vendían el bienestar de su gente por no fallarle a sus «amigos del Norte».
Junto con la Alianza para el Progreso llegó a nuestros países un programa militar denominado LASO (Latin American Security Operation), diseñado en
Washington en el marco de la doctrina de «seguridad nacional», como ejecutor de la contrainsurgencia que habría de contribuir a la tortura, desaparición y muerte de miles de revolucionarios de todo el continente a lo largo de las décadas de 1960 y 1970.
En países como Uruguay, la Oficina de Seguridad Pública (ops), una división de la Agencia Internacional para el desarrollo (Usaid), entrenó en el uso de «modernos» métodos de tortura y de represión a los cuerpos de seguridad, donde actuaron «asesores» como el célebre Dan Mitrione, un maestro de la tortura que contribuyó al entrenamiento de la policía en varios países de Latinoamérica.
El final de la historia la conocemos todos: nuestra región pagó con sangre la «ayuda» yanqui y se vio relegada durante mucho tiempo a los intereses de las oligarquías entreguistas.
A pesar de este desalentador panorama, la verdad siempre sale a la luz y la solidaridad que nuestro país ha tratado de brindar a quienes lo han necesitado, no pasa por el interés del enriquecimiento y sí por el anhelo de trabajar por un mundo mejor.
Como expresara el Presidente Díaz-Canel en el discurso pronunciado el pasado 13 de julio en la Asamblea Nacional del Poder Popular, en estos momentos hay 33 000 profesionales de la salud en 85 naciones. Además, la Mayor de las Antillas forma como profesionales a jóvenes de 133 naciones y ha establecido vínculos comerciales de complementariedad y autosostenibilidad en el marco de lo que las Naciones Unidas ha denominado cooperación Sur-Sur.
Sin embargo, aunque la evidencia demuestra todo lo contrario, el imperialismo recurre a difamar sobre la colaboración médica cubana, destinando, a través de la Usaid –la misma de la agencia de los Dan Mitrione y compañía–, cuantiosos recursos para el desarrollo de acciones subversivas contra Cuba.
Es imperativo no regresar a los tiempos que, bajo los preceptos de ayuda, nos sometíamos a las directrices de nuestro «buen vecino». La solidaridad no tiene precio y Latinoamérica tampoco.
Tomado: Granma