Cisne negro» –metáfora que se utiliza para describir los sucesos inesperados de gran impacto en la economía y la sociedad–: el nuevo coronavirus, al que se trata de responsabilizar hoy con el fracaso del capitalismo, cuando en realidad, en su corona, solo aparecen los clavos del ataúd del capitalismo y el neoliberalismo, ese que los que «teorizan» y no tienen voz «allá» pretenden darnos lecciones para que lo revivamos, nosotros, los de «acá»
No podemos escoger el mundo en que vivimos, y lo hacemos en un entorno geográfico en el que coexistimos con un país que, desde siempre, pretendió someternos. Somos, además, una Isla pequeña, sin grandes recursos naturales y con escasa población, por lo que nuestra capacidad de modificar ese entorno es reducida.
Como consecuencia, hemos tenido que mantener nuestra independencia y soberanía, con el temple de Maceo, en un medio preponderantemente hostil y con un bloqueo que nos ha costado y sigue costando centenares de miles de millones de dólares que, al considerar lo que hubiéramos podido hacer con esos dineros, el «lucro cesante», serían billones.
Pero, desde la independencia formal, vivimos en un mundo que pasó del liberalismo económico –que colapsó con la crisis de 1929– al capitalismo regulado (el keynesianismo), que también fracasó. Fue sustituido luego por el neoliberalismo con Reagan, Margaret Tatcher y el «Consenso de Washington» en los años 80, y que imperó, casi hasta ayer, y hoy por casi todos criticado (menos Trump, Johnson, Bolsonaro y otros como aquellos que Martí llamara «aldeanos vanidosos»).
Liberalismo y neoliberalismo suponen que la actividad humana libre, basada en el egoísmo, hace óptima la economía y maximiza los beneficios de cada individuo y de la sociedad. ¿En algo se parece a los que nos recomiendan soluciones «de allá para acá»?
Y esos supuestos condicionan las medidas:
- garantizar el libre juego de las fuerzas del mercado (eliminación de subsidios a productos y empresas ineficientes, liberación de precios y «libre competencia»).
- recortar los gastos públicos (salud, educación, asistencia y seguridad social, posible mediante las privatizaciones).
- aprovechar las llamadas «ventajas comparativas» de los países (para alcanzar mayor especialización y eficiencia económica).
- liberalizar el comercio exterior (elimina la producción nacional ineficiente).
- redimensionar el Estado (reducir los empleados públicos y sus funciones).
- aumentar la participación del sector privado en la economía (el Estado solo crea condiciones para el funcionamiento del sector privado, elimina empresas públicas y monopolios estatales).
- sanear la situación financiera (interna y externa). El mecanismo: contraer la masa de dinero en circulación para que solo permanezcan en el mercado las empresas más eficientes.
Y los resultados:
El fortalecimiento transitorio del capitalismo global, que sometió –todavía más– a países y continentes, creó condiciones para que, entre 2002 y 2007, la economía mundial tuviera el mejor comportamiento –de considerar solo las cifras– y con los menores niveles de inflación desde los 60, y hasta declinaran la pobreza y aumentaran las clases medias –en buena medida por la influencia de China e India– en países donde no existían con anterioridad.
La influencia del pensamiento único «desregularizó» las economías, privatizó buena parte de las grandes empresas estatales y paraestatales, desmanteló los sistemas de protección laboral, arruinó a los competidores locales, impulsó bloques de integración asimétrica e instauró la era de las operaciones especulativas realizadas a escala planetaria. La economía mundial se transnacionalizó y se puso bajo el control de unas 200 empresas transnacionales (ETNS) encabezadas por megacorporaciones como Exxon Mobil, British Petroleum, General Motors, Ford Motors, Goldman Sachs, Bank of America, Citigroup y Morgan Stanley, por citar solo algunas.
Hasta que llegó la crisis de 2007-2008 y el «equilibrio del terror financiero», que entonces señalara el exsecretario del Tesoro norteamericano, Larry Summers, el derrumbe del mercado inmobiliario que arrastrara a las gigantes paraestatales norteamericanas Fannie Mae y Freddie Mac, la crisis bancaria (que incluyó a gigantes como Bear Stearns, Citigroup, jp Morgan y Merrill Lynch de ee. uu., Northern Rock de Inglaterra, ubs de Suiza y la Societé Generale de Francia. La crisis bursátil y la solución encontrada entonces al desastre: la inyección por los bancos centrales de decenas de miles de millones de dólares para aumentar la liquidez, la baja de las tasas de interés en ee. uu. y otras acciones del mismo tenor que no lograron resolver lo que se llamó «crisis de iliquidez» y que Alan Greenspan, el mismo que promoviera el desastre, y ya para entonces expresidente de la Reserva Federal de ee. uu., llamara «la más angustiosa en el último medio siglo y posiblemente en más tiempo». (¿Comparable con lo que hoy sucede?).
Cesados los estímulos de la «expansión cuantitativa» iniciada en 2008 y que habían provocado una lenta y magra recuperación de la economía (la «ficticia», en particular en las bolsas), resultado de su financierización (Trump se vanagloriaba de ella y la llamó «la más larga y exitosa de la historia de ee. uu.»), ya desde 2018 y principalmente desde finales de 2019 se hacía evidente una mayor ralentización de la economía global visualizada tanto por la plutocracia de las reuniones de Davos, por los ceos de las grandes empresas transnacionales que ya en su «Mesa redonda», hipócritamente, situaban como último de los objetivos de las corporaciones la ganancia, por revistas como Fortune y diarios como The New York Times, y también por los más lúcidos teóricos de la economía «oficial» como los premios Nobel Stiglitz y Krugman, entre muchos otros.
Surge, en estas condiciones, un «cisne negro» –metáfora que se utiliza para describir los sucesos inesperados de gran impacto en la economía y la sociedad–: el nuevo coronavirus, al que se trata de responsabilizar hoy con el fracaso del capitalismo, cuando en realidad, en su corona, solo aparecen los clavos del ataúd del capitalismo y el neoliberalismo, ese que los que «teorizan» y no tienen voz «allá» pretenden darnos lecciones para que lo revivamos, nosotros, los de «acá».
Tomado: Granma