La democracia es
considerada por Occidente como el sistema político liberal de participación,
que en su discurso da la impresión de canalizar las aspiraciones de todos los
sectores sociales, haciendo énfasis en las motivaciones populares de orden
económico, social y político. Este discurso les sirvió de telón de fondo a las
élites latinoamericana para mantener su posición de dominio socioeconómico y
político, ajustadas por EEUU, de ahí que a la región se le conozca como el
patio trasero.
En este escenario, la
participación democrática se convierte en el único sistema político perfecto,
entendido como la etapa final de la sociedad, elegir y ser elegido, así el
ciudadano puede tener el control sobre sus gobernantes y ejercer alguna
veeduría. En la práctica este sistema político excluye al conjunto de la
sociedad (pobres, obreros desempleados, discapacitados, negros, indios) que no
representa sus intereses y son considerados inferiores, sin capacidad de
gobernar ni dirigir, su participación solo se concreta a través del voto.
Según EEUU, este
sistema garantiza la estabilidad política y económica, sin olvidar que el
gobernante de turno debe cumplir con las recetas impuestas desde Washington, y
los gobernados deben acatar a cabalidad la ley y el orden, pues de no ser así, se está atentando en
contra de la democracia.
Pese a esto, a
finales del siglo XX, surgieron nuevas alternativas democráticas al interior de
algunos Estados latinoamericanos, que se distanciaron del modelo económico e
impulsaron un modelo más incluyente para el conjunto de la sociedad. Lentamente estas transformaciones le han dado
un papel más participativo a los sectores excluidos por la democracia liberal, entendiendo al sujeto como parte activa del desarrollo social,
político y económico.
Estas nuevas
transformaciones han encontrado resistencia por las élites políticas que no
están dispuestas a perder lo que les ha garantizado bienestar, poder y dinero.
A su vez, estos cambios amenazan la permanencia de EEUU, en la región y suponen un cambio en el modelo
capitalista. Los primeros cambios se han dado en Venezuela, con el llamado el
socialismo del siglo XXI, otros países han venido consolidando modelos
políticos más incluyentes, todos ellos fundados en la democracia como sistema
de participación política.
A pesar, que sus
gobiernos han sido elegidos en las urnas, lo que les da legitimidad en la toma
de decisiones, estos han chocado con los intereses de la clase dominante y el
poderío de EEUU. Por ello, vuelve al escenario político, los golpes de Estado,
no con las mismas características de antes, aunque el primer intento
desestabilizador en Venezuela en 2002, podría recordar las épocas violentas de
los militares que se tomaron el poder a sangre y fuego y sometieron a la
sociedad bajo las torturas y la muerte.
La nueva singularidad
de golpe de Estado, es más quirúrgica, dando la idea, de respetar la
Constitución e impedir violaciones a los derechos humanos, bajo esta modalidad
se han venido dando algunos golpes en Honduras, Paraguay e intentos en Ecuador,
Bolivia. Para ello, ha sido necesario desacreditar a sus mandatarios e instigar
a la desobediencia civil. En este escenario EEUU, ha jugado un papel
protagónico, al reconocer como legítimos a los golpistas, poniendo en entredicho
la democracia como sistema político de participación ciudadana, desconociendo
las Constituciones propias de cada país.
Los últimos intentos
se han venido presentando en Venezuela, con la puesta en duda sobre la cantidad
de votos que le dieron el mandato al presidente Maduro (fraude electoral), el
no reconocimiento del nuevo presidente por parte del candidato opositor ha
generado una inestabilidad política al interior del país e instigado al
desorden y la violencia, sin olvidar que EEUU, no ha reconocido al mandatario,
con ello abre la puerta a una intervención militar o a un nuevo golpe. La pregunta que surge es ¿sí el denunciante
del fraude fuera Maduro cual sería la posición de EEUU? O los muertos fueran
simpatizantes del ex candidato opositor.
En este sentido solo
las democracias son validas si se ajustan a los requerimientos de Washington,
si el candidato es su peón y no va a poner en riesgo su poderío. Olvidando con
ello que todos los pueblos son soberanos y dueños de su autodeterminación.