El adalid del libre mercado global pasó de la retórica a la acción. A la hora de sepultar lo que llaman libre competencia, el magnate presidente, Donald Trump, es el primero en la fila que trae el pico y la pala con su llamado proteccionismo económico, una sugerencia de que los tiempos del neoliberalismo están en entredicho. Por lo menos en Norteamérica.
Con las últimas medidas de los Estados Unidos, Huawei Technologies pasó de la lista negra al veto de facto de los servicios y aplicaciones que provee Google, bajo petición y acuerdo con Washington. Desde el punto de vista de la Casa Blanca, la acción está fundamentada en la seguridad nacional, sin embargo cualquiera con dos dedos de frente sabe que la trama se debe a la ventaja tecnológica que tiene China sobre su principal competidor.
Supone entonces, dar por terminada la carrera del libre mercado antes de llegar a la meta. Toda vez que los Estados Unidos siempre se ufanaron de mantenerse en la primera línea del concurso, con un presidente que conoce los intríngulis comerciales, uno que se supone es el negociador por excelencia y aventajado en materias mercantiles.
Pero Donald Trump tiene una agenda que traiciona el espíritu primario del liberalismo. El filósofo italiano, Domenico Losurdo, explica que esa corriente ideológica y de la praxis ya tiene sus contradicciones inherentes si se revisa históricamente: los mismos "padres fundadores", con George Washington a la cabeza, combinaban el gamonalismo ilustrado, la esclavitud negrera, el genocidio indígena y la retórica de la libertad con una simplicidad pasmosa.
El liberalismo encuentra en el ser blanco, propietario (de tierras y esclavos) y capitalista, el ideal material de su piedra filosofal. Por ello la libertad se tiñó de la racialidad con que se fundó los Estados Unidos. El libre mercado era una entelequia nueva que venía de Europa, específicamente de los Países Bajos, Inglaterra y Francia, pero que se insertó posteriormente en la psiquis colectiva de los estadounidenses por una prosperidad bien cantada por Walt Whitman en sus Hojas de hierba.
Que la Administración Trump se ampare en el ejemplo de los "padres fundadores" como guías personales tiene sentido, entonces, desde este punto de vista en el que la libre competencia de la producción y comercialización capitalistas son motivos para otros momentos históricos y políticos. No para hacer de America great again.
La imagen que los Estados Unidos se construyó para sí desde finales del siglo XIX ante el mundo se derrumba en pleno siglo XXI con la guerra comercial y tecnológica que desató contra China, que ahora se erige como el principal defensor de la globalización ("inclusiva", dice el presidente Xi Jinping), el libre mercado y la producción capitalista in extremis. Parafraseando al economista e historiador, Giovanni Arrighi: Adam Smith cambió de residencia a Pekín.
El intercambio de papeles entre potencias dice más de lo que los reseñistas en medios corporativos quieren enunciar. No es sólo la impronta china que ya no sólo exporta los cachivaches de bajo costo que los estadounidenses (aunque no sólo, es claro) gustaban devorar con gusto, sino también el cambio de ruta de los Estados Unidos como agente capitalista, tal vez de manera definitiva en los próximos años.
Todos vemos el miedo que le tiene Washington al libre mercado, en vista de que Huawei tiene hijos pródigos más destacados que los de Sillicon Valley y Wall Street. La solución era, valga la cacofonía, esta disolución del matrimonio neoliberal que tenían las grandes compañías como Google con el gigante asiático.
Lo que da una autopista mucho más amplia a China para desarrollar su sistema 5G con un mercado que deja la Casa Blanca a disposición de la Iniciativa del Cinturón y la Ruta. La política aislacionista de los Estados Unidos beneficia a los chinos en su afán de hacer negocios con todo el mundo bajo el modelo win/win.
¿Quién lo diría? Donald Trump no será el sepulturero del imperialismo norteamericano, pero sus acciones entierran el libre mercado que tanto dinero y capital cayeron en manos de sus amistades de clase. En ese círculo acaudalado también están sus enemigos, pero ya no hablan tanto inglés como mandarín.
Tomado: Granma