Cuando el mundo se escandalizó durante las décadas de 1960 y 70 ante la sangrienta guerra de Vietnam muchos intelectuales, artistas, escritores y políticos comenzaron una campaña de concientización internacional sobre lo que significaba ese conflicto. Vietnam era un ejemplo –recordar otros como Argelia, el África Subsahariana– de que los países occidentales no habían abandonado su vocación colonialista, lesiva de la autodeterminación de los pueblos, y que Washington estaba preparado para asumir su hegemonía internacional a cualquier precio, contando para ello con la colaboración de las viejas potencias coloniales.
La Guerra de Vietnam precipitó la militancia de grandes sectores de la juventud y el movimiento feminista, potenciados por el Mayo Francés y su impacto global. Engendró una contracultura y un nuevo clima ideológico que se concretó, entre otras cosas, en una nueva forma de comprender al derecho internacional y de evaluar críticamente la política exterior de las potencias metropolitanas.
El filósofo y matemático inglés Bertrand Russell, crítico de esos desvaríos imperialistas y sus inadmisibles genocidios, promovió en 1966 la conformación de un tribunal internacional para juzgar los delitos de lesa humanidad que Estados Unidos perpetraba sobre las poblaciones vietnamitas, a las cuales bombardeaba con Napalm, quemando vivos a campesinos y aldeanos; o rociando cientos de miles de hectáreas con dioxinas, el terrible Agente Naranja (elaborado por las gigantescas corporaciones Monsanto y la Dow Chemical) que desfoliaba a la jungla tropical y diezmaba toda forma de vida expuesta a ese químico. Hoy en Vietnam siguen naciendo niños con malformaciones congénitas debido a los millones de toneladas de ese agente arrojadas desde aviones estadounidenses a lo largo y ancho del país.
Si bien el Tribunal Russell fue de enorme importancia propagandística, sus alcances prácticos fueron nulos en términos de resultados jurídicos efectivos. Los procesos llevados a cabo en su seno contra la política exterior norteamericana apenas quedaron en declaraciones retóricas. Incluso cuando años más tarde –en 1974– se reeditó el Tribunal Russell II para condenar la injerencia, torturas y desapariciones propiciadas por Washington en América Latina los resultados no fueron diferentes. Así, el Tribunal Russell-Sartre quedó asociado a una época concreta de la historia del siglo XX. Aquella gran iniciativa humanista fue perdiendo peso y visibilidad entre la opinión pública mundial, incluso entre los sectores más movilizados y críticos de la intelectualidad internacional.
Ante esta perspectiva, un pequeño grupo de intelectuales, escritores y analistas políticos argentinos nos reunimos el año pasado y concluimos que era necesario crear una herramienta de carácter internacionalista para reforzar la memoria histórica y hacer visibles los crímenes que sin pausa se suman en la política exterior de Washington, años tras año, por diversos métodos y con diferentes justificaciones y en los más apartados rincones del planeta.
Fue de esta manera que junto a la analista internacional y periodista Telma Luzzani, la escritora Stella Calloni y el novelista y ensayista Alejo Brignole, elaboramos una serie de ideas que dieron forma al Día Internacional de los Crímenes Estadounidenses Contra la Humanidad. Juntos también redactamos una Declaración Mundial Contra los Crímenes Estadounidenses a la Humanidad, en donde expresamos una condena colectiva al avasallamiento de la legalidad internacional por parte de EE.UU., advirtiendo sobre las amenazas a la paz mundial que comportaba la política imperialista de Estados Unidos y las catástrofes humanitarias creadas a causa de la misma, principalmente en Medio Oriente y especialmente en Siria.
También debatimos sobre las diferentes fechas emblemáticas de los crímenes norteamericanos y finalmente escogimos al 9 de Agosto como la elegida señalada para la efemérides. Fue un día como ese, de 1945, cuando la Casa Blanca ordenó arrojar una segunda bomba atómica sobre Nagasaki pese a que el holocausto nuclear sin precedentes que había arrasado con Hiroshima ya era conocido por el gobierno estadounidense. Estamos convencidos de que esa fecha, el 9 de Agosto, posee un significado muy claro que denuncia el carácter criminal de la política exterior seguida por Washington.
La efemérides ya cuenta con adhesiones internacionales de las más diversas procedencias: artistas como el cantautor Silvio Rodríguez, Mariela Castro, Gerardo Hernández y el poeta y ensayista cubano Roberto Fernández Retamar; Chico Buarque, Frei Betto y Carola Proner en Brasil; o el filósofo italiano Gianni Vattimo son, entre muchos otros, algunos de los nombres que ya se unieron a esta iniciativa. El Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel la apoyó desde su mismo lanzamiento y el presidente de Bolivia, Evo Morales, adhirió al día como un compromiso humanista y político insoslayable.
Se ha abierto un camino. Debemos internacionalizar en todos los continentes esta fecha para crear una herramienta mundial de concientización y acción práctica para combatir la sistemática violación del derecho internacional y los derechos humanos que el gobierno de Estados Unidos perpetra en todo el mundo. También hay que romper el cerco mediático que la prensa oligopólica alza cuando se expresan verdades incómodas para el imperio. Gracias a las redes sociales y a la prensa comprometida e independiente sabemos que será posible realizar esta labor, que pretendemos sea no sólo conmemorativa sino también educativa y organizativa en la búsqueda de una conciencia crítica ante el flagelo que, con sus más de mil bases militares diseminadas por todo el planeta y su gigantesco presupuesto militar, el imperialismo norteamericano produce en todo el mundo. Este 9 de Agosto en Santa Cruz de la Sierra, con la presencia del presidente Evo Morales, se producirá el lanzamiento internacional de la campaña.
Por: Atilio Boron
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