Según datos brindados por fuentes policiales, el militar estadounidense abandonó la base de Zangabad, donde prestaba servicio, y abrió fuego contra los residentes de varias viviendas cercanas.
Estados Unidos volvió a vestir las calles de Afganistán con la sangre de ese pueblo luego de que un soldado norteamericano disparara sobre un grupo de personas desarmadas. El asesinato de dieciséis civiles, en su mayoría mujeres y niños, se produjo en la provincia de Kandahar por motivos que aún se desconocen, según informaron fuentes de la coalición internacional y oficiales afganos, incidente por el cual se exigieron explicaciones desde Kabul. El presidente Barack Obama se comunicó con su par afgano, Hamid Karzai, para expresar “su conmoción y su tristeza por la noticia del asesinato y heridas de civiles”, señaló un comunicado de la Casa Blanca. Poco antes, el presidente Karzai salió a condenar de manera categórica los asesinatos, machacando sobre la intencionalidad del incidente y exigiendo una explicación inmediata a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). “Un miembro norteamericano fue detenido hoy (por ayer) en conexión con un incidente que provocó bajas afganas en Kandahar”, informó ese organismo internacional. La OTAN, que se encuentra avocada a la investigación del incidente, informó que entre cuatro y seis personas resultaron heridas, durante el confuso incidente, pero no confirmó el número de víctimas mortales.
Según datos brindados por fuentes policiales, el soldado abandonó en la madrugada de ayer la base militar de Zangabad, donde prestaba servicio, y procedió a abrir fuego contra los residentes de varias viviendas cercanas a ese destacamento militar (originalmente bajo mando canadiense, pero que pasó a manos de EE.UU. en enero del año pasado). Nazim Shah volvió a su casa en el distrito de Panjwai desde Kandahar después de encontrar a toda su familia muerta. “Toda mi familia está muerta. Nos vengaremos de los asesinos. No vamos a dejar que esto pase tan fácilmente”, dijo sollozando del otro lado de la línea telefónica al diario The Independent. Según publicó el diario The New York Times en su edición online, citando fuentes locales, los cadáveres fueron recogidos por vecinos y llevados a una base local norteamericana en señal de protesta. Un anciano de una de las aldeas de Kandahar dijo que todas las víctimas eran mujeres y niños y que once de ellas pertenecían a la misma familia.
La matanza de civiles se produce en un momento especialmente tenso de las relaciones entre Wa-shington y Kabul, tras el hallazgo de varios ejemplares del Corán quemados en la base que EE.UU. mantiene en Bagram (ver recuadro), cárcel donde se produjeron –y se denunciaron– un sinfín de torturas a detenidos y otras violaciones a los derechos humanos por parte de los soldados norteamericanos. Este incidente reaviva una vez más el fuerte sentimiento antinorteamericano, que recorre al país asiático, desde la invasión de 2001, en respuesta a los atentados del 11-S. Mientras tanto, desde el Pentágono trabajan en la búsqueda de un marco de colaboración estratégica con Kabul para sellar la retirada de las tropas de la OTAN a lo largo de 2014.
El presidente Barack Obama insistió en que era un hecho aislado. “Este incidente es trágico y conmocionante, y no representa el carácter excepcional de nuestro ejército y el respeto que Estados Unidos tiene frente al pueblo afgano”, declaró. El mandatario dijo, además, que era necesario verificar los hechos y llevar, en el tiempo más breve posible, a los responsables ante la Justicia. “Cuando hay afganos que son asesinados deliberadamente por fuerzas norteamericanas, esta acción es un asesinato y por ello una acción imperdonable”, retrucó el presidente afgano en un comunicado, donde también pidió explicaciones a Washington.
La gravedad del hecho empujó al embajador norteamericano en Afganistán, James Cunningham, a pedir disculpas y precisar que las fuerzas estadounidenses “están ofreciendo tratamiento médico a aquellos civiles que resultaron heridos”, lo que sonó a una disculpa forzada. En Estados Unidos, un país en el que la campaña electoral gira en relación con temas domésticos como el desempleo, los impuestos o los valores familiares, casi nadie menciona a Afganistán.
Sin embargo, están los que comparan el asesinato perpetrado ayer con la masacre de My Lai, en Vietnam. El 16 de marzo de 1968 algunos soldados de la 11ª Brigada, a las órdenes del teniente William Calley, mataron a 34 civiles, principalmente ancianos, mujeres, niños y recién nacidos. Se trató de una feroz venganza de soldados norteamericanos contra las operaciones que llevaba adelante el Vietcong, tal como sucede en Afganistán con los talibán.
El general John Allen, comandante de la OTAN, aseguró que se esclarecerán los hechos y que los culpables deberán responder por sus actos. Por su parte, el capitán Justin Brockhoffel, vocero de la fuerza internacional, calificó al incidente de espantoso e informó que los heridos estaban recibiendo atención médica en instalaciones de la coalición, según explicó a la red panárabe Al Jazzera. “En este momento no podemos especular sobre los motivos del soldado”, agregó el militar.