Quizá algún Daniel Defoe esté escribiendo ahora mismo un Diario del Año de la peste, o un Giovanni Boccaccio, con picaresca maestría, escribe historias que harán reír y reflexionar a los lectores de los siglos por venir.
En medio de la pandemia de la covid-19 que azota al mundo, los habitantes de esta, nuestra casa común, descubren azorados que las medidas neoliberales, hechas en nombre de un desarrollo sin sentido y de un consumo esquizoide, barrieron con los beneficios alcanzados por los trabajadores peleando en las calles, en los sindicatos, en los parlamentos, ayudados por el miedo de la burguesía al ejemplo de la Unión Soviética y al avance de las ideas del socialismo.
Descubren los hombres y mujeres de este mundo de hoy, que no hay camas en los hospitales, que no hay médicos ni enfermeras suficientes, que no alcanzan los medicamentos, que millones de personas no tienen derecho a la vida, porque no pueden pagar su salvación al dios del mercado.
Las cuadernas del capitalismo, en medio de la crisis, se rompen, el barco hace aguas y el cuento de la navegación sin fin hacia un futuro promisorio, adornado con barras y estrellas, comienza a desdibujarse. Los folios apolillados y olvidados de los que levantaron los blasones de la igualdad, la fraternidad y la libertad, claman atención en un mundo dominado por el egoísmo, la desigualdad y la pobreza.
En Estados Unidos, mientras millones de personas no saben qué hacer y caen víctimas de la avaricia de los mercaderes de la salud, el Presidente, cual caricaturesco Calígula con poses de Nerón, manifiesta su talante fascista, poniendo por delante la economía a la vida de los ciudadanos estadounidenses.
Los hospitales de Nueva York y otras grandes ciudades anuncian que podrían «agonizar» en una semana, ante el avance del coronavirus y la escasez de insumos y camas. Mientras, los muy ricos buscan refugio lejos de las zonas «infectadas».
Durante generaciones, los plutócratas estadounidenses se han preparado para el posible colapso de la sociedad, para sobrevivir al apocalipsis en condominios y residencias dotadas con todos los lujos y comodidades.
Los apartamentos del Survival Condo, por ejemplo, sitio construido por el empresario Larry Hall, se vendieron con precios iniciales de 1,3 millones de dólares.
Hall transformó una bóveda que servía para almacenar misiles nucleares del ejército estadounidense, en un condominio de lujo construido 15 pisos bajo la corteza terrestre.
Estos búnkeres cuentan con pantallas de alta definición, que hacen las veces de ventanas que proporcionan imágenes de lo que hay alrededor, disponen de piscinas, saunas, gimnasios, hospitales con salones de cirugía y salas de cine.
Refugios «económicos» construidos cerca de Black Hills, en Dakota del Sur, cuestan de 200 000 dólares en adelante. El precio depende de si quieren un espacio minimalista o una casa con acabados de alta calidad.
Ante el coronavirus, los altos ejecutivos de negocios optan por aviones privados para «vuelos interminables», lo que significa permanecer en el aire volando en los jets de lujo el mayor tiempo posible, y solo aterrizar para autoabastecerse.
Southern Jet, una compañía de alquiler de aviones en Boca Ratón, Florida, envió a ciertos clientes un correo electrónico publicitario de prueba con la frase: «Evite el coronavirus con un vuelo privado… ¡Solicite una cotización hoy!».
Otros adinerados están optando por aislarse en sus yates bajo el sol del Mediterráneo, lejos de las costas infectadas.
Mientras, la desesperanza se adueña de los pobres sin seguro médico, rechazados ya en muchos hospitales, incluso de los que tienen seguro y descubren que no cubre los gastos, de los emigrantes desvalidos, de los que no tienen cómo pagar una prueba de diagnóstico, de los que perdieron su empleo y no saben cómo van a pagar las hipotecas y los gastos diarios de supervivencia.
Para ellos se construyen modernos camiones refrigerados, morgues sobre ruedas que, como las carretas descritas en las historias del Año de la peste, llevarán a incinerar a los muertos sin nombre.
Negocios son negocios, armas son armas
La demanda se ha disparado para los equipos de supervivencia. Una mochila que contiene un botiquín de primeros auxilios, una bolsa para desechos biológicos, toallitas húmedas, desinfectante de manos, baterías, una linterna y otros artículos, cuesta 150 dólares.
Máscaras personalizadas, ungüentos, jarabes y pociones mágicas, curas milagrosas, purificadores de aire de alta gama que cuestan entre 800 y 2 000 dólares, se venden como el clásico «pan caliente».
Los vendedores están reportando picos importantes en la compra de armas de fuego y balas, a medida que el coronavirus se propaga por todo el país. De acuerdo con los reportes periodísticos, se trata de estadounidenses temerosos que buscan estar «preparados» por si la situación se complica y se sale de control.
El apocalipsis
Las imágenes que nos llegan de Europa son angustiosas: hospitales colapsados, ancianos abandonados, gente que comparte habitación con sus familiares muertos, el palacio de hielo de Madrid convertido en morgue, caravanas de ataúdes recorriendo las calles de la hermosa Italia, mientras las cifras de muertos crecen por día.
En los Países Bajos no buscan armas, los fumadores de marihuana buscan abastecerse, ante la cuarentena, de la mayor cantidad de cannabis posible.
La enfermedad se extiende por América Latina con pronósticos reservados. ¿Qué pasará en las favelas de Brasil? ¿Quién se ocupará de los pobres de las villas miseria?
África, el milagroso continente de la espuma, la tierra de donde nacimos todos, es una interrogante frente a un mundo afectado de manera global por la pandemia.
Pero en medio del dolor, también crece la solidaridad y lo mejor del hombre se muestra: China, Cuba, Venezuela y Rusia tienden la mano y otros siguen el ejemplo.
Quiero creer que en las páginas que se leerán en el futuro, nuestros Boccaccios o Defoes contarán cómo hombres y mujeres de nuestro tiempo, sobreponiendo sonrisa y optimismo a la desesperanza, brindaron solidaridad al mundo entero. Relatarán cómo la gente despertó del sueño narcótico del mercado y triunfó el altruismo.
Tomado: Granma