Un nuevo aniversario de la independencia de Estados Unidos constituye una ocasión propicia para someter a consideración la imagen que las clases dominantes de ese país ofrecen al mundo. Gracias a una intensa y sostenida campaña propagandística aparece como la tierra de la libertad y la democracia. Es más, como un país al cual Dios le habría encomendado la misión de recorrer el mundo sembrando libertad, justicia, derechos humanos y democracia por doquier. Esta visión mesiánica, autoproclamada, es tan falsa como la autoproclamación de Juan Guaidó como presidente de la República Bolivariana de Venezuela y fue sistemáticamente desmentida a lo largo de más de dos siglos de historia independiente. Hace apenas un par de meses el ex presidente James Carter afirmó que su país era la nación más beligerante del mundo: estuvo en guerra durante 222 de sus 243 años como nación independiente. Guerras de rapiña y conquista comenzando por México, Cuba y el Caribe y Centroamérica y, ya consolidado como el hegemón de un vasto imperio informal de alcance mundial, su labor -sobre todo en los países del Tercer Mundo- fue destruir democracias, donde las hubiere, y reemplazarlas por crueles tiranías que sometieron y esclavizaron a sus pueblos en nombre de los intereses estadounidenses.
Por supuesto, los voceros y paniaguados del imperio se cuidan permanentemente de revelar estas dolorosas verdades. Pero sus alabanzas y rastreras adulaciones -ampliamente difundidas en los medios, la academia, la intelectualidad y la política- son insuficientes para ocultar un hecho decisivo: en la propia Constitución de Estados Unidos, con sus correspondientes enmiendas, la palabra “democracia” no aparece ni una sola vez. Quizás los Vargas Llosa (padre e hijo), Krauze, Kovadlof, Montaner y toda esa inmensa pléyade de publicistas del imperio no se tomaron la molestia de leer la Constitución de Estados Unidos, para ni hablar de los gobernantes actuales en Latinoamérica que hicieron de la obsecuencia y la lambisconería su seña de identidad, como Macri, Bolsonaro, Piñera y Duque, para no mencionar sino los más importantes. Por eso, cuando en todo el mundo se celebra la independencia de las trece colonias originarias es más que nunca necesario recordar que ni sus Padres Fundadores ni sus sucesores jamás se propusieron fundar un Estado democrático. Y mal podríamos en Nuestra América progresar hacia la democracia emulando un país que nunca se atrevió a incorporar ese régimen político en su Constitución. ¿Será suficiente para que aprendamos cuál es la verdadera naturaleza del sistema político norteamericano?
Por si alguien duda de lo que aquí se afirma puede corroborar este argumento aquí: https://constitutionus.com/
Por: Atilio Boron