“Nos torturaban cada día. La mayoría de los presos no salían vivos y los cadáveres eran introducidos en congeladores para hacer desaparecer cualquier rastro de tortura”. Abdel Nasser Hassan es un taxista libanés de origen palestino. Tras pasar casi seis años de su vida en las cárceles secretas de Estados Unidos en Iraq, hace cinco regresó a Trípoli, su ciudad natal, donde ahora trabaja en uno de los escasos servicios públicos que conectan el centro de la ciudad con el campo de refugiados palestinos de Badawi. En medio del denso y caótico tráfico tripolitano, el antiguo preso cuenta su espeluznante historia mientras muestra las marcas en sus muñecas, “un pequeño reflejo de una mínima parte de la torturas, calvario, humillación y vejaciones” que sufrió durante su cautiverio.
Inmersos en plena guerra civil libanesa, miles de palestinos de Líbano tuvieron que abandonar el país, debido principalmente a la persecución de las Falanges Libanesas. Nasser huyó en 1982 junto a su familia en busca de refugio. Viajó hasta Iraq, donde se estableció y disfrutó del trato de favor y el apoyo histórico que Saddam Hussein brindaba a los palestinos. Miembro de la Organización por la Liberación de Palestina (OLP) en su Líbano natal, más tarde se integraría en las actividades de la organización en Iraq, donde llegaría a adquirir rango de coronel en una de las milicias palestinas leales al partido baaz iraquí.
Veterano de la Guerra del Golfo, Nasser participaba activamente junto a las milicias palestinas en la insurrección contra la intervención de Estados Unidos en Iraq hasta su detención en agosto de 2004. Fue entonces cuando un comando militar estadounidense le detuvo mientras dormía en casa, junto a su esposa y su hijo. Nasser Hassan recuerda cómo fue aquella noche. “Nos rodearon y nos bombardearon incluso desde un helicóptero Apache”, dice. Su reacción fue abrir fuego en respuesta por el asalto, pero tras un intercambio de disparos, Nasser fue finalmente capturado. Su familia, por miedo a represalias “tuvo que huir a Jordania y refugiarse en casa de unos familiares”.
Acusado de terrorismo, Nasser fue encarcelado en Muthanna, uno de los centros de cautiverio secretos de EEUU al oeste de Bagdad, cerca del aeropuerto. “Fue el comienzo de casi seis años de calvario y tortura”, asegura. Seis largos años donde pasaría por al menos dos cárceles más: Abu Ghraib y otra situada en el Kurdistán iraquí, que él identifica como “Susa”. Nasser cuenta cómo fueron encarcelados “en calabozos bajo tierra” y cómo vivió “complemente aislado del mundo exterior” durante los primeros cuatro años. En ese periodo, Nasser no pudo recibir ninguna visita y tampoco tuvo posibilidad de realizar ninguna comunicación fuera de la prisión, hasta que un comité de la Cruz Roja pudo acceder hasta él.
Nasser pensó entonces que a partir de aquel momento todo cambiaría, pero se equivocaba. Los estadounidenses empezaron a cambiarle de prisión con más frecuencia con el objetivo de que la Cruz Roja perdiera su rastro. De esa manera, “Estados Unidos evitaba que los organismos internacionales supieran la verdad sobre la situación de los reos y las vejaciones y el sometimiento al que estaban siendo sometidos”, explica. Torturas que “eran sistemáticas”, según Nasser, y cuyas revelaciones desataría a posteriori un escándalo mundial. “Las torturas eran tan brutales que incluso un médico estadounidense ─destinado en Irak y vinculado al Partido Demócrata─ exigió al entonces primer ministro iraquí Al Maliki el cierre de las cárceles”, narra la víctima.
Nasser se estremece al recordar su calvario: “Nos ataban a la cama ─muestra las marcas de las torturas aún visibles en sus muñecas─, nos golpeaban, alteraban nuestro sueño e incluso utilizaban electrodos para torturarnos. Fuimos víctimas de torturas casi a diario”. Nasser recuerda con frialdad el sufrimiento que padeció y cuenta que existía una celda especial que se utilizaba exclusivamente para torturar a los prisioneros. En su caso, Nasser explica que perdió todos los dientes a consecuencia de los golpes, “incluso llegaron a verter ácido en mi boca”.
Al igual que Nasser, cientos de presos fueron sometidos a castigos parecidos en las cárceles secretas estadounidenses. “Su objetivo era matarnos lentamente”, afirma. Entre algunas de las medidas que imponían a los presos, los reos disponían de un pequeño carnet y eran obligados a llevar una pulsera identificativa. Nasser afirma que perdió la noción del tiempo, “la memoria y, sobre todo, la dignidad”. Así hasta su excarcelación, a finales de 2009. Fue entonces cuando tuvo acceso a un médico forense que pudo certificar las vejaciones a las que había sido sometido. “Brutales y sistemáticas torturas”, según el informe. Nasser muestra los partes médicos de la Cruz Roja junto a las fotos que le tomó el doctor tras su excarcelación. Los impactantes documentos muestran las heridas y secuelas de la detención en forma de numerosas marcas en brazos, piernas o espalda.
“Cuando Nasser ingresó en prisión, pesaba 112 kilos y al salir sólo 60. En seis años perdió prácticamente la mitad de su peso y eso es signo inequívoco del calvario que tuvo que sufrir”, defiende su tío Hussein, un médico sirio que residió durante 17 años en Cuba. “Tenia el cuerpo totalmente demacrado”, remarca.
“Sigo esperando justicia”
Tras ser excarcelado, Nasser decidió rehacer su vida en Trípoli. La entrevista tiene lugar en su casa del barrio palestino de Badawi, que, junto a su taxi, forma parte de su nueva vida. Junto a él está su hijo Ahmad, un joven de 20 años que vivió de primera mano la detención de su padre y que fue victima de su propio exilio junto a su madre, hoy fallecida. Nasser narra cómo fue el reencuentro con su hijo y la “tremenda felicidad” que sintió al poder abrazarlo. El antiguo preso mantiene la mirada fija en su hijo por un instante. “Le vi un poco crecido”, dice mientras ríe.
Al otro lado de la mesa, su tío interrumpe la conversación: “Es la primera vez que le veo sonreír en mucho tiempo”, dice. “Siempre está triste ─prosigue─. Su vida nunca será igual. La detención le ha dejado secuelas físicas y psicológicas irreversibles. Además está enfermo: sufre dolores crónicos en brazos y manos y calambres”. A Nasser le detectaron diabetes mientras estaba en prisión y desde entonces sigue un tratamiento.
A pesar de ello, no se rinde. Asegura que intenta disfrutar de su nueva vida y de su libertad. AL mismo tiempo se lamenta de tener que conducir día y noche, durante largas jornadas laborales, para poder mantener a su hijo Ahmed y a sus tres hijas fruto de otro matrimonio. “Quiero que tengan la mejor vida posible y si tengo que trabajar duro lo haré”, dice convencido. “No necesito ni quiero la caridad de nadie”, apostilla.
Nasser, no obstante, sigue esperando justicia. “Ahora espero una reparación por todo lo que me hicieron”, asegura, aunque se muestra escéptico al respecto. Actualmente está tramitando el caso de sus torturas en un tribunal sirio, con la ayuda de organismos pro-derechos humanos que le proporcionan ayuda legal e incluso un abogado. Nasser explica que es invitado frecuentemente para dar conferencias sobre las torturas sufridas y sobre su detención, la última hace unos pocos meses en Beirut. Él declina todas las invitaciones.
Quizás el testimonio de Nasser pueda ayudar a esclarecer qué sucedió realmente en las cárceles secretas de EEUU en Iraq que dejaron cientos de víctimas anónimas y olvidadas. Nasser, en cambio, expresa cuál es su verdadero deseo: “Sólo quiero que Estados Unidos ponga fin a la ocupación y se vaya de Iraq. Esa es la verdadera justicia para mí”.
Tomado: Granma